domingo, 15 de marzo de 2009

Capítulo VII 3° Parte

OCCIDENTE AL SERVICIO DE LA URSS

Aunque dramática la lucha en África, porque allí un puñado de alemanes hacía frente durante dos años a los recursos combinados de Churchill y Roosevelt; aunque también dramática la lucha en el mar, porque 250 submarinos combatían contra las flotas más grandes del mundo, y aunque igualmente desproporcionada la con­tienda que libraban sobre Europa Occidental una parte de la Luftwaffe y las aviaciones casi íntegras de Roosevelt y Churchill, las ope­raciones en Rusia seguían siendo el hecho más gigantesco en la his­toria de las armas.

A principios de 1942 —segundo año de la guerra en la URSS— los soviéticos habían perdido aproximadamente un tercio de sus cen­tros industriales y todos los campos trigueros de Rusia Blanca y Ucra­nia. También habían perdido la mitad de sus yacimientos de carbón de piedra, las. tres cuartas partes de sus fuentes de carbón de coque y el 62% de hierro en bruto. Sus bajas en soldados y equipo bélico correspondían a 400 divisiones. El territorio ruso ocupado por los ale­manes tenía una población de 80 millones de habitantes, o sea el 40% de todos los habitantes de la URSS. La situación del Imperio comu­nista era extremadamente crítica.

En ese año la ayuda de Roosevelt y Churchill al imperio bolchevi­que creció en cifras astronómicas. El diplomático norteamericano William C. Bullit dice que él y otros consejeros pidieron a Roosevelt que exigiera a Moscú seguridades de que respetaría las fronteras en Euro­pa y en Asia, pero Roosevelt rechazó esa petición. Tal complacencia rayana en la complicidad era también compartida por Churchill, quien al enterarse de que Stalin persistía en su deseo de sojuzgar a Estonia, Letonia, Lituania y Rumania, pese a lo establecido en la Carta del Atlántico, cablegrafió a su Secretario de Negocios Extranjeros en Mos­cú: "Naturalmente, no debe mostrarse usted tosco o áspero con Stalin".

Durante 1942 una procesión de funcionarios de Occidente fue a Moscú a reconfortar a Stalin, a llevarle ayuda y a ofrecerle más para el futuro. Entre la población rusa había síntomas de agotamiento y cansancio y hasta de rebeldía. El ejército alemán había conservado el 95% del territorio arrebatado al ejército rojo y sobrevivido al in­vierno y a la contraofensiva soviética; Stalin había visto parcialmente destrozados los ocho ejércitos de reserva que lanzó a su ofensiva in­vernal, y su situación era tan comprometido que Occidente pedía haber dosificado su ayuda en la medida en que la URSS se comprome­tiera a no ser una amenaza para el mundo. Pero Roosevelt y su cama­rilla judía impidieron que eso se hiciera.

El comandante norteamericano George Racey Jordán sirvió en 1942 como oficial de enlace entre el ejército estadounidense y el ejército rojo, y revela.que en ese año comenzaron a suministrarse materiales para que los soviéticos hicieran una pila atómica. Dice que además frecuentemente llegaban a Estados Unidos aviones soviéticos que car­gaban gran cantidad de planos y estudios secretos de la industria mi­litar norteamericana. Alger Hiss —el judío posteriormente procesado como espía bolchevique (foto)— era bajo el régimen de Roosevelt uno de los principales proveedores de los soviéticos. El comandante Racey Jordán quedó frecuentemente sorprendido al ver que la Casa Blanca entregaba a los rojos informes confidenciales que los diplomáticos americanos habían enviado a Roosevelt, acerca de los rusos. Agrega que "esperando despertar interés en lo que a mí me parecía una vio­lación pérfida de la seguridad de los Estados Unidos" denunció tales hechos en la Secretaría de Estado, pero sólo obtuvo la sorprendente respuesta de que "los oficiales que llegaban a ser demasiado oficio­sos corren el peligro de que se íes envíe al Pacífico del Sur". (I) En esa forma los influyentes israelitas de la Casa Blanca, traicionaban a los funcionarios americanos que se interesaban por la suerte de su pa­tria.

(1) Cómo conoció Rusia el Secreto de la Bomba Atómica.—Comandante George Racey Jordán y Richard L. Stokes.

No en balde en las escuelas soviéticas se loaba a Roosevelt... En abril (1942) llegó a Moscú el nuevo embajador americano, William Standley, y prometió que el frente ruso recibiría la mayor parte del esfuerzo bélico norteamericano. Tres meses después regresó al Krem­lin Harry Hopkins (foto), enviado de Roosevelt, para acrecentar la ayuda y estudiar si el "hundimiento ruso" era inminente, en cuyo caso debería violentarse la invasión de Europa Occidental. Poco más tarde tam­bién acudió Churchill a reconfortar a Stalin: en sus "Memorias" dice que cuando le anunció que no podría haber invasión de Europa en 1942, el rostro de Stalin se ensombreció. "Dijo que no había en Fran­cia ni una división alemana de algún valor. Le repuse que había 25, nueve de las cuales eran de primera línea. Se contentó con mover la cabeza".

La actitud de Stalin fue tan despectiva que Churchill estuvo a pun­to de suspender su visita y regresar a Londres antes de lo planeado. La ayuda en abastecimiento y equipo para el ejército rojo era enor­me, pero Moscú exigía más. El general Marshall (Jefe del Estado Ma­yor General de Estados Unidos) estimó esa ayuda en 20,000 millones de dólares, tan sólo por lo que se refiere a la cooperación norteame­ricana, y calculó que equivalía a "558 divisiones blindadas o a 2,000 de infantería". ("La Victoria en Europa").

Las tremendas derrotas padecidas por los soviéticos en 1941 se agravaron en 1942. Casi todo el equipo mecanizado se había perdido y una parálisis general amenazaba a las tropas rusas. El Comisario de Transportes de la URSS, el judío Lazar Kaganovich, recurrió a los medios más dramáticos: "Mediante el esfuerzo humano se rodaban los barriles con gasolina por las carreteras hasta cerca del fren­te, y después mujeres y niños eran obligados a cargar con ellos a través del accidentado terreno y bajo enormes fatigas, hasta las primeras líneas. Las cestas de proyectiles y cajas de muni­ciones para las ametralladoras se transportaban por medio de cadenas humanas kilométricas, pasándolas de mano en mano du­rante días y noches.

Nadie se preocupaba en proporcionar a esa gente sitio para dormir, ni a nadie se le ocurría ofrecerles, du­rante su trabajo, en medio del intenso frío, una bebida caliente. Seres agotados desfallecían y surgían otros en su lugar. Pero ¡qué importaba! una vida humana no tiene ningún valor en Rusia". (I) Sin embargo, Kaganovich no estaba solo. Sus hermanos de raza de Occidente le enviaron durante el primer año de ayuda —a costa de los contribuyentes americanos— 131,000 vehículos, 42.000 toneladas de gasolina y 66,000 de aceite. Para los demás jefes del marxismo israelita llegaron en ese año, 4,600 aviones, 5,800 tanques y 830,000 toneladas de otros implementos bélicos norteamericanos. (I) Churchill envió (1941 -1942), 6,200 tanques y 5,600 aviones.

(1) El Soldado Ruso.—Otto Skorzeny, oficial alemán.

Aunque enorme la ayuda que recibía, Stalin no se cruzó de brazos. Su totalitarismo, más absoluto que el de Hitler, hizo el milagro de mo­vilizar para fines militares a toda su población de 35 millones de hom­bres en edad militar. (2) Tan sólo la juventud de komsomoles (jóvenes fanáticamente educados en el bolchevismo y enemigos acérrimos del cristianismo) ascendía a 14 millones. Las mujeres cubrían los puestos de los hombres que pasaban a las filas del ejército rojo. El periodista norteamericano Lesueur refiere que "la movilización de las amas de casa ha sacado a relucir a un gran número de mujeres sin ninguna preparación previa. Durante esta semana he visto mujeres mo­vilizadas trabajando en la limpieza de la línea de ferrocarril que corre a lo largo del Volga... Una vez al día hacen un alto para obtener su ración de pan moreno. Esto es lo único que comen durante el trabajo, pero parecen saludables".

Stalin pidió juramento a los Comisarios políticos, en su mayor parte judíos, de que derrotarían al ejército alemán, en 1942. Tal como lo habían hecho ya el año anterior, los jefes judíos del bolchevismo se batieron fanáticamente. Más de cien judíos-rusos ganaron la máxima condecoración militar de "Héroe de la Unión Soviética". Uno de ellos, el general Leo Dovator, murió en combate y fue consagrado como héroe nacional. Se convirtió en el paradigma de los jóvenes comunis­tas y su popularizada "canción de los Dovatorsi" pasó a ser himno bolchevique.

DE KERTSCH A SEBASTOPOL
Y DE SEBASTOPOL A LENINGRADO


Y mientras un diluvio de bombas —que alcanzó un total de 2.700,000 tonela­das— comenzó a ser lanzado sobre las ciudades alemanas por la avia­ción de Roosevelt y Churchill, y mientras tres millones de alemanes eran acosados o inmovilizados en frentes ajenos a Rusia (dos millones en las defensas antiaéreas y más de un millón en las guarniciones o en África), en el Frente Oriental del bolchevismo las fuerzas de Hitler reasumieron la ofensiva.

Ya no era el mismo poderío del año anterior; en parte debido al desgaste de la primera ofensiva y a los rigores del invierno; en parte debido a los requerimientos de otros frentes amenazados por los alia­dos de Stalin. Pero de todas maneras el 60% del ejército alemán, luchando en Rusia contra el ejército rojo íntegro, volvió a imponerse.

(1) Fechado en Moscú.—Henry C. Cassidy, periodista norteamerica­no, jefe de la Associated Press en Rusia.

(2) Doce meses que Cambiaron el Mundo.—Larry Lesueur. Correspon­sal de la Columbia Broadcasting en Moscú.

De las 21 divisiones blindadas alemanas que operaron en 1941, sólo 10 pudieron ser reorganizadas en el frente oriental y premiosamente se formaron 4 más. Las fábricas de tanques desviaron gran parte de su capacidad a la producción de piezas, para la flota submarina, cuya acción en la Batalla del Atlántico obligaba a Churchill a pedir apremiantemente el auxilio de Roosevelt.

En 1941 las ofensivas se habían realizado con 12 ejércitos alemanes, en tanto que en 1942 se desarrollaron con 6. Los demás sólo conser­vaban sus posiciones.

En septiembre y octubre de 1941, el 11° ejército alemán del gene­ral Von Manstein había perforado en penosa lucha el Istmo de Perelcop y conquistado toda la Península de Crimea, con excepción de la for­taleza de Sebastopol. Von Manstein trató de capturarla en un golpe de mano, para lo cual retiró fuerzas alemanas de las estepas de Nogais y las sustituyó con el tercer ejército rumano, pero horas más tarde los rumanos flaquearon ante "una embestida soviética, su frente fue per­forado y Von Manstein tuvo qué ordenar que regresaran a ese sector, a toda prisa, la 17a. división de infantería y el regimiento Leibstandarte. La crisis fue conjurada ahí, pero se perdió un tiempo precioso y ya no fue posible tomar a Sebastopol antes de que recibiera re­fuerzos. Su captura habría de costar más tarde mucho tiempo y mu­cha sangre.

Sebastopol era la fortaleza más poderosa del mundo, con un triple cinturón defensivo, con artillería de grueso calibre y con defensas bajo la roca. El 17 de diciembre (1942) Von Manstein lanzó una ofensiva para capturarlo, con parte del 11° ejército. El ataque prosperaba bien y diez días después ya se había logrado una importante perforación, pero en eso ocurrió a retaguardia una crisis y la ofensiva tuvo que ser suspendida totalmente.

Resulta que era invierno y el agua se había congelado en varios pun­tos de la península de Kertsch. Los soviéticos aprovecharon la ocasión e invadieron la península con sus ejércitos 44 y 51. En el primero im­pacto recuperaron la población de Kertsch y en el segundo el puerto de Feodosia. La zona estaba al cuidado de dos divisiones alemanas, al mando del general conde Hans Graf von Sponeck, quien desobede­ciendo órdenes específicas realizó un apresurado repliegue, con gran­des pérdidas de material. Von Manstein tuvo qué retirar fuerzas de Sebastopol y acudir a estabilizar las líneas en la península de Kertsch. El general Sponeck había dado pruebas de valor y destreza en varias batallas, pero al parecer su resistencia tuvo un momento de flaqueza en Kertsch. El Alto Mando le formó consejo de guerra y lo condenó a. muerte, pero Hitler le conmutó la pena por 7 años de prisión.

También a la 46a. división de infantería, mandada por Sponeck le alcanzó el castigo, y en la orden del día el mariscal Von Reichenau anunció que le negaba "su honor de soldados, por su precipitado repliegue en la península". Sin embargo, días más tarde el mariscal Von Bock la rei­vindicó de toda culpa.

Durante un contraataque los alemanes recuperaron el puerto de Feodosia. Por cierto que cuando había caído en manos del Ejército Rojo, ocurrió allí un suceso significativo y curioso. La pequeña guar­nición alemana se retiró librando combates de contención y no tuvo tiempo de llevarse a 8,000 rusos que tenía prisioneros. Al darse cuenta de la situación, los prisioneros salieron huyendo, pero no al encuentro de los bolcheviques, sino rumbo a la base alemana de Sinferopol, don­de volvieron a entregarse a sus captores. Y es que aun bajo la dureza del cautiverio, habían conocido otro estilo de vida y temían su re­greso a la URSS.

El 11°ejército alemán pasó semanas muy críticas a fines de 1941 y principios de 1942, pero logró mantenerse en pie. Para mayo, los ejércitos soviéticos 44 y 51 se hallaban ya firmemente atrincherados en la garganta de Parpatsch, a la entrada de Kertsch, y allí fue pre­cisamente donde se iniciaron las operaciones ofensivas alemanas en1942. Los rojos tenían en ese sector 17 divisiones de infantería, 2 decaballería, 3 brigadas de tiradores y 4 brigadas de tanques. Por su parte, el ejército lio. de Von Manstein había cubierto las bajas de sus 6 divisiones alemanas y dos y media rumanas.

El 8 de mayo, el 11°ejército se lanzó a la ofensiva. Von Mans­tein fingió que iba a atacar en el extremo norte del Estrecho y se valió de mensajes desorientadores y de simulada preparación artille­ra para engañar a los soviéticos. El truco tuvo buen éxito y el golpe principal se descargó en el extremo sur. Para el 11 de mayo habíanquedado ya envueltas 8 divisiones soviéticas: el día 16 cayó Kertsch y el 18 terminaba la batalla, con excepción de grupos aislados coman­dados por comisarios judíos suicidas.

En la recaptura de Kertsch y Feodosia el No. ejército capturó 180,000 prisioneros soviéticos; 1,303 cañones y 343 tanques. Fueron destruidos 3,814 vehículos, 323 aviones, y 16 barcos. Las tres cuartas-partes del 11° ejército alemán habían puesto fuera de combate a los ejércitos 44, 51 y 47.

Apenas terminada esa campaña, el 11° ejército comenzó nuevamen­te a estrechar el cerco en las afueras de Sebastopol, que Stálin se em­peñaba en sostener como amenaza al flanco derecho del frente alemán. Detrás de escarpadas laderas, Sebastopol era el único reducto soviético en la Península de Crimea. Durante 7 meses, numerosos comisarios hicie­ron erigir defensas en profundidad y se computaron millón y medio de ¡ornadas en esta tarea. El frente tenía 35 kilómetros de extensión alrededor de Sebastopol y había 208 baterías de artillería soviética y tres grandes cinturones defensivos que totalizaban 350 km de líneas fortificadas. El general Petrow disponía e 8 divisiones y 3 brigadas de marina parapetadas. Sebastopol estaba considerado como la mayor fortaleza del mundo.

Por su parte, los alemanes empleaban en al asalto de Sebastopol a 7 divisiones.

Llevaban dos cañones especiales de 60 centímetros y el famoso "Dora", de 80 centímetros de diámetro, que ha sido el cañón más grande del mundo. Pesaba 1,488 toneladas, tenía 50 metros de/' largo, 10.7 de altura, disparaba proyectiles de 4,800 kilos a 47 km de distancia y de 7 toneladas a 38 Km; requería, de 4,120 hombres para su emplazamiento y protección. Hizo volar un depósito de mu­niciones a 27 metros de profundidad en la roca, pero era un monstruo tan difícil de cambiar de lugar que no tuvo aplicación práctica en la guerra de movimiento.

El 7 de junio. (1 942) la artillería alemana y el 8o. Cuerpo Aéreo de Von Richthofen iniciaron una lluvia de fuego sobre las defensas del Sebastopol y la mantuvieron durante, cinco días. "Era un espectáculo imponente, inenarrable", dice el mariscal Von Manstein, en aquel en*tonces comandante del 11° ejército. Tan sólo los cañones alemanes de 8.8. cms. de diámetro dispararon un total de 181,787 granadas. En ocasiones concentraban el fuego sobre un estrecho sector fortificado y no lo perforaban, pero la guarnición soviética quedaba abrumada o padecía muchas bajas por ruptura de vasos sanguíneos, debido; a la percusión.

La infantería alemana se lanzó al asalto el 12 de junio y dificultosamente fue infiltrándose por el laberinto defensivo de los bolcheviques." Los comisarios israelitas y los jóvenes komsomoles (juventud comunis­ta) sostuvieron fanáticamente la resistencia en las cuevas del vasto sistema defensivo. Toda la población civil fue movilizada para auxiliar a las tropas. Cuando algunos fortines se veían aislados y perdidos, los comisarios judíos esperaban a que se acercaran los alemanes y luego se volaban con dinamita. Así vendían cara su vida y causaban más bajas a los atacantes. La 132 división de infantería alemana sufrió bajas tan elevadas que tuvo qué ser relevada y sustituida por la 24a.

Finalmente, la resistencia se desarticuló el 30 de junio y se desplomó el 4 de julio después de una intensa batalla de 23 días, y de 7 meses de sitio terrestre, aunque no marítimo. Noventa mil soviéticos cayeron prisioneros y más de 35,030 habían perecido.

Con la conquista de Seoastopol, toda la Península de Crimea quedó * en manos alemanas y el 11° ejército fue penosamente trasladado a través de 2,300 kilómetros hasta el sector norte del frente, donde se preparaba un ataque pera capturar la plaza de Leningrado, sitiada durante la ofensiva de 1941. En el invierno la ciudad había logrado un parcial comunicado a través de las aguas congeladas del Lago Ladog, pero se había quedado sin servicio eléctrico y sin calefacción central.

Los soviéticos se apercibieron de los preparativos alemanes y se anticiparon con una contraofensiva, empleando a sus ejércitos 2, 52 y 59. El primero de estos tres ejércitos embistió en la zona de Wolchow y abrió una brecha de 8 kilómetros en el sector del 1 8o. ejército Alemán. Entonces el 11° ejército de Von Manstein, recién llegado de Crimea, y para el 21 de Septiembre los soviéticos que habían perforado las líneas alemanas se encontraban copados.

Los ejércitos rusos 52 y 59 trataron de salvar a sus compañeros del 2o. ejército y acometieron briosamente, pero una y otra vez fueron rechazados con grandes pérdidas. Una parte considerable de la arti­llería alemana que sitiaba a Leningrado se trasladó al sector de Wollchow para acosar a los bolcheviques acorralados. El fuego fue tan in­tenso, dice el Mariscal Von Manstein, que "el bosque quedó convertido en un paisaje lunar, sin más vegetación que unos tristes tocones de lo que había sido corpulenta arboleda".

Con mano de hierro los comisarios israelitas prolongaron la resisten­cia hasta el. 2 de octubre, fecha en que 12,000 supervivientes se rin­dieron con 300 cañones, 500 lanzagranadas y 244 tanques. El numera de muertos y heridos duplicaba varias veces el de prisioneros. Dentro del cerco habían sido aniquiladas íntegramente 7 divisiones y 4 bri­gadas de tanques. Otras 9 divisicnes que embestían por fuera que­daron destrozadas. Pero mediante el costoso sacrificio de todo su 2º ejército; los soviéticos habían obligado a los alemanes a suspender el ataque a Le­ningrado, que estuvo bajo sitio parcial 2 años y 8 meses.

Por lo que se refiere al sector central del largo frente los rotos trataron de perforar las líneas alemanas y capturar Rzhev, 200 kiló­metros al poniente de Moscú, pero estos esfuerzos se desplomaron el 13 de julio (1942) cuando uno de sus ejércitos fue copado y destruido. Sus bajas ascendieron a 40,000 prisioneros, 220 tanques y 738 caño­nes, sin contar muertos y heridos. Después de esta operación el sector central tuvo muchos meses de calma. .

Los soviéticos se dedicaron entonces en la retaguardia de sus líneas a exhumar los cadáveres dejados por los alemanes el año anterior, en su avance sobre Moscú. Retiraron miles de cruces que los cubrían y los restos humanos fueron enterrados en grandes fosas comunes, para que "no envenenaran la tierra".

DE CRIMEA A LAS MONTAÑAS
DEL CAUCASO


En la parte oriental de Ucrania, correspondiente al sector Sur del frente germano-soviético el mariscal Timoshenko inició el 14 de mayo una furiosa ofensiva hacia Karkov, en un frente de 160 kilómetros. Dispuso en forma de tenazas sus ejércitos 6, 9 y 57, compuestos por más de trescientos mil hom­bres, altamente mecanizados. Trataban de cercar y aniquilar al 6o. ejército alemán en el área de Izyun-Barvenkovo, cuyo octavo cuerpo con base en Wolchansk fue sometido a un tremendo mazazo de tan­ques, artillería e infantería. El frente del 6o. ejército fue perforado por el norte, hasta 20 kilómetros de Karkov, y por el sur fue rebasado hasta cerca de Poltava, 100 kilómetros a retaguardia de Karkov. La situación era muy grave. A los 4 días de resistir un torrente incesante de fuego, el comandante del 6o. ejército alemán reportó que sus tropas habían llegado "al final de sus fuerzas", pero se le dijo que resistiera un poco más, para acudir en su auxilio.

Von Bock dudaba acerca de lanzar una contraofensiva con un ejér­cito que tenía disponible y su ¡efe de estado mayor, el general Sundenstern, lo alentó a que utilizara ese único brazo, que a primera vista pa­recía insuficiente. Una vez tomada la decisión, el primer ejército blin­dado de Von Kleist se lanzó como rayo, perforó un flanco de los sovié­ticos y penetró hasta la retaguardia en furiosa batalla.

Los tres ejércitos soviéticos se vieron súbitamente cercados y trata­ron de abrirse paso en furiosas embestidas, lanzadas particularmente de noche, pero eran rechazados una y otra vez, en ocasiones a sólo cien metros de las líneas alemanas.

Incesantes y mortíferos bombardeos fueron descargados desde el aire contra los atacantes bolcheviques. El capitán Hartmann completó en 1942 el más alto número de derribos, o sean 346 aparatos. Sin embargo, siguió considerándose a Marselle en el primer lugar (con 158 victorias) pues era mucho más difícil el combate aéreo con los britá­nicos.

En la operación de Izyun-Barvenkovo, la Luftwaffe estrenó sus nue­vos cazas, un Messerscnmitt 109-G, enfriado por líquido, de 1,700 caballos de fuerza, y el Focke Wulf 190. Ambos alcanzaron más altura y velocidad que los mejores cazas soviéticos, como el Sturmovik, y que los cazas que recibía Stalin de sus aliados occidentales, tales como el Curtiss P-40 y el Airacobra. También el móvil cañón antitanque y an­tiaéreo de 88 milímetros entró devastadoramente en acción. La cali­dad del armamento y del soldado alemán triunfó una vez más sobre la superioridad numérica. "Si podéis tomar Karkov —decían unos volantes arrojados a los rusos— no nos molestaremos en defender Berlín".

En efecto, los tres ejércitos de Timoshenko fueron superados en la guerra de movimientos por el primer ejército panzer de Von Kleist y por el 6o. ejército, al que trataban de atrapar. Los papeles se invirtieron y los tres ejércitos rusos fueron copados, desorganizados en ataques de retaguardia y flanco, comprimidos en un estrecho sector y finalmente destruidos en una batalla que duró 16 días. Von Kleist hizo 239,306 prisioneros y destruyó o capturó 2,026 tanques, 540 aviones y 1,249 cañones soviéticos. Con este sangriento fracaso terminó la ofen­siva de Timoshenko sobre Karkov.

Asegurada ya totalmente la Península de Crimea y destrozada la em­bestida de Timoshenko, toda el ala sur integrada por 5 ejércitos alema­nes y 3 rumanos se dispuso a iniciar su ofensiva el 29 de junio, en una extensión de 600 kilómetros.

El plan ofensivo, llamado "Operación Azul", había sido supervisado por Hitler, y consistía fundamentalmente en que un grupo.de ejércitos avanzara hacia los pozos petroleros del Cáucaso para enlazar con Tur­quía y animarla a que se convirtiera en aliada de Alemania. Cubriendo el flanco de ese avance, otro grupo de ejércitos realizaría varias ma­niobras para cercar grandes contingentes soviéticos y avanzar en direc­ción a Stalingrado, plaza que sería el objetivo número dos, pues el Cáucaso era el número uno.

Hitler tenía gran desconfianza hacia los infiltrados o traidores y or­denó que el Plan no fuera revelado ni a los comandantes de división. Sólo sería conocido por los comandantes de ejército y de cuerpos de ejército. Así las cosas, el 19 de junio el general Stumme, comandante del 40o. cuerpo de ejército, reunió a sus tres comandantes de división y les habló del Plan "Operación Azul". El ¡efe de la 23a. división blin­dada, general Von Boinevurg, pidió permiso de hacer anotaciones y el general Stumme se lo dio no obstante que estaba infringiendo la orden de Hitler.

La junta terminó y todos se retiraron a sus posiciones. Pocas horas más tarde el general Vón Boinevurg le comunicaba al ge­ neral Stumme que su comandante Reichel (jefe de la sección la. de su Estado Mayor) había desaparecido en un avión, con los mapas y todas las anotaciones de la "Operación Azul". Stumme se estremeció, alentó a todas las divisiones del frente y pidió informes a todos los puestos de observación.

Horas más tarde la 333 división de infantería reportó que un avión como el de Reichel había sido visto en la tarde y que se dirigió a las lí­neas soviéticas, detrás de las cuales había descendido. Inmediatamente se preparó un regimiento reforzado que perforó el frente bolchevique y logró llegar hasta donde se hallaba el avión, solitario y sin huellas de violencia ni de fuego. Cerca se encontró una tumba con dos cadáveres, desnudos y tan desfigurados que no podía saberse si se trataba de Reichel y del piloto. Los documentos no aparecieron por ningún lado. Los soviéticos tenían instrucciones de no hacer daño a los oficiales ale­manes de Estado Mayor y de enviarlos a una sección especial que se encargaba de torturarlos y de hacerlos confesar secretos. Era posible que Reichel se hallara vivo.

En vísperas de empezar la ofensiva alemana, os generales Stumme y Von Boinevurg fueron destituidos, lo mismo que el ¡efe de Estado Mayor de 40o Cuerpo, coronel Franz.

En estas circunstancias de perturbación se iniciaron el 29 de ¡unió las dos grandes embestidas alemanas: una hacia el sureste, tratando de lograr el objetivo número uno, o sea la conquista del petróleo del Caucase, y otra hacia el oriente, para cercar grandes fuerzas soviéti­cas, cubrir la retaguardia de la operación caucasiana y eventualmente llegar hasta Stalingrádo.

El primer ejército panzer de Von Kleist se lanzó hacia el Cáucaso, reforzado luego por el 17o. ejército de infantería. Nuevamente las de­fensas rusas fueron perforadas y arrolladas; cayeron los defendidos centros industriales de Kupyansk, Voroshilovgrado y Rostov. Los sovié­ticos volaron presas para enlodar el terreno y frenar el avance, pero finalmente se vieron obligados a retroceder o cayeron prisioneros en violentas batallas de cerco. La población civil caucasiana y las tribus kalmukas recibían a los alemanes como libertadores y ofrecían coope­ración. Más tarde Stalin habría de deportarlos en masa a Siberia.

La ofensiva alemana se generalizó con furia a lo largo de 600 kiló­metros mediante una compleja red de guerra de movimientos. La habilidad operativa del ejército alemán se imponía de nuevo a la su­perioridad numérica en hombres y en material. Stalin había exhortado al ejército rojo a que lograra la victoria en 1942 y al ver que nuevamente se hundía el frente, el 5 de julio ordenó una más drástica movi­lización. Las listas de personal exento de servicio militar fueron revisa­das y se llamó a filas a hombres hasta de 50 años, y a hombres de 60 para los servicios de abastecimiento. El 26 de julio Stalin expidió su orden 227 en que significativamente hacía una exhortación al patrio­tismo de los rusos, no al Partido Comunista ni a los comunistas. Sabía que éstos eran impopulares y omitió aludirlos. "Manteneos firmes has­ta el fin —decía a sus tropas—. Los tímidos y los cobardes deben ser muertos sobre la marcha. Nadie debe dar un paso atrás". Sin em­bargo, el frente no soportó el embate de la embestida germana y fue destrozado desde Kursk hasta Rostov.

El 9 de agosto Von Kleist consumó prácticamente la derrota de las fuerzas que se le oponían en su avance y capturó el centro petrolero de Maikop, en el Cáucaso. Después de esa batalla sus tropas se des­bordaron sin resistencia sobre los valles, llegaron a la enorme cordi­llera caucásica y treparon jadeantes por las montañas. La altura media del Caucaso es de 2,750 a 3,700 metros y eso era mayor obstáculo que la debilitada resistencia soviética.

En ese momento la victoria en el Cáucaso se hallaba al alcance de la mano, con todas las desastrosas implicaciones para la URSS, pero dos sucesos se combinaron para frustrarla. Primero, resulta que en la retaguardia de esta ofensiva el 6o. ejército alemán tropezaba con difi­cultades muy extrañas, como si todos sus movimientos fueran adivinados por el enemigo, y tal cosa obligó al frente del Cáucaso a cederle gran parte de sus tanques y casi toda su artillería antiaérea. Simultá­neamente, el frente soviético del Cáucaso lanzó nuevas reservas a la lucha utilizando grandes envíos de armamento hechos por Roosevelt y Churchill, incluso ochocientos aviones.

Sin embargo, las fuerzas de Von Kleist, aunque privadas de la mayor parte de sus defensas antiaéreas, siguieron empujando lentamente y llegaron hasta Ordzhonikide. Sus avanzadas ocuparon el Monte Elbrúsr el mayor de Europa, con 5,658 metros de altura. Este frente se hallaba entonces a dos mil kilómetros de la frontera alemana y sus comunicaciones a través de territorio enemigo eran muy precarias. Semanas enteras los tanques carecían de combustible, el cual en ocasiones lle­gaba en camellos y a veces era saboteado en el camino.

En la zona petrolera de Ordzhonikide los contraataques soviéticos se vigorizaron. Pero eso no era lo peor. En la grandeza impasible de las montañas y de los valles floridos del Cáucaso se cernió súbitamente una amenaza; imprevista y mortal. Al sobrevenir la crisis alemana en Stalingrado, quedaba casi a descubierto toda la retaguardia de los dos ejércitos de Von Kleist. En esas condiciones el frente del Cáucaso se tornó in­ sostenible y Von Kleist inició una penosa maniobra para retirar a tra­vés de 700 kilómetros a sus dos ejércitos, compuestos de 25 divisiones.

Eran en total 700,000 hombres incluyendo a todos los servicios de re­taguardia. Tan sólo los heridos del primer ejército panzer sumaban 25,000.

Las primeras nieves del invierno de 1942 y el constante fluir de nue­vas reservas soviéticas se conjugaron para hacer más difícil la manio­bra, que se prolongó hasta el deshielo del año siguiente. Tropas del 17o. ejército combatieron entre pantanos y lluvias incesantes para man­tener abiertos los caminos de escape. Ningún atrincheramiento era po­sible y menudeaban los combates cuerpo a cuerpo. Los comandantes de la fogueada 13a. división blindada alemana decían que jamás ha­bían visto dificultades mayores.

Para el transporte del 1er ejército blindado se requerían 155 tre­nes, que naturalmente no los había. Von Kleist combinó entonces una maraña de contraataques y repliegues escalonados y logró mantener en orden todo el frente. Fue una filigrana de táctica hasta alcanzar bases más seguras en Ucrania.

El 14 de enero el 1er ejército blindado terminó su repliegue hasta Rostov para salir de la trampa en cierne. Su frente, que se hallaba inicialmente hacía el sur, quedó hacia el oriente para afrontar al alud soviético que descendía de Stalingrado. Entre tanto, el ejército 17o. (también de Von Kleist) se quedaba en la zona de Krasnodar para de­ tener a los soviéticos que descendían del Cáucaso.

A un costo increíblemente bajo, dos ejércitos fueron rescatados de un alud enemigo que amenazaba estrangularlos. Tal hazaña le valió a Von Kleist el ascenso a mariscal. (Al terminar la guerra los soviéticos lo mantuvieron 9 años en cautiverio hasta que murió).

700 KM DE AVANCE HASTA KALATSCH

La otra de las dos grandes operaciones ofensivas alemanas de 1942 partió desde las zonas de Kursk y Karkov y atravesó las ricas cuencas del Donetz y del Don. Esta operación tenía como objeto inmediato cubrir toda la retaguardia de la ofensiva hacia el Cáucaso, cercar y aniquilar grandes fuerzas so­viéticas concentradas entre los ríos Don y Donetz, y eventualrtiente capturar la gran metrópoli industrial de Stalingrado."

De acuerdo con la "Operación Azul", se inició un movimiento cui­dadosamente planeado para cercar y destruir grandes contingentes soviéticos al oriente de Kursk. Se lograron dos perforaciones, las tena­zas alemanas penetraron profundamente y lograron unirse, formando una enorme "bolsa", pero dentro no había nada... Los soviéticos ha­bían logrado retirarse velozmente, en una maniobra bien preparada que les permitió llevarse hasta la artillería pesada y los abastecimientos. Las tenazas alemanas se lanzaron violentamente más adelante, com­pletaron un avance relámpago de 225 kilómetros y en Voronez cercaron y destruyeron a un ejército soviético, al que le arrebataron 120,000 pri­sioneros, 1,077 tanques y 1,688 cañones. Sin embargo, este no era el grueso de las fuerzas, que lograron formar nuevas líneas al oriente de Voronez.

Otra operación de tenazas, que partió de la zona de Karkov, también logró perforar el frente bolchevique, penetrar bastante al oriente y ce­rrarse formando una enorme bolsa, pero dentro casi no había nada... Contra lo acostumbrado hasta entonces, los soviéticos habían podido retirarle llevándose todos sus implementos, tal como si hubieran adivi­nado cada uno de los golpes alemanes, la cuantía de las fuerzas atacantes, los centros de gravedad y la dirección de las irrupciones. ¡Tal como si hubieran adivinado!... Eran ya muchas coincidencias... En el grupo de ejércitos alemán se vio entonces claramente que los soviéticos cono­cían previamente la "Operación Azul". Es decir, que el traidor comandante Reichel les había entregado los planos y las anotaciones que se llevó en avión al frente bolchevique, después de haberlos obtenido de la junta celebrada con el genera) Stumme.

Los alemanes avanzaban hacia el Don y Stalingrado, pero no habían podido encerrar y aniquilar a las grandes concentraciones soviéticas. El general Von Bock, comandante del Grupo de Ejércitos en esa zona, pre­tendía que le dieran autoridad sobre otras fuerzas y quería desviar la ofensiva. Surgieron interferencias y Hitler lo sustituyó con el mariscal Von Wiechs. (A finales de la guerra, con 52 años de soldado, el viejo y erguido mariscal Von Bock, veterano de todas las ofensivas alemanas do la segunda guerra mundial, pereció durante un bombardeo aéreo. Cuando treinta años atrás ganó durante la primera guerra el inusitado calificativo oficial de "bravura increíble", había dicho: "morir de resul­tas de una .bala enemiga es algo muy de agradecer'").

Los "erizos" que Hitler había utilizado en 1941 para afrontar y des­gastar la contraofensiva soviética eran agrupamientos de tropas capa­ces de defenderse de frente, de flanco y de retaguardia. Como una variante ofensiva de esa idea, en 1942 se organizaron unidades cuadrangulares con tanques por todos lados, que avanzaban sin preocupar­se de la resistencia residual. En la marcha a través 'de la cuenca del Don se les conoció con el nombre de "Motpulk" y con frecuencia se abrieron sangrientamente paso a través de las grandes masas de tan­ques soviéticos, incluso el "Voroshilov" de 46 toneladas, y muchos de los enviados por Churchill y Roosevelt.

Los alemanés entrenaron tropas especiales de cazatanques para contrarrestar esa superioridad numérica; cavaban pequeñas fosas para ocultarse y se cubrían con ramas y tierra. Aguardaban a que los tan­ques pasaran lo más cerca posible y luego saltaban de sus escondites y lanzaban granadas especiales contra las partes vulnerables de las máquinas. Otros cazadores utilizaban minas "portátiles" que mediante un juego de poleas colocaban a última hora sobre el camino de los tanques. También se formaron grupos de motociclistas para asestar golpes de pega y corre a las formaciones blindadas.

Para el cruce del anchuroso río Don, el más grande de Rusia, los in­genieros alemanes construyeron puentes sumergidos, 60 centímetros abajo de la superficie del agua, con objeto de evitar que la aviación soviética los localizara y destruyera. Sólo mediante la sorpresiva ven­taja de veintenas de argucias fue posible que la inferioridad numérica alemana arrebatara al ejército rojo —compelido por Stalin a resistir o perecer— las ricas cuencas del Don y del Donetz, fuentes primor­diales de víveres, carbón, hierro y manganeso. Al perder esa región la URSS perdió también el oleoducto Rostov-Moscú que nutría a una buena parte de la industria bélica.

La gigantesca producción soviética de armas se hallaba por primera vez en aprietos y las fabulosas demandas del frente dependían cada vez más de la corriente de pertrechos británicos y norteamericanos. La lucha era tan violenta que tan sólo un regimiento motorizado de Zhukov lanzó 35,000 proyectiles sobre el ala izquierda alemana a lo largo de la curva del Don.

Sin embargo, esos días volvieron a ser de triunfo para las armas ale­manas y la URSS afrontó el momento más negro de su historia. Su economía estaba siendo estrangulada por la ocupación de otros 350,000 kilómetros cuadrados de sus más ricas tierras y de su vital cuenca car­bonífera. Ya para entonces había perdido más de la mitad de sus fe­rrocarriles y aproximadamente millón y medio de kilómetros cuadrados (tres cuartas partes de la superficie de México), precisamente en las zonas más pobladas y mejor comunicadas, y sus oleoductos se hallaban cortados.

El general republicano español Valentín González fue testigo de esas crisis y aporta los siguientes pormenores: "Tan grave como en 1941 fue la situación de 1942 y en 1943. El primer gran pánico lo provocó el peligro en que se hallaba Moscú. La llegada de los alemanes ante Stalingrado generalizó la creencia de que una vez cortado el camino del petróleo sería inevitable el hundimiento de la URSS. En medio de aquella desmoralización y de aquel caos era corriente oír esta reflexión: "¡Después de todo más vale un fascista alemán que tres comunistas rusos!" Las masas populares y las bandas de desertores principiaban a destruir los retratos de Lenin y de Stalin y en sus emplazamientos aparecían imágenes religiosas y hasta los retratos de los zares".

El periodista norteamericano Larry Lesueur dice que se notaba en el ambiente una cierta irritación. Cada día más personas temían la llegada del invierno sin el carbón de la Cuenca del Don, que ya se había perdido; todos los escolares fueron utilizados en cortar leña.

Entre los kalmuks, los tchnetnics, los tártaros y los cosacos del Kubán hubo levantamientos contra el régimen. El brote más serio ocurrió entre los cosacos, que asesinaron a sus comisarios rusos y judíos, hasta que grandes fuerzas se movilizaron contra ellos. Las escuadras de la muerte de Semenovitch Arbakinov les aplicaron el método Suvorov de ejecución en masa. Quince mil de los rebeldes fueron liquidados y se les enterró en las arenas del Mar Caspio, en la desembocadura del Vol-ga. Los trabajadores metalúrgicos de Kazan también se pronunciaron, hasta que 500 de ellos fueron fusilados y el resto trasladado a Siberia. En noviembre, Stalin tuvo que intervenir para apaciguar a los kalmuks de Astrakán.

Stalin mismo reveló lo apremiante de su situación cuando urgió a los aliados, por el inusitado conducto de la Associated Press, para que realizaran un desembarque en Francia que obligara a Hitler a re­tirar más tropas del frente ruso. El historiador británico Liddell Hart afirma que en esos días "con un poco más de esfuerzo por parte de los alemanes, el colapso de la resistencia local rusa se habría con­vertido en fracaso total. Para ese tiempo la moral de la pobla­ción civil así como de las tropas estaba muy deprimida, especial­mente en Rusia Meridional" ("La Defensa de Europa".1—Liddell Hart).

La situación era tan comprometida para la URSS que Roosevelt en­vió en agosto a su representante personal el general Follet Bradley para que le entregara a Stalin una carta de aliento y le comunicara que envíos más grandes de comestibles y armas iban ya en camino. En ese momento de crisis cinco factores se conjugaron en favor del. bolchevismo, que estaba a punto de desplomarse.

lo.—Se acrecentó la ayuda angloamericana de pertrechos para el ejército rojo.

2o.—Hitler tuvo que restar tropas y aviones al frente ruso para luchar contra la invasión aliada de Noráfrica, que abría un nuevo frente y amenazaba todo el sur de Francia, dé Italia y de los Balcanes.

3o.—Fue necesario retirar dos divisiones selectas del frente ruso y enviarlas a la costa occidental de Francia, en previsión de nue­vos desembarques anglocanadienses, como el de Dieppe. Canaris exageraba la inminencia de nuevos desembarques angloamericanos para que así Hitler retirara más fuerzas-del frente anti-soviético.

4o.—La traición del comandante Reichel, del Estado mayor de la 23a. división blindada alemana, que llevó a los soviéticos los planes de la "Operación Azul", frustró en julio y agosto el cerco y ani­quilamiento de grandes contingentes soviéticos. Esto iba a tener repercusiones enormes.

5o.—Los conspiradores y traidores, por una parte, y la oposición de un grupo de generales por la otra, ahondó la escisión en el Alto Mando Alemán.

Entre los conspiradores categóricos figuraban en primer término el doctor Goerdeler, que desde 1933 tenía nexos delictuosos con el extranjero; el general Ludwig Beck, ex jefe del Estado Mayor General, que había entregado secretos a los enemigos de Alemania, y el Al­mirante Canaris, Jefe del Servicio Secreto Alemán, que relacionaba entre sí y protegía a los conspiradores. Incluso ayudaba a ciertos agi­tadores israelitas para que salieran de Alemania disfrazados de agen­tes saboteadores alemanes.

Canaris les comunicaba a ciertos gene­rales cantidades más bajas que las reales sobre producción de armas soviéticas, para inducirlos a la confianza excesiva, en tanto que a otros los desmoralizaba hablándoles de fuerzas bolcheviques enormes. Era un sicólogo consumado y para cada temperamento tenía un tipo apro­piado de ideas a fin de influirlo negativamente. Además, Canaris era ayudado por el general Schellenberg, que mucho tiempo antes se ha­bía infiltrado en las SS y en el servicio extranjero de la Gestapo; por Nebe, director de la Policía Criminal, y por otros muchos funcionarios situados en puestos importantes, a quienes había dicho que la frustra­ción de la victoria "debe ser nuestro objeto y propósito esencial".

Reynhard Heydrich (de los servicios de seguridad del Reich) le pi­saba ya los talones a Canaris. Había reunido datos suficientes para desenmascararlo ante Hitler, pero precisamente en esos días Hey­drich fue asesinado cerca de Lídice, Bohemia, por paracaidistas que arrojaron los ingleses. Al parecer el ¡efe de esos paracaidistas era el judío Peretz Golstein o alguno de sus compañeros. Este golpe salvó por milímetros a Canaris.

El israelita J. E. Sireni, marxista, había presentado al "Intelligence Service" británico un plan de arrojar paracaidistas judíos detrás de las líneas alemanas, pues por su fanatismo —decía— estaban capacitados para realizar las más peligrosas misiones de sabotaje. Y los hechos lo comprobaron ampliamente.

La Gestapo cercó a Lídice en busca de los asesinos de Heydrich, a quienes protegían 120 guerrilleros. Una vez desalojada la población civil, Lídice fue arrasada por la policía alemana, pero ya la decidida resolución de los paracaidistas judíos había salvado a su amigo Canaris de ir al paredón en 1942»

Para la Gestapo fue irreparable la pérdida de Heydrich, quien la había llevado a un alto grado de eficacia. Sus servicios secretos llegaron a captar las pulsaciones eléctricas del cable submarino y a descifrarlas mediante laborioso proceso de matemáticos e ingenieros radiotécni­cos. En esta forma una vez fue descifrada una plática telefónica entre Roosevelt y Churchill, sostenida de Washington a.Londres. Algunos agentes de la Gestapo disponían de aparatos transmisores casi del ta­maño de una cajetilla de cigarros, capaces de transmitir en tres quintos de segundo una grabación de seiscientas palabras en clave. Así no podía ser descubierta.

Además del grupo de traidores de Canaris, que acababa de sal­varse casi milagrosamente, Hjalmar Schacht (ex presidente del Banco de Alemania y ministro sin cartera durante todo 1942) se dedicaba a desmoralizar generales y a tratar de agrupar a los enemigos de Hitler. En 1941, en plena ofensiva contra la URSS, había persuadido al general Hoeppner, comandante del 4o. ejército blindado, de que proseguir la lucha contra él comunismo" era ayudar a Hitler. Hoeppner acabó por insubordinarse y fue dado de baja.

Y aparte de. los prominentes conspiradores a quienes guiaban sus compromisos internacionales (como Góerdeler, Beck, Canaris y Scha­cht), numerosos generales se oponían a Hitlér. Unos lo hacían por el celo profesional y aristocrático de que "un cabo" fuera su coman­dante supremo, y otros por vagos móviles políticos o porque since­ramente creían (como se los decían Góerdeler, Beck, Canaris y Schacht) que eliminando a Hitler, Alemania no tendría nada qué temer de sus enemigos.

También ocurría que muchos de los generales querían batallas en las que previamente, con cifras, estuviera asegurado el éxito, en tan­to que Hitler afirmaba fanáticamente —y así lo había demostrado en varias ocasiones— que las fuerzas espirituales y la inteligencia pue­den sobreponerse a las desventajas materiales.

Al reanudarse en 1942 la campaña en Rusia, numerosos generales habían formado de hecho un frente de resistencia pasiva. El mariscal Ritter von Leeb, que en 1941 mandó el frente norte, con meta en Leningrado, quería en 1942 una retirada general y acabó por renun­ciar. Blumentritt, entonces subjefe del Estado Mayor General, comen­to que Von Leeb "no tenía puesto el corazón en esto. Además de considerar la aventura como sin esperanza, también se oponía al ré­gimen nazi".

El mariscal Von Mackensen y el general Streccius hacían circular una falsa carta del extinto aviador Moelders, a quien se le atribuía una excitativa a la juventud alemana para que no luchara más por el nacionalsocialismo. El general Stuelpnagel, comandante en París, se negaba a adoptar medidas severas para reprimir el sabotaje, que cada día sustraía más fuerzas a la campaña de Rusia.

Hitler sólo percibía parte de la resistencia y hacía cambios por gente que consideraba de confianza, pero el fondo de la conspira­ción o del malestar creado por los descontentos seguía minando los cimientos. El general Blumentritt refirió al historiador británico Liddell Hart que Hitler "envidiaba a Stalin porque tenía un ejército y generales completamente impregnados cíe la propia ideología, mientras que los generales alemanes no tenían las mismas creen­cias fanáticas en el nacionalsocialismo". "Ellos —decía Hitler— tienen escrúpulos, hacen objeciones y no están lo suficientemente conmigo".

Muchos no podían estarlo. Pertenecían a una casta aristocrática, difícilmente asimilable a la doctrina nacionalsocialista. El diplomático Von Papen —antiguo rival de Hitler en la Cancillería .y protector de diversos oposicionistas— afirma que el 90% de la resistencia a Hitler procedía de las derechas conservadoras. En realidad el movimiento nacionalsocialista no estaba ni con las izquierdas ni con los conserva­dores; era un tercer camino que se apoyaba en las masas del pueblo y particularmente en la juventud. Era un socialismo nacional (I) depura­do del control internacional del judaísmo.

Prácticamente Alemania estaba internamente escindida: la extrema izquierda se hallaba anulada en campos de concentración, pero los conservadores de la "clase alta" conspiraban o simplemente se oponían al régimen, Hitler y las masas del pueblo formaban el núcleo de la lucha.

Cuando se reanudaron las operaciones en Rusia, en 1942, muchos de, los generales que habían estado a punto de derribar a Hitler en 1938, primero, y en 1939, después, volvieron a inquietarse. El general Halder, ¡efe del Estado Mayor General, se opuso a los nuevos planes. Censuraba la creencia del Fuehrer, de que la inflexible voluntad para la victoria y la implacable persecución del objetivo hacían milagros. Decía que todo eso eran "especulaciones místicas". Por su parte, Hi­tler se quejaba de "ese predicador turbulento del establecido orden militar" y acabó por destituirlo. En su lugar nombró al general Kurt Zeitzler, quien dice que en el Alto Mando encontró una atmósfera de desconfianza e ira". Nadie confiaba en sus camaradas y Hitler des­ confiaba de todos.

Al destituir a Halder, Hitler le enumeró todas las diferencias y cho­ques que habían tenido y le drjo que esa lucha permanente con el Estado Mayor le había consumido la mitad de sus energías. Agregó que la tarea del Ejército ya no era un asunto de capacidad profesional, sino de "fervor nacionalso­cialista", palabras que ciertamente no hallaban eco en la mayoría de los jefes de Estado Mayor.

Pero a pesar de las remociones, la resis­tencia a Hitler continuaba. El propio Von Paulus, que dirigía el ataque sobre Stalingrado, no tenía mucha fe en la empresa. Hitler observó el 21 de agosto: "Cuando se emprende una acción militar di­ciéndose: ¡Prudencia!, esto puede fracasar entonces no puede menos que fracasar. Cuando se quiere forzar la decisión, hay que estar dispuesto a ir hacia adelante, ocurra lo que ocurra".

(1) Como socialismo que era, es decir, estatismo, fue condenado jus­tamente varias veces por Pío XI y Pío XII. Pero ciertamente no era una doctrina que pudiera invadir al mundo entero, como el comunismo, que es un estatismo aún más absorbente y completamente hipócrita.

Halder refirió posteriormente que a Hitler le hubiera gustado remover a todo el Estado Mayor General, si hubiera te­nido con quién reemplazarlo. Pensaba que los integrantes de ese cuerpo "no ponían todo el corazón en su idea".

"En la Wehrmacht —decía Hitler en 1942— hacen falta cinco días para que una orden mía se traduzca en hechos. En el Partido todo se hace rápida y simplemente. En el Partido reside nuestra fuerza de acción... Desconfío de los oficiales con espíritu dema­siado teórico... Me gustaría saber lo que resulta de las teorías en el momento de la acción". En los oídos de muchos profesiona­les y especialistas esto sonaba a imperdonable herejía. (I)

(1) A principios de este siglo el mariscal Schlieffen decía: "La cali­ficación de estratega no se puede adquirir por nombramiento, sino única­mente por nacimiento". Y otra autoridad en la materia, Von Clausewitz, decía el, siglo pasado: "¿Arte o ciencia de la guerra? Ciencia en cuanto a sus conocimientos. Arte en cuanto a dominar el asunto de que trata... La mayor parte de los conocimientos y aplicaciones útiles en la guerra se condensan en unos cuantos principios importantes... Sólo asi se explica la frecuencia con que han aparecido en la guerra, y en sus puestos más ele­vados, aun como generales en jefe, hombres que hasta entonces orientaban su actividad en dirección completamente distinta. Así se explica también que los más ilustres capitanes no hayan salido nunca de oficiales enciclopé­dicos, casi sabios, sino que la mayor parte tomaban todas sus disposicio­nes sin fundarlas en una gran suma de conocimientos".
Agravando todas esas dificultades internas, el 19 de agosto los in­gleses realizaron un desembarco en Dieppe, Francia, con 253 naves. Utilizaron particularmente tropas canadienses. La división alemana de infantería 302, de las fuerzas de Von Rundstedt, hizo fracasar el ata­que tras de una batalla de ocho horas. La amenaza de que ocurrie­ran otros golpes en mayor escala obligó a Hitler a retirar de Rusia a dos de sus mejores divisiones, la S. S. Leibstahdarte y la Gross-Deutchsland, integradas con tropas y oficiales nazis, fanáticamente adic­tos al Fuehrer.

Simultáneamente, en Francia aumentaban los guerrille­ros y saboteadores y esto obligaba a restarle más fuerza al frente ruso. No obstante todos estos factores adversos, todavía por algún tiem­po el frente soviético siguió siendo empujado hacia atrás, hasta lle­gar al gran recodo del Don, en la región dé Kalatsch, donde el mando soviético decidió cambiar sangre por tiempo, a fin de agrupar másfuerzas en la región de Stalingrado y darles más armamento, del que yaestaba recibiendo de Churchil! y Roosevelt.

El Ministro Goébbels anotó en su Diario que el general Sepp Die-trich, comandante de la división de asalto "Leibstandarte Adolfo Hit!er", le había referido cosas terríficas del pueblo ruso y añadió: "Ese no es un pueblo, sino un conglomerado de animales. El peligro mayor que nos amaga en el Oriente es la imperturbable estolidez de esa masa... Los soldados no se rinden cuando se ven rodea­dos por completo, al contrario de lo que se estila en el Occidente de Europa, sino que continúan peleando hasta que son muertos a golpes".

En efecto, en Kalatsch el mando soviético ordenó que el 1er ejército acorazado y varias formaciones del 62o. de infantería formaran ahí un cerrojo, aprovechando fortificaciones largamente preparadas, para pro­teger a Stalingrado. Trece divisiones de infantería, dos motorizadas y ocho brigadas de tanques, con un total de 250,000 rusos, se afianzaron en Kalatsch, sobre el rio Don. Stalin volvió a hacer una excitativa a sus tropas: "Está amenazada la existencia misma de la URSS. Los soldados del Ejército Rojo deben morir antes que retroceder. ¡Ni un paso atrás!"

Públicamente se censuraba a las tropas que después de un envolvimien­to se consideraban perdidas y capitulaban.

El sistema de los comisarios políticos' (en su mayoría judíos), que apuntalaban la resistencia dé las masas rusas, fue modificado en oc­tubre, para hacerlo más efectivo. Se seleccionaron oficiales judíos o comunistas del movimiento "komsomol" (educados en el odio a todo lo que no es bolchevismo) para comandar desde el batallón hasta el ejército. De junio de 1941 a septiembre de 1942 tales comisarios ha­bían padecido grandes bajas, pero impidieron muchas deserciones y evitaron que la moral se desplomara. Con mucha razón Stalin le dijo un día a su amigo Averell Harriman (después embajador especial de Kennedy) que "en el ejército soviético hace falta más valor para reti­rarse que para avanzar".

La lucha era frenética y el 6o. ejército alemán se valía de toda clase de argucias para continuar el avance. Arrojaban paracaidistas a reta­guardia de los rusos para provocar incendios y aparentar nuevos en­volvimientos; o usaban tanques de cartón al ponerse el sol, para dar la impresión de que disponían dé más fuerza, pero la resistencia se ha­cía cada vez más dura.

En Kalatsch los soviéticos combatieron sin retroceder y sin rendirse. Fue una batalla frenética por ambos lados y se prolongó del 24 de julio al 10 de agosto. Una masa de 250,000, rusos, integrantes del pri­mer ejército blindado y parte del 62o. de infantería, se volvió una mu­ralla viviente que lanzaba repetidos ataques con poderosas fuerzas blindadas. Pistola en mano, los comisarios políticos mataban al que in­tentaba retirarse. Cuando al fin la resistencia se desplomó, el número de prisioneros ascendió sólo a 57,000 hombres, debido a que el número de muertos y heridos había sido extraordinariamente alto. Fueron cap­turados o destruidos mil tanques y 750 cañones.

Tanto por su ímpetu como por su técnica, las operaciones ofensivas alemanas no tenían paralelo en la historia, de las armas. Como tampoco lo tenía, ni siquiera remotamente, la enormidad de los recursos humanos y materiales que la URSS les enfrentaba. El mundo no había visto jamás nada semejante y ningún Estado Mayor del Mundo Oc­cidental llegó a sospechar que batallas como las libradas en Rusia fue­ran posibles. El ministro Vpn Ribbentróp refirió que Hitler le había dicho:

"Stalin es el gran rival que tengo en el mundo. Si alguna vez cae en mis manos, le daré el más hermoso castillo de Alemania para que viva en él. No estará libre, pero no se le hará ningún daño. La creación del Ejército Rojo es una gran obra y el mismo Stalin es una personalidad histórica de calidad extremadamente grande". En otra ocasión agregó: "Ese Stalin es una bestia sucia, pero verdaderamente hay que reconocer que es un tipo extra­ordinario". Hasta el 12 de agosto de 1942 el Ejército Alemán había logrado en el frente soviético los siguientes resultados:

Año 1941 1942 (Hasta el 12 de Agosto) Totales

Prisioneros rusos 3’600.000 1’044.741 4’644.741
Tanques (destruidos o capturados) 18.697 6.261 24.958
Cañones (destruidos o capturados) 26.829 10.131 36.960
Aviones (Abatidos en combate o 22.000 6.000 28.056
Destruidos en tierra)

Las bajas soviéticas, incluyendo prisioneros, muertos y heridos, ascendían a 10 millones.

Los alemanes habían sufrido 337,342 bajas en­tre muertos y desaparecidos y un millón de heridos. Pese a ser inferiores sus pérdidas, relativamente eran más graves que las bolcheviques porque Alemania únicamente tenía 80 millones de habitantes y lu­chaba sola contra la población soviética de 202 millones, reforzada por los enormes recursos de Roosevelt, del Imperio Británico y de otros 30 países aliados.

EL 6° EJERCITO ALEMAN
SE ABRE PASO HACIA SU TUMBA


Con la captura de Kalatsch quedó anulado el principal obstáculo! para el ataque frontal sobre Stalingrado. Los flancos de la progresión alemana con­vergieron sobre la gran ciudad industrial del Volga, llave de las co­municaciones entre el corazón de Rusia y sus campos petroleros del Cáucaso. Su captura significaría el estrangulamiento de la URSS al ser privado el ejército rojo del 85% de su petróleo; además/Moscú y toda su retaguardia industrial quedarían mortalmente amenazados. La fogueada cuarta flota aérea de Wolfram Yon Rjchthófen, hijo del "as" de la primera guerra, apoyaba la embestida aproximada­mente con mil-aparatos. Los nuevos bombarderos Junlcer 86 y Hein-kel 177, capaces de subir a 12,000 metros de altura y burlar así el fuego de los antiaéreos, destrozaron las enormes fábricas Octubre Rojo, Barricadas y Stalin.

El general Von Richthofen habló el 24 de agosto con el general Von Paulus, comandante del 6o. ejército. Lo encontró nervioso y preo­cupado, porque frecuentemente los tanques alemanes quedaban ais­lados de la infantería. En el flanco izquierdo los soviéticos golpeaban con rudeza. Tres días después volvió a verlo igualmente excitado. Von Paulus pedía mayor apoyo aéreo. Varios comandantes coinciden en que Yon Paulus había sido un brillante .miembro del Estado Mayor, pero que las crisis en el frente le restaban facultades, al contrario que su antecesor en el mando del VI ejército, Von Reichenau, que meses antes había- muerto repentinamente.

En los últimos días de agosto el general Hoth operaba con la mitad de su IV ejército bastante al sur de Stalingrado y mediante una osada maniobra logró abrir una brecha en las líneas soviéticas, por lo cual pidió que en la madrugada del primero de septiembre Von Paulus des­viara hacia el sur algunos contingentes del VI ejército, a fin de cercar y aniquilar a los ejércitos soviéticos 62o. y 64o. El mariscal Von Weichs aprobó esa maniobra y se la recomendó a Von Paulus, pero éste tuvo dudas, hizo cálculos y hasta en la tarde del día 2 se resolvió a enviar una columna hacia el sur. Ya Hoth había extendido una poderosa te­naza a retaguardia de los bolcheviques, pero la fuerza de Von Paulus llegó a enlazar hasta el día 3, y ya para entonces los rusos habían per­cibido el peligro mortal y se habían replegado. Una brillante oportu­nidad acababa de perderse por un titubeo de 36 horas.
El 12 de septiembre Von Paulus le sugería a Hitler efectuar una re­tirada, pues juzgaba que la situación era difícil. A Hitler le repugnaba ceder terreno al enemigo, pero además 3 días antes el Estado Mayor le había comunicado que los soviéticos carecían de reservas, y el pro­pio día 12 le llegó otra reiteración sobre el particular, por lo cual se empeñó en que Stalingrado fuera dominado con las fuerzas disponibles.

El 16 de septiembre el general Von Richthofen visitó el frente de Stalingrado, percibió que las cosas no marchaban bien y le aconsejó a Von Paulus que diera mayor ímpetu al ataque.

El 6o. ejército irrumpió en e! centro de la ciudad el 17 de septiembre. Había participado eminentemente en la campaña de Francia, al mando del general Von Reichenau, y luego en la invasión de Rusia. En 1941 per­foró el frente bolchevique en Ucrania y participó en la gigantesca batalla de cerco donde 5 ejércitos del mariscal Budenny fueron ani­quilados por Von Rundstedt y Guderian. Luego libró duras luchas en la zona de Karkov, donde en combinación con el 1er. ejército aniquiló a tres ejércitos soviéticos (9o., 6o. y 57o., en Izyun-Barvenlcovo), y más tarde envolvió y aniquiló en Kalatsch al 1er. ejército blindado del ge­neral Kolpalctschi y a varias formaciones del 62o. de infantería. Finalmente, en septiembre, fue lanzado a capturar la valiosa presa de Sta­lingrado. Algunas de las divisiones de este ejerció habían sangrado tanto que, de la 376 de infantería sólo sobrevivía el 28% de sus com­ponentes; de la 384, el 30% y de la 398, el 32%.

Una vez reforzado con un Cuerpo procedente del IV ejército, el VI ejército constaba de 12 divisiones de infantería, 3 de tanques, 3 motorizadas, I de cazadores y varios regimientos de zapadores e in­genieros, más 2 divisiones rumanas. De sus 375 tanques restaban 163. Inicialmente lo integraban un total de 315,000 hombres. Al irrumpir en Stalingrado encontró que cada calle era una línea de resistencia y cada ruina una trampa o un nido de ametralladoras. El general Von Hartmann, comandante de la 71a. división de infantería que había padecido bajas del 67%, pereció al frente de sus tropas. Rápida­mente la enorme ciudad fue convirtiéndose en un confuso laberinto de ataques y contraataques.

El grueso del 6o. ejército alemán y el 62o. ejército rojo del gene­ral Vasili Chuikov chocaron sangrientamente en los suburbios y en las calles de Stalingrado. Era una lucha frenética casi sin campo de ma­niobra y la mayor hasta entonces dentro de una gran urbe.

Las costosas ganancias alemanas se contaban por metros. Lenta­mente el 62o. ejército soviético fue arrojado a las orillas del río Volga y días después se hallaba terriblemente agotado cuando llegó de re­fuerzo el 16o. ejército del general Rokossovsld, que por estrecho mar­gen evitó el colapso de la resistencia. Luego siguieron días y semanas de encarnizada batalla entre las casas y las ruinas de la enorme ciudad de 60 kilómetros de largo: El fuego de más de dos mil aviones y de 13,000 ametralladoras de los tres ejércitos contendientes barría toda el área de combate. Los refuerzos soviéticos cruzaban el Volga y parte de ellos se infiltraban a través del drenaje y operaban a retaguardia de las avanzadas alemanas.

Fue una lucha de características únicas. Los pilotos de los bombar­deros alemanes de picada tuvieron que afinar la puntería, con guías de la ciudad en la mano, para atacar objetivos enemigos situados a unos cuantos metros de las fuerzas atacantes. Cada ventana era un centro de resistencia. Luces de bengala de diversos colores ilumina­ban siniestramente el cielo por la noche; eran señales convencionales con que las tropas de uno y otro bando se transmitían mensajes lu­minosos.

Los puentes de pontones que los soviéticos retenían a través del Volga eran destruidos o averiados durante el día, pero por la noche volvían a restaurarlos y pasaban refuerzos para los dos ejércitos rojos que lentamente, seguían siendo desalojados de sus madrigueras.
(El fuego fue tan devastador que todavía dos años después de si­lenciarse, el periodista norteamericano William L. White escribió que la ciudad había desaparecido: "Allí sólo quedan algunas paredes sin techo. Fábricas destrozadas con restos de maquinaria, retorcidos y herrumbrados").

A fines de octubre las nueve décimas partes de Stalingrado se ha­llaban dominadas o destruidas por el 6o. ejército. Propiamente dicho había cesado la importancia estratégica de la ciudad, pues su indus­tria bélica estaba fuera de combate, pero era una cuestión de prestigio acabar de dominar, ahí la situación. Nikita S. Kruschev, que se había distinguido aniquilando a grupos rusos anticomunistas y que se había ganado el calificativo de "carnicero de Ucrania", era el ¡efe político de la resistencia ante el 6o. ejército alemán. A fines de octubre logró que Stalin le enviara seis divisiones de refresco. Por su parte, Alemania tenía inmovilizadas en la costa francesa 29 divisiones. Siete de ellas hubieran sido suficientes para decidir rápidamente la lucha en Stalin­grado, pero el Almirante Canaris (jefe del servicio secreto alemán y traidor a Alemania) exageraba el peligro de una invasión, con objeto de que esas fuerzas continuaran inmóviles, pese a que la invasión aun tardaría cerca de dos años.
Y mientras Stalingrado era el escenario principal de la guerra, el 8 de noviembre Roosevelt y Churchill desembarcaron tropas en Noráfrica, con la secreta cooperación del Mariscal Petain. Esto abría un nuevo frente contra Italia y el sur de Francia. Hitler acudió de nuevo en auxilio de Mussolini, por el cual tenía no sólo afecto, sino admiración, y 13 divisiones de la reserva estratégica de Alemania —que podían haber decidido la lucha en Stalingrado— fueron enviadas a Túnez (África) para proteger a Italia, ¡unto con 400 aviones retirados del frente ruso. Al parecer el Mando Alemán volvió a creer que afron­taba las últimas reservas bolcheviques y supuso —como un año an­tes lo hizo frente a Moscú— que el enemigo carecía de fuerzas orga­nizadas para una contraofensiva de invierno.

En ese crítico momento el coronel general Von Paulus establecía su cuartel general en la Plaza Héroes de la Revolución, situada en el centro de la ciudad.

El 16 de noviembre el general Von Richthofen, jefe de la 4a. flota aérea, volvía a visitar el frente de Stalingrado y reportaba al Alto Man­do que tres divisiones blindadas estaban a la defensiva, en vez de ser empeñadas en la batalla. Sugería el relevo de Von Paulus, "que lucha con desgano", según decía. Ya 15 días antes se había quejado de que sus bombardeos no eran suficientemente aprovechados por las tropas de Von Paulus debido" "al cansancio del mando" y a "los formalismos burocráticos".

El 16 de noviembre, súbitamente, como es normal en esa región, empezó el invierno con vendavales y hielo en el Volga. Para entonces había sido ya reducida la dura resistencia bolchevique en las enor­mes fábricas de tanques y cañones "Octubre Rojo, "Barricadas" y "Stalin". La temperatura descendió a 20° bajo cero y el combate se hizo extremadamente penoso.

El 19 de noviembre, 64 días después de iniciada la batalla, una ines­perada catástrofe surgió en las heladas riberas del Volga. Al noroeste de la ciudad, en el flanco izquierdo del 6o. ejército, se hallaba el ter­cer ejército rumano, y los rusos descargaron allí por sorpresa un ma­zazo con 24 divisiones y brigadas. Algunos tanques penetraron a reta­guardia, los rumanos perdieron la moral y abandonaron el frente sin poder ni siquiera comunicar a Von Paulus lo que estaba ocurriendo. En 4 días perdieron 74,000 hombres, 34,000 caballos y todo el armamento pesado de 5 divisiones.

Y en el sur de la gran urbe los soviéticos aplicaron otro golpe ge­melo sobre el 4o. ejército rumano que cubría el flanco derecho del 6o. ejército. Los dos sectores rumanos se desmoronaron rápidamente.

Dado que la resistencia de una cadena es igual a la resistencia del más débil de sus eslabones, los bolcheviques golpearon en los dos puntos de menor dureza.

(Tanto la aviación alemana como el 3er. ejército rumano habían reportado amenazadoras concentraciones rusas frente al Volga, pero el Alto Mando no les prestó mucha atención porque se hallaba viva­mente impresionado ante las tremendas bajas soviéticas y no creía factible que lanzaran una ofensiva. Hitler había dicho que los rusos se hallaban al final de sus fuerzas y el general Zeitzler, jefe del Estado Mayor General, había reiterado a mediados de noviembre que "los rusos ya no cuentan con reservas dignas de ese nombre" y que no podrían lanzar ninguna ofensiva de importancia. Los informes secretos de que disponía eran absolutamente falsos).

Fue la Luftwaffe la primera en advertir las perforaciones del frente. El coronel Hans Ulrich Rudef lo refiere con las siguientes palabras: "Estamos volando casi a ras del suelo cuando de pronto descu­brimos. .. Pero no... No puede ser... Que Dios nos ampare... ¿Rusos?... ¡No!... A mitad del camino de nuestro punto de acción nos encontramos con masas turbulentas humanas, todos vestidos de uniforme color kaki, pero no son rusos... son ruma­nos. .. ¡Nuestros aliados!... Podemos distinguir cómo varios tiran hasta sus armas de mano para poder correr más rápido... Es una escena dantesca. Sospechamos el advenimiento de una ca­tástrofe, de una hecatombe. Seguimos volando a lo largo de'las columnas fugitivas hasta llegar, a las posiciones de artillería de nuestros aliados. Las piezas de campaña han sido abandonadas sin ser destruidas previamente. Todo está sembrado de munición.

Un poco más allá nos encontramos con las primeras unidades de los rojos ya en posiciones rumanas abandonadas. Inmediatamente los atacamos con bombas y con los cañones de a bordo, pero ¿para qué? Ya nadie les ofrece resistencia en tierra... Una ira incontenible nos invade y volvemos a temer lo más horrible, lo jamás esperado... ¿Cómo podremos salvar esta situación, cómo hacer para detener la marcha de esta catástrofe que se cierne sobre nuestras tropas?

Con una amargura jamás experimentada lanzo mis bombas y rastreo con mis ametralladoras las hordas asiá­ticas que se lanzan sobre nuestro ejército. Como un mar de co­lor amarillo sucio avanzan las masas bolcheviques, incontenibles, sin límites... Ya no me queda ni una sola bala, ni siquiera para poder defenderme contra posibles cazas... Nuestros ataques son bajo estas circunstancias como una gota de agua sobre una plan­cha caliente, pero no quiero pensar en eso ahora".... (I) Al ser arrollados al primer impacto los dos ejércitos rumanos que cubrían los flancos del 6o. ejército alemán, una tromba de 71 Divisio­nes y brigadas blindadas soviéticas se precipitó hacia la retaguardia alemana, en tres días de avance capturó Kalatsch y el 6ó. ejército quedo cerrado-en una bolsa que equivalía a un cuadrilátero de 90 kiló­metros por lado.

De hora en hora fluían más reservas rusas y pronto hubo ocho ejér­citos soviéticos íntegros alrededor del 6o. ejército alemán, o sean los siguientes; el 62 por el oriente, sobre el río Volga; el 66 y el 24 por el norte; el 65 y el 21 por el poniente, el 57 y el 64 por el sur, y el 5 por el sudoeste.

Entretanto en el interior de ese círculo el 6o. ejército seguía ba­tiéndose contra grupos de los ejércitos 62 y 16 que se aferraban a la parte oriental de la ciudad o que sostenían cabezas de puente sobre el Volga. Días antes tenía la victoria al alcance de la mano, pero su situación había cambiado y ahora sería prensado por los cuatro puntos cardinales. Lo que la víspera era pacífica retaguardia que lo unía con el resto del frente y con la lejana Patria (a dos mil kilómetros de distancia), se convirtió en otra línea de combate.

Para entonces los efectivos del recién copado 6o. ejército ascen­dían a 235,00 soldados alemanes, descontadas ya las .bajas sufridas en 64 días de combates por la posesión de Stalingrado.

En esas condiciones, Hitler pensó inicialmente en un repliegue rom­piendo el cerco mediante un ataque concentrado y repentino. El ma­riscal Rommel dice en sus "Memorias" que cuando la orden en ese sentido iba a ser enviada, intervino Goering (segundo de Hitler y ma­riscal del aire), con las siguientes palabras: "¡Pero, mi Fuehrer, no nos mostremos débiles! Abasteceremos a Stalingrado desde el aire".

(1) Piloto de Stukas.—Por el Cor. Hans Ulrich Rudel.

Hitler, a quien le repugnaba autorizar repliegues, cambió de parecer-y ordenó a Von Paulus que organizara sus tropas en forma de "erizo" y que se sostuviera mientras se preparaban tropas que fueran a re­forzarlo. Entretanto, se le abastecería por aire de víveres, combustible y municiones.

Para esto se necesitaría abrirse paso a través de la aviación sovié­tica y hacer llegar diariamente a Stalingrado un mínimo de 300 trans­portes "Junker 52" y "Heinlce! III", con 550 toneladas de abaste­cimientos.

El jefe del Estado Mayor General, Kurt Zeitzler, insistía casi diaria­mente ante Hitler para que ordenara la retirada del 6o. ejército. Como afirmaba que el abastecimiento por aire no era posible, Hitler llamóa Goering y éste reiteró que sí, a lo cual Zeitzler gritó: "¡Mi Fuehrer! Eso es mentira". Goering palideció y repuso que él sabía más de avia­ción que Zeitzler. No se llegó a ninguna conclusión. Poco después Zeitzler volvió a insistir en la retirada, Hitler llamó al mariscal Keitel y al general Jodl, quienes opinaron que era mejor seguir resistiendo en Stalingrado. "Observe usted, general—dijo Hitler a Zeitzler— que mi opinión es compartida por esos dos jefes, ambos más antiguosque usted".

Goering ya no era el mismo de antes de la guerra, se inclinaba á la vida fácil y descuidaba su trabajo. La audaz promesa que había hecho no pudo cumplirla. En vez de ras 500 toneladas diarias de abas­tecimientos ofrecidas sólo envió 100, y esto únicamente los prime­ros días.

La misión de organizar el rompimiento del cerco soviético de Sta­lingrado le fue encomendada al mariscal Erich Von Manstein, el ven­cedor de Crimea, quien asumió la jefatura del Grupo de Ejércitos del Sur. Inmediatamente trazó un plan para atacar el cerco ruso desde dos direcciones, o sea por el oeste y por el suroeste. Desde esta última dirección se lanzó el 4o. ejército blindado, al mando del experimen­tado general Hoth.

En marchas forzadas las tropas de Hoth ganaron terreno a través de las estepas nevadas e hicieron retroceder a 5 divisiones soviéticas, pero luego chocaron con el 51o. ejército ruso enviado de refuerzo. Sin embargo, el avance continuó todavía varios días y la distancia iba acortándose. A 300, a 200, a 100 kilómetros de Stalingrado... Las fuerzas alemanas.de rescate se aproximaban jadeantes al cerrojo de la gigantesca trampa... Se les pide un esfuerzo supremo: ¡el 6o. ejército debe ser salvado!...

Mientras, los copados han tenido que reducir su ración alimenticia a 200 gramos de pan, un plato de caldo y 20 gramos de carne de caballo. Más tarde es frecuente ver soldados royendo huesos de ca­ballo. Después de noventa días de combate este ayuno es desastroso y hay hombres que pierden hasta 20 kilos de peso. Cada soldado recibe una dotación diaria de 30 cartuchos para utilizarlos sólo en des­esperados casos de defensa personal. La capacidad de fuego va mer­mándose a cada momento que pasa. Después que se cerró el cerco las condiciones higiénicas han empeorado y los casos de disentería au­mentan. El servicio médico resulta insuficiente en la emergencia y las bajas crecen desalentadoramente. No siempre las avanzadas pueden relevarse en un plazo razonable y de nuevo hay numerosos casos de' congelación; las extremidades se hielan hasta quebrarse como si fueran de cristal. La única esperanza son las fuerzas de Hoth que arre­meten por fuera del cerco.

El 19 de diciembre, casi un mes después de consumado el sitio, el 4o. ejército de Hoth llega a 48 kilómetros de Stalingrado. Desde allí es ya visible el resplandor de la batalla que sigue sosteniendo el 6o. ejército, encerrado entre las ruinas de la presa que trataba de ganar.

El general Hoth lleva una larga impedimenta con 3,000 toneladas de víveres, gasolina y municiones para entregarlas a los copados en cuan­to se logre hacer contacto con ellos. Por momentos parece que el milagro se va a realizar.

En estas horas decisivas las tropas del general Hollidt se disponían a lanzar otro ataque para perforar el cerco soviético en sus líneas oc­cidentales, pero en el flanco norte de Hollidt varias divisiones italianas huyen ante el rumor de un ataque ruso. Esto abre otro boquete en el frente y Hollidt tiene que ceder tropas para cubrirlo, lo cual im­posibilita su ataque hacia Stalingrado. El 4o. ejército de Hoth tam­bién tiene que deshacerse de la 6a. división blindada para cubrir el sector de los italianos.

¡Con cuánta razón Stalin había dicho que ni los italianos ni los rumanos contaban para él como enemigos! Hopkins le preguntó en una ocasión si no habían aparecido tropas italianas en el frente y Stalin contestó riendo: "El ejército soviético no cuenta con otras divisiones que las alemanas”.

Frustrado así el ataque de Hollidt, sólo queda a Von Manstein el mermado 4o. ejército de Hoth para tratar de romper la trampa. Al 4o. ejército se le enfrentaban primero cinco divisiones soviéticas, pero luego fueron reforzadas por el 51o. ejército y poco después por el 2o. de la guardia. Los tanquistas y la artillería antitanque alemanes no se daban punto de reposo tratando de abrirse paso para auxiliar a sus camaradas copados. "Era abrumador ver aquellas manos fra­ternas hacia nosotros tendidas".

En opinión de Von Manstein hubo algunos momentos en que el 6o. ejército pudo haber salido de la trampa si hubiera empujado resuelta­mente. El 18 de diciembre Von Manstein pidió a Hitler autorización para que se realizara esa maniobra, pero Hitler puso por condición que el 6o. conservara a la vez sus posiciones en Stalingrado y que sólo rompiera el sitio para recibir abastecimientos.

Sin embargo, lo que decidió que el 6o. no intentara la ruptura —dice Von Manstein—fue su propio comandante, Von Paulus, y su jefe de Estado Mayor, general Arthur Schmidt. Ambos creyeron al principio que tenían más probabilidades de sobrevivir manteniéndose inmóviles en Stalingrado que intentando romper el sitio.

Asumiendo toda la responsabilidad de su acción, el 19 de diciem­bre Von Manstein le ordenó a Von Paulus que se desprendiera de Sta-Itngrado y atacara en dirección del 4o. ejército de Hoth, para rom­per el cerco, pero Von Paulus juzgó irrealizable esa maniobra y se negó a ejecutarla alegando que carecía de combustible.

Von Manstein comenta: "Tantas probabilidades como brindase de salvación una salida, tantas llevaba de acabar en desastre. Pero Paulus se hallaba ante la viva imagen de la catástrofe... ¿íba­mos a esperar, después de todo esto, que el Mando de los cer­cados fuese a salir airoso, de una operación sobremanera ardua en sí misma, cuando el comandante en jefe y el jefe de Estado Mayor de las fuerzas que habrían de llevarla a cabo empezaban por estimarla descabellada?" (I)

Por otra parte, los pilotos de caza hacen vuelos continuos tratando de apoyar el avance hacia Stalingrado, en tanto que otras escua­drillas intentan abastecer al 6o. ejército entre las ruinas de la ciudad. El mal tiempo impide incluso arrojar víveres con paracaídas. El fracaso del abastecimiento por aire es completo, contra lo que Goering había hecho creer a Hitler. Las medicinas también escasean y dieciocho milheridos esperan turno para ser curados. Los médicos apenas duermen minutos.

Las tropas de Hoth hacen supremos esfuerzos y algunas avanzadas llegan a 30 kilómetros de la urbe sitiada. Son horas de gran expecta­ción y los soviéticos lanzan tenaces contraataques para no soltar su presa. El diezmado 4o. ejército queda inmóvil dando golpes en el mismo sitio y recibiendo los del enemigo, cada momento más pode­rosos. Ya no avanza ni un metro más. Por su parte, los que están den­tro de la trampa —sitiados por 8 ejércitos soviéticos—, apenas pue­den sostener sus posiciones. Von Paulus le reporta a Von Manstein qué carece de combustible para que sus cien tanques supervivientes puedan intentar el rompimiento desde dentro.

El rescate se frustra definitivamente el 25 de diciembre. Ese día el 4o. ejército alemán se bate en retirada acosado por los ejércitos so­viéticos 51 y 2 de la guardia. La última esperanza se disipa para el 6o. ejército a medida que el estruendo de la artillería va haciéndose cada día más lejano, hacia el oeste, como síntoma ominoso de que las tropas de auxilio son alejadas del cerrojo de la trampa.

(1) Victorias frustradas.—Mariscal Erich von Manstein.

Desde ese momento el 6o. ejército sabe que está irremisiblemente perdido. Los 8 ejércitos rojos van estrechando el sitio.

Al consumarse el cerco soviético el 19 de noviembre, un peligro todavía peor comenzó a perfilarse en todo el sur del frente alemán en Rusia. Embistiendo con 143 divisiones y brigadas, los rojos ha­bían hecho desaparecer de la escena a dos ejércitos rumanos ya uno italiano. Esto dejó abiertos enormes huecos en el frente e hizo po­sible el sitio de Stalingrado, pero además quedaban las puertas fran­cas para que los soviéticos avanzaran sobre Rostov y coparon a tres ejércitos alemanes, o sean el 4o. que trataba de auxiliar al 6o., y el 1o blindado y el 17o. de infantería que operaban en el Cáucaso (Ordzonilcide). Es decir, peligraba cerca de un millón de hombres, in­cluyendo servicios de intendencia, de maestranza y de aeropuertos.

Eso hubiera sido un desastre triple al de Stalingrado. Como de las 143 grandes unidades utilizadas por los bolcheviques en su gran, ofen­siva, 60 divisiones mantenían el cerco del 6o. ejército, Hitler ordenó a éste que siguiera resistiendo. Era urgentísimo ganar tiempo para formar nuevas reservas que acudieran a apuntalar todo el sector sur-del frente y también para que los dos ejércitos del Cáucaso lograran replegarse y evitar su copamiento.

El mariscal Von Manstein dice que no había otra .alternativa. Se necesitaba el sacrificio del 6o. ejército para salvar a los demás del ala sur y para evitar que se desplomara todo el frente, que medía 2,900 kilómetros de largo y que se hallaba a más de dos mil kilómetros de sus bases en Alemania. Por eso comenta que "el tributo del 6o. ejército fue el mayor que a ningún soldado habíasele pedido: seguir luchando por sus camaradas hasta el último cartucho, cuando ya sabía que para él no había salvación".

A fines de diciembre Hitler reiteró a Von Paulus la orden de "¡Re­sistir!" Von Paulus transmite la orden a sus comandantes de división; los comandantes de división la transmiten a sus comandantes de regi­miento y ellos a cada compañía, a cada puesto de mando, a cada soldado. Después de cuatro meses de penosa batalla, y ya sin espe­ranzas de salvación, el espíritu de combate y de sacrificio no se ha " extinguido. Bajo la abrumadora prueba, la voluntad y la disciplina forjan el milagro...

Él 26 de diciembre Von Paulus comunica a Von Manstein: "El pan se terminará mañana; la manteca esta noche y algunas corporaciones no tendrán cena desde mañana"...

Así transcurren 51 días desde que se inició el envolvimiento y 115 desde que se inició la lucha en la ciudad. Es el 8 de enero y el 6o. ejército sigue en su puesto. De 235,000 hombres que lo integraban en el momento de ser sitiado, han caído aproximadamente la mitad. Al­gunas de sus 21 divisiones se han sacrificado casi íntegramente; las 3 motorizadas y las 2 blindadas carecen ya de combustible. La temperatura es de 28 grados centígrados bajó cero y los soldados son espectros que han consumido casi toda la grasa de su cuerpo; algunos se parapetan entre caballos recién muertos, en busca de algo de calor.

Ahora se lucha por una casamata, por un embudo de granada, porun montón de escombros que sirva de refugio.

Ese día 8 de enero (1943) el general Rokossowski suspende el fuego y arroja volantes a los copados explicándoles, que ya nada podrá sal­varlos y les pide su rendición. En un golpe psicológico les ofrece abrigo, atención médica y comida. ¡Todo un paraíso, en medio de aquella desolación!... Poco después unos parlamentarios rusos aparecen en el frente con banderas blancas. La consigna es recibirlos a tiros, y a tiros son rechazados. La lucha se reanuda en todo el frente.

Los restos del 6o. ejército son comprimidos cada vez en un área menor. Una cuña bolchevique se clava profundamente en el centro y quedan separadas las fuerzas alemanas del norte y del sur dé la ciudad. Cada penetración abre un nuevo sector de combate. Los pocos tanques que aún pueden maniobrar son requeridos de diver­sos puntos a la vez. Los cañones antiaéreos ya no se preocupan del espacio; ahora escatiman las pocas granadas que les quedan para proteger a la infantería en los puntos más expuesto.

Los comandantes de regimientos, reducidos a batallones o compañías, y los coman­dantes de compañías reducidas a pelotones, comunican de hora en hora su comprometida situación. La respuesta sigue siendo la misma: "¡Resistir!"... Y todos resisten una día y otro día, y una semana y otra semana, ya sin esperanzas de salvación.

El general Zeitzler dice que Ios cercados sabían que las condiciones en que vivían "podían únicamente ser más horribles si la muerte no llegaba. Muchas unidades de artillería inutilizaban sus cañones tras disparar sus últimas granadas. Los conductores incendiaban sus vehícu­ los al agotarse la gasolina".

Era aquello el estertor de un gran ejército, veterano de la batalla de Flandes, del envolvimiento de Kiev y de la batalla de Karlcov. Nadie lo hubiera imaginado cuatro meses antes. Cerca de 200,000 hombres habían caído muertos, heridos o enfermos. Nunca un ejército copado había resistido algo semejante y sufrido tal cantidad de bajas y de privaciones. Aunque más numerosos, los ejércitos bolcheviques copa­dos en Minsk, en Smolensk, en Kiev, en Vyazma y en Bryansk, se ha­bían desplomado en menor tiempo y con menor desgaste. Por pri­mera vez un ejército alemán estaba agonizando.

En los tres años de guerra era común y corriente que ejércitos polacos, franceses, belgas, yugoslavos, griegos, ingleses y soviéticos fueran copados y destruidos, pero por primera vez un ejército alemán corría esa misma suerte. Esto dio al suceso una extraordinaria resonancia mundial.

Y mientras el drama de Stalingrado tocaba a su fin, 13 divisiones alemanas de primera línea (195,000 hombres), que podían haber evitado ese desastre, combatían al otro lado del Mediterráneo, en Ñoráfrica, para apuntalar el frente italiano contra las fuerzas de Roosevelt y de Churchill

El 12 de enero se calculaba que él 6o. ejército no podría resistir más de dos o cuatro días. En el sector norte diez divisiones rusas em­bestían sobre la 3a. división de infantería y la 29 motorizada alemanas, que se aferraron obstinadamente al terreno y destruyeron cien tan­ques soviéticos; De momento, el peligro se conjuraba allí. En el sector sur, la 297 división de infantería afrontó un diluvio artillero, destruyó 40 tanques y consiguió restablecer sus maltrechas líneas. Al nordeste, la 16 división blindada alemana estaba a punto de la postración.

El 13 de enero el capitán Behr, del Estado Mayor, voló al cuartel general de Von Manstein para poner en sus manos el diario de guerra del 6o. ejército. Era aquella la entrega de las memorias de un coloso moribundo.

El día 14 muchas avanzadas comienzan a replegarse hacia las ruinas del centro de la ciudad y se observan brotes de postración psicológica, pues algunos soldados ya no auxilian a sus compañeros heridos. Es como si la desgracia, que abruma a todos, los volviera insensibles. Cerca de ochenta mil habían caído muertos o gravemente heridos. No había ningún soldado que no hubiera perdido a varios o a todos sus compa­ñeros de grupo.

El 16 de enero la Luftwaffe pierde el último aeródromo que le, que daba en Stalingrado. Hitler se indigna ante el fracaso de Goering y ordena al mariscal Milch que Intente hacer algo por los copados. Milch recupera un aeródromo y comprueba que Goering no había desplegado todos los recursos que tenía a su alcance. El número de vuelos podía duplicarse. Bajo el apremio de Milch la Luftwaffe hace un último y tardío esfuerzo que en total habrá de costarle 488 avio­nes y mil tripulantes. A ese alto costo logra llevar algún auxilio a los sitiados y evacuar a treinta mil heridos.

El "19 de enero hay 259 grandes unidades soviéticas en todo el fren­te sur de Rusia, de las cuales 90 se hallan manteniendo el cerco de Sta­lingrado. Si el 6o. ejército se desplomara, estas 90 divisiones se lanza­rían como un huracán sobre toda el ala sur alemana y ocurriría una catástrofe sin precedente. La noche de ese día desfallece la moral en algunas unidades alemanas y Von Paulus se lo comunica a Hitler, quien le responde: "No cabe pensar en la capitulación. El ejército cumple su misión histórica al resistir para hacer posible la creación de un nuevo frente al norte de Rostov y facilitar al mismo tiempo el re­pliegue del grupo de ejércitos del Cáucaso". Estos ejércitos po­drían auxiliar al 6o., pero llegarían hasta mediados de febrero.

El 20 de enero el comandante Thiel, de la 9a. escuadrilla aérea de combate, se queja con Von Paulus de que no descargan rápidamente los abastecimientos y Von Paulus, nervioso, le grita: "¡Está usted ha­blando con hombres muertos. Nos encontramos aquí por orden del Fuehrer. La Luftwaffe nos ha dejado en la estacada!..." El 22 de enero, perdido de nuevo su último aeródromo, Von Paulus pide autorización a Hitler para negociar la rendición. Hitler le niega el permiso alegando que nada se ganaría porque los soviéticos no tie­nen conmiseración con los prisioneros. (En el sector italiano habían capturado recientemente a 80,000 soldados y los despojaron de sus abrigos, de sus víveres y a muchos hasta de sus botas y los hicieron marchar por la nieve varios días. Sólo quedaron diez mil supervivien­tes).

El día 24 los comunistas insistieron ante Von Paulus en que se rindie­ra, éste consultó por radio con el Alto Mando y Hitler le contestó negativamente y envió un mensaje a las tropas diciéndoles que lucha­ban no sólo por Alemania, sino por "todo el mundo occidental".

Y así llega el 31 de enero. 71 días desde que se consumó el sitio soviético y 138 desde que se inició la lucha en Stalingrado. Como un estímulo Von Paulus fue ascendido a mariscal, con el ominoso ante­cedente de que en la historia del Ejército Alemán ningún mariscal había sido hecho prisionero. Pero precisamente ese día juzgó que nada podía exigirles ya a sus tropas. Oficiales que no podían resistir más la tensión —dice el general Zeitzler— permanecían de pie en la línea de fuego, disparando contra el enemigo hasta caer "acribillados por las balas, poniendo así fin a la agonía. Agrega que "cuando se recuerdan las condiciones físicas, sicológicas y climatológicas en que lucharon, no existen palabras para describir el amor al deber que ellos mostraron".

El primero de febrero Von Paulus capituló; en la madrugada del día 2 cesó el fuego en el norte de Stalingrado, y al medio día en el sur. La transmisión radial fue cerrada con las palabras "¡Viva Alemania!" Los restos del 6o. ejército dejaron de existir como fuerza de combate y 90,000 supervivientes, casi en los huesos y en harapos, salieron de sus escondrijos para iniciar la marcha mortal hacia el cautiverio, en donde la mayoría de ellos iba a perecer... En sus lejanas tierras, en Alema­nia, a dos mil kilómetros de distancia, las banderas ondeaban a media asta y durante una semana las campanas de los templos doblaban a muerto... ¡Eran las exequias por el 6o. ejército que había caído lu­chando contra el bolchevismo!
La capitulación de Von Paulus y de sus generales, después del ejem-' pío que sus tropas habían escrito con su sangre, enfureció a Hitler. "¡Deberían haberse atrincherado y suicidado" gritó. (I) "No sé qué pensar de un soldado que titubea y es hecho prisionero. Pue­do entenderlo sólo en el caso del general francés Henri Honoré Giraud. Von Paulus permitió que 50,000 de sus hombres murieran defendiendo a Stalingrado hasta el final.

(1) El Diario Militar de Hitler.—Fragmentos.
¿Cómo pudo entregarse a los rusos? Me asombré la primera vez que me preguntó qué debía hacer. ¿Cómo podía preguntar? .¡Qué fácil fue para Udet! ¡La pistola! Esa es la cosa más fácil de hacer. En esta guerra nadie más será ascendido a Mariscal de Campo... y lamento haberlo hecho con Von Paulus. Quería cumplirle su último deseo. ..

"Tenemos hombres que hacen algo con nada y otros que nada pueden hacer aunque lo tengan todo. Von Manstein tiene gran ta­lento y triunfa si cuenta con material de primera clase, combusti­ble y suficientes municiones. Pero si algo le falta es un hombre perdido. En mi opinión, el factor más decisivo es que las tropas tengan buena moral. Si alguien me dice que, la moral no tiene efectos sobre los ejércitos, le responderé esto: soy un hombre que me he formado a mí mismo y ahora dirijo la más grande or­ganización que jamás haya existido. Si un oficial dice que la moral no tiene influencia sobre los hombres, mi respuesta es: su influen­cia no tiene valor. Debe usted retirarse".

Von Paulus y Von Seydlitz (otro de los que capitularon), se prestaron para formar una especie de gobierno pelele alemán al servicio de Stalin. Al conocer esa traición, el ministro alemán Paul Goebbels anotó en su Diario: "Esta es una de las peores noches de toda mi vida. Leí el discurso que transmitió por la radio de Moscú el general Von Seydlitz. Este alto aristócrata es el marrano mayor del grupo de generales alemanes. Nada me gustaría más que escupirle la cara".

Von Paulus no solamente estaba faltando a su juramento como soldado, sino también a la lealtad que merecían los millares de soldados que perecieron bajo sus órdenes. No se puede pedir a los hombres que luchen hasta la muerte por una causa y luego capitular y colocarse en el bando opuesto. El disgusto de Hitler era tan grande o mayor que el de Goebbels; acerca de una conversación entre ambos, Goeb­bels refiere en su diario:

"Hitler está absolutamente asqueado de los generales... No come ya a la mesa de ellos, en el Cuartel General. Dice que todos ellos mienten, que todos son desleales, que se oponen al nacional­socialismo y que son reaccionarios... En la casa del hermano del coronel general Schmidt, a quien se aprehendió por traición, se encontraron varias cartas de ese coronel general, que hablaban muy mal del caudillo. ¡Y sin embargo era uno de los generales de quien Hitler pensaba especialmente bien!" (I)

También con Eva Braun tuvo Hitler desahogos sobre ese frente in­terno que le creaban los generales: "Está furioso en contra de los generales que lo abandonan pérfidamente y que hacen lo con­trario de lo que él ordena". Asimismo transcribe la siguiente ob­servación de Hitler: "Les dije netamente mi opinión. No es exa­gerado repetir, como lo hago continuamente, que se trata para nosotros de vencer o desaparecer. No lo pueden comprender y piensan todavía que se evitará lo peor".

Entretanto, el general Ludwig Beck, el general Hammerstein Equord, el Almirante Canaris, el Dr. Goerdeler, el banquero Schacht y otros ampliaban su círculo de conspiración. La Gestapo había estado a un milímetro de descubrir a Canaris, y por lo tanto toda la trama, pero los paracaidistas judíos arrojados en Lídice mataron al subjefe Hey-drich y la investigación quedó desarticulada.

Era notable que la mayoría de los generales se hallaban enterados de ciertas fases de la conspiración pero ninguno quiso delatarla, aunque la rechazaran. Von Manstein opinó que "cambiar el jockey en plena carrera" era peligroso; Von Bock dijo que no quería hablar de conspiraciones; Von Kluge se mostró indiferente; Von Küchler con­testó que no le interesaba la política, etc.

Y la conspiración seguía adelante minando las más altas "esferas del mando.
(Grupos aislados trataron de escapar del cerco de Stalingrado, pero murieron en el camino o fueron capturados. Sólo se supo de uno que logró atravesar las líneas soviéticas, o sea el suboficial Niewig, pero 24 horas después lo alcanzó una granada en un hospital y pereció. Du­rante toda la batalla de Stalingrado los bolcheviques hicieron 107,800 prisioneros, que utilizaron en trabajos forzados. Diez años después sólo sobrevivían seis mil).

(1) Durante su época de mayores triunfos el VI ejército estuvo bajo las órdenes del mariscal Reichenau. El último año de su existencia lo comandó Von Paulus, quien murió 14 años después, en la Alemania cautiva, bajo vigilancia soviética. Pocos ex compañeros suyos que lograron verlo dijeron que mostraba síntomas de perturbación mental o de hallarse drogado.

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