jueves, 28 de mayo de 2009

Capítulo IX 2ª Parte

ABREN LAS PUERTAS DEL MUNDO AL BOLCHEVISMO

El 28 de noviembre de 1943 los "tres grandes" se habían reuni­do en Teherán y Stalin había pre­ndo a Roosevelt y a Churchill que "el ejército rojo estaba atenido al buen éxito de la invasión angloamericana de Europa Oxiden tal. Si esa invasión no ocurría, recalcó Stalin, sería muy difícil para los rusos continuar la lucha. Estaban ya fatigados a causa de la guerra. Temía que un sentimiento de aislamiento pudiera surgir en el ejército rojo". (Memorias de Churchill). El Premier británico repuso que la invasión se iniciaría siempre que los alemanes no tuvieran en Francia más de 12 divisiones móviles en la zona de desembarque y que no dispusieran de más de 15 para lanzarlas al combate antes de 60 días. Para conseguir esto se reque­ría que el ejército rojo vigorizara su ofensiva y mantuviera ocupadas las reservas estratégicas de Hitler. En ese momento de vida o muer­te para el régimen bolchevique las potencias occidentales podían ha­ber impuesto condiciones que aseguraran la paz futura.

Churchill intentó débilmente que se garantizara la independencia e integridad de Polonia; alegó que la guerra se había iniciado pre­cisamente con esa bandera, pero Stalin interpuso inmediatamente el apoyo de Roosevelt y logró que la garantía no se otorgara. Con la manifiesta anuencia del Presidente, "Stalin insistió en que Rusia debía incorporar a su territorio toda la Polonia Oriental... se mostró inflexible y Churchill tuvo que aceptar finalmente sus demandas, dando Roosevelt su asentimiento a este acuerdo". ("La Ame­naza Mundial", William C. Bullit).

Esta inaudita traición a Polonia y a Estados Unidos (pues Roosevelt no sometió sus compromisos a la aprobación del Congreso ameri­cano, como era de ley) fue después denunciada por el embajador norteamericano Arthur Bliss Lane, quien dejó su cargo en Varsovia a fin de poder revelar libremente la increíble complicidad de Roose­velt con la URSS.

Otro de los puntos que se trataron en la conferencia de Teherán fue el plan del judío Morghentau —secretario del Tesoro en el ré­gimen de Roosevelt— para desmantelar a Alemania después de que ocurriera su rendición. Churchill pidió un trato menos duro para las provincias alemanas del sur, alegando que la población era allí me­nos belicosa y por tanto más fácil de ser absorbida.

Según añade el propio Churchill en sus Memorias. Stalin apoyó el plan Morghentau. "Cuando tiene uno que enfrentarse con grandes masas de tropas alemanas —dijo— las encuentra a todas com­batiendo como diablos, como pronto habrán de aprenderlo los británicos y los americanos... Fundamentalmente no había nin­guna diferencia entre los alemanes septentrionales y los alemanes meridionales, porque todos los alemanes combatían como bes­tias feroces... El presidente Roosevelt se declaró calurosamente por el acuerdo. No había diferencia entre los alemanes. Los bávaros no tenían una casta de oficiales, pero por lo demás, eran exactamente como los prusianos, y esto ya lo habían descubierto las tropas americanas".

En esa junta quedó asimismo de manifiesto que Stalin se proponía subyugar y comunizar a Polonia, Rumania, Hungría, y Checoslovakia. (I) A pesar de esa evidente amenaza, dice el diplomático norteamericano William C. Bullit: "el Departamento de Estado empleó su influencia con los corresponsales y columnistas de Washington para dar nuevos toques de color rosa al cuadro soviético en Estados Unidos; todos los comunistas y sus simpatizadores secun­daron, felices, la campaña para engañar al pueblo norteameri­cano acerca de la índole y metas de la dictadura soviética.

"Los jóvenes sensatos que conocían la verdad, pero que se preocupaban más por sus carreras que por su Patria, y que es­taban prestos a declarar que Stalin había cambiado, fueron as­cendidos rápidamente y se convirtieron en los explotadores des­preciables del desastre norteamericano. El Departamento de Es­tado, el Departamento de Hacienda y muchas otras dependen­cias de épocas de guerra aceptaron en sus oficinas a los simpa­tizadores de los .soviéticos. El Departamento de Guerra comenzó a admitir partidarios del comunismo y a permitir que los comu­nistas declarados sirviesen como oficiales con derecho a examinar la información confidencial. Se estableció en Washington una red de simpatizadores de los bolcheviques y se enviaron al go­bierno chino y a la América Latina apologistas de los métodos soviéticos. (2)

"Así, la mayor parte de los norteamericanos, prefirieron la mentira agradable a la verdad desagradable; y mientras nues­tros soldados ganaban la guerra, nuestro gobierno perdía la paz". ("Cómo los EE. UU. Ganaron la Guerra y Cómo están a Punto de Perder la Paz".—William C. Bullit).

Esta extraña política contraria a los intereses del pueblo nortéamericano y de todo el mundo occidental, pero favorable a la camarilla judía que había tendido un puente entre la Casa Blanca y el Kremlin, fue también percibida por el Secretario de la Defensa de los Estados Unidos, James V. Forrestal, quien anotó en su diario el 2 de septiem­bre de 1944: "Veo que cuando cualquier norteamericano sugiere que actuemos de acuerdo con las necesidades de nuestra propia se­guridad, con frecuencia se le llama un maldito fascista o impe­rialista, en tanto que si el Tío Pepe sugiere que necesita las pro­vincias del Báltico, la mitad de Polonia, toda la Besarabia y un acceso al Mediterráneo, todo el mundo está de acuerdo en que él es un individuo excelente, franco, sincero y generalmente de­licioso".

(1) Churchill dice en sus Memorias que en octubre de 1944, en media loja de papel, le propuso a Stalin que la URSS se quedara con el 90% ie Rumania, con el 50% de Yugoslavia, con el 50% de Hungría, con el 75% de Bulgaria y con el 10% de Grecia. Stalin puso un signo de aprobación con su lápiz azul, y Churchill comenta sin sonrojos: "Todo había quedado arreglado en menos tiempo del que nos tomó sentarnos".

(2) Sin el apoyo de Rooseveit y de sus herederos sería imposible el sostenimiento de los cuadros comunistas en Latinoamérica, como imposible fue que se sostuvieran consulados y hasta simples comercios alemanes en casi todo el Continente cuando Rooseveit así lo determinó.

Actualmente el marxismo sigue ganando terreno en Iberoamérica debido al apoyo secreto que le brindan los gobiernos masónicos. A su vez, éstos son apoyados por el movimiento político israelita que tan decisivamente influye en el Gobierno de Washington. Para no provocar alarma hay un comunismo de mampara, ineficaz y risible, y otro detrás, que es el efectivo, y que trabaja con fineza y discreción.

La traición de Roosevelt al pueblo norteamericano y al mundo oc­cidental se inició en 1933 con su insidiosa fórmula de que el nacio­nalsocialismo alemán —y no el marxismo judío— era una amenaza para Occidente. Congruente con esa traición, Roosevelt protegió la propagación del comunismo en E. U. y en Latinoamérica. Luego en 1939 alentó a Polonia, Francia y la Gran Bretaña para que prefirieran la guerra antes que la amistad con Alemania, y en 1940 se esforzó por que no se realizara un armisticio germano-británico.

En 1944 Mr. George H. Earle, representante personal de Roose­velt en Turquía, fue a tratarle al Presidente la posibilidad de obtener una rendición alemana en el Occidente, si se impedía que el bolche­vismo penetrara en Europa. Roosevelt rechazó el plan. Mr. Earle insistió en que el comunismo era un peligro mundial y manifestó su propósito de denunciarlo así, pero Rooseveit se lo prohibió, lo destituyó de su cargo en Turquía y lo envió a Samoa como segundo gobernador de 16,000 nativos.

Es asimismo evidente que Roosevelt logró sus reelecciones con dinero del Erario —encauzado a través del Nuevo Trato— y mediante falsa promesa de que no llevaría al país a la guerra, pero una vez consumada su reelección lo empujó a la contienda. En 1940 era tan grande el número de cesantes en Estados Unidos que las dádivas oficiales del régimen (costeadas por el "Nuevo Trato") le aseguraban a Roosevelt los votos de una gran masa de ciudadanos. Y con esta maniobra genial, creando por un lado la crisis y por el otro una especie de beneficencia pública con dinero del contribuyente, se burló en esencia el libre juego de la democracia, aunque en la forma se la respetaba escrupulosamen­te. El régimen rooseveltista pudo así perpetuarse en el poder. En todo esto debe reconocerse el genio político de los consejeros judíos de Roosevelt.

La traición de este último tuvo otra evidencia cuando puso todos los recursos norteamericanos al servicio del bolchevismo, sin exigir ninguna garantía para la paz futura; pero esta traición se tornó todavía más monstruosa cuando en la conferencia de Teherán dio carta blanca a la URSS para que se desbordara sobre la Europa Oriental y sojuzgara.

LA INVASIÓN ALIADA DE EUROPA OCCIDENTAL

Después de la conferencia de Te­herán, en la que Stalin le dijo a Roosevelt que el ejército rojo se aliaba exhausto y que no podría sostenerse si no se abría un frente más contra Alemania, Roosevelt y Churchill activaron los preparativos le la invasión angloamericana de Francia. Esta operación se denominado "segundo frente", pero en realidad había ya seis frentes terrestres contra Alemania: el de Rusia, el de los Balcanes, el de Italia y el de guerrilleros y saboteadores en las zonas ocupadas, más los frentes aéreos y navales.

Roosevelt quería que la invasión se realizara en 1943, pero Churchill logró frenarlo porque entonces había en Francia más de 12 divisiones alemanas móviles. Se decidió que para iniciar el desembarque ¡e requería que Hitler no pudiera llevar de otro» frentes más de 15 divisiones en un plazo de dos meses. Los acontecimientos posteriores demostraron que ese cálculo era correcto. En el momento del desem­barque las fuerzas aliadas sólo podían hacer frente a un máximo de 12 divisiones alemanas de maniobra, y a no más de 27 en los meses siguientes. Churchill dice que si la operación se hubiera intentado en 1943, como Roosevelt quería, "nos habría llevado a una sangrienta derrota de primera magnitud, con incalculables reacciones sobre el re­sultado de la guerra".

Las fuerzas angloamericanas de invasión agrupaban en 1944 todo el poderío armado de que disponían las potencias occidentales con­sistente en 91 divisiones (60 norteamericanas, 14 británicas, 5 cana­dienses, I I francesas en el exilio y una polaca). Quince de las 60 di­visiones norteamericanas eran blindadas y contaban con 4,155 tanques. Las 91 divisiones aliadas disponían en total de 12,000 cañones. Y lle­vaban para su abastecimiento y transporte a través de Francia cuarenta mil vehículos, mil locomotoras nuevas y veinte mil furgones y carrostanque. Dos puertos prefabricados, con rompeolas artificiales, fueron remolcados hasta la costa francesa.

Es un hecho poco conocido que no obstante los cinco años que Ale­mania llevaba en guerra, se requirió que Roosevelt y Churchill lanzaran todos los recursos que movilizaron y que transcurrieran ocho meses de combate para anular los avances que el ejército alemán logró en 42 días durante la campaña de 1940 en el frente occidental. El es­fuerzo aliado fue tan grande que el teniente coronel Cari T. Schmidt dice que: "en Estados Unidos no quedaban tropas de reserva como tales, sólo reemplazos". (I) Y el coronel Richard E. Weber, instructor norteamericano de artillería, afirma que "al terminar la guerra mundial segunda habíamos .llegado hasta el tope en busca de recursos huma­nos". (2)

El ¡efe del Estado Mayor General norteamericano, general George C. Marshall, dice asimismo: "A pesar de que dos tercios del ejército alemán estaban comprometidos en la lucha del frente ruso, nues­tro país tuvo que emplear todos sus hombres idóneos a fin de hacer la parte que le tocaba". (3)

A primera vista puede parecer inexplicable por qué Alemania (con 80 millones de habitantes) sostenía 176 divisiones en el frente ruso y 133 en otros frentes, y en cambio Estados Unidos (con 140 millones de habitantes) agotaba su potencial bélico empleando 60 divisiones en la invasión de Europa. (4) Y la Gran Bretaña (con 40 millones de ingleses) sólo aportaba 14 divisiones para ese frente primordial. La explicación de este desproporcionado esfuerzo consiste en que los pue­blos occidentales no querían la guerra ajena a la cual se les empujaba para salvar a la URSS. Y como la oposición era latente, fue necesario hacer una selección rigurosa, garantizar un bienestar muy alto a los enrolados y sobrecargar en exceso los abastecimientos. Es natural que todo esto impidiera que el número de combatientes fuera mayor.

En la primera guerra mundial el soldado norteamericano disponía de una ración diaria de 1.9 kilogramos; en la segunda, de 3.1 kilogra­mos, En la primera guerra, por cada cien norteamericanos en el frente había 274 en los servicios de apoyo; en la segunda, por cada 100 com­batientes había 400 hombres suministrándoles equipo y confort (Es­tados Unidos movilizó un total de 12 millones trescientos mil hombres).

(1) La Proporción Divisionaria de Tropas de Apoyo en las dos Gue­rras Mundiales.—Teniente Coronel Cari T. Schmidt, instructor del Ejér­cito Norteamericano.

(2) La Economía de los Recursos Humanos.—Coronel Richard E. We­ber. del Ejército Norteamericano.

(3) La Victoria en Europa.—General George C. Marshall.

(4) En 1943 sólo operaban 4 divisiones norteamericanas contra los japo­neses, reforzadas con 6 divisiones australianas.

El Tte. Coronel Schmidt dice significativamente: "Parecíamos sentir que la lealtad no podía ganarse a no ser que el Ejército actuara paternalmente hacia ellos y pusiera su comodidad personal sobre todo lo demás".

Cuando la división SS "Das Reich" capturó unas cocinas americanas, los soldados alemanes se quedaron sorprendidos. "Ignoraban —dice uno de ellos— que pudieran existir comidas tan de ensueño para soldados en el frente".

Roosevelt otorgó 2.800,818 condecoraciones para alentar la moral de las tropas, o sea más del doble que el número de los soldados 3 participaron en acciones de guerra. Y a fin de hacer menos duras condiciones del combate, a cada división se le asignaron 700 toneladas diarias de abastecimiento, equivalentes a tres veces y medio el abastecimiento de cada división alemana en tiempos normales. En consecuencia, el esfuerzo logístico en el frente aliado de invasión ascendía a la enorme suma de 63,000 toneladas diarias. Todo esto era apoyo para la moral, pero aun así el soldado sentía estar librando a guerra innecesaria y frecuentemente ocurrió que un 25% de las fueran ocasionadas por neurosis. Los hospitales atendieron un millón de casos neurosiquiátricos.

Como jefe de las 91 divisiones aliadas se hallaba el general Dwight ivid Eisenhower, descendiente de una familia que en el siglo XVIII había emigrado de Alemania debido a la hostilidad que los judíos sufrían por parte de los nacionalistas alemanes. Jacobo Eisenhower y la pequeña Rebeca crecieron y se casaron en Estados Unidos y fueron los abuelos de Dwight David, que en el siglo XX habría de regresar a Alemania como vengador de sus antepasados.

Esas 91 divisiones contaban además con una poderosa quinta columna en Francia para facilitarles el avance. Los franceses comunistas, degaullistas y giraudistas se unificaron poco antes de la invasión y organizaron 900 grupos de saboteadores, espías y guerrilleros. Desde 1942 los aviones aliados arrojaban equipo bélico a ese movimiento de resistencia, que para 1944 ya tenía de sesenta mil a noventa mil enrolados. Recién iniciada la invasión, los alemanes capturaron el puesto 5 mando de un Cuerpo Americano y se quedaron sorprendidos al encontrar ahí un mapa en el que figuraban todos los dispositivos alemanes de defensa, con líneas de comunicaciones, cuarteles, etc. El propio general Eisenhower escribió:

"Los hombres de Francia libre ha­bían sido de valor inestimable en la campaña en toda Francia. Estuvieron particularmente activos en Bretaña; pero en cada por­ción del frente obtuvimos la ayuda de ellos en múltiples formas. Sin ella, la liberación de Francia y la derrota del enemigo en el Occi­dente de Europa habría costado muchísimo más". La noche del 5 al 6 de junio de 1944 llovieron 11,000 toneladas de bombas sobre los contingentes alemanes en la costa francesa de Normandía, en tanto que las flotas inglesa y norteamericana se aproxima­ban a la costa y con el fuego de sus cañones protegían el desembarque de los atacantes. Había un total de 4,266 naves, incluyendo las de guerra y los transportes. Los alemanes disponían en la zona de invasión de 42 pequeñas embarcaciones torpederas y de algunos submarinos que se consumieron en los primeros seis días de lucha. Contribuyeron a hundir 64 barcos aliados y a averiar 106.

Con las primeras luces de la madrugada una flota de más de mil pla­neadores y transportes condujeron hasta la retaguardia del frente ale­mán, a 20,000 soldados y paracaidistas, provistos de armas automá­ticas, cañones ligeros y unidades blindadas. La operación se realizó bajo un techo de 2,000 aviones de caza y coordinadamente miles de saboteadores franceses volaban puentes y cortaban comunicaciones entré 35 puestos alemanes de mando.

Los aliados utilizaron en la invasión un total de 12,837 aviones, 7,428 eran bombarderos y 5,409 eran cazas). La Luftwaffe disponía entonces de un total de 3,222 aparatos, pero en el sector de la invasión sólo había 100 cazas y 219 de otros tipos. Por cada avión alemán n el aire había 20 de los aliados.

Las aviaciones de Roosevelt y Churchill hicieron un derroche de fuego y concentraron ataques en masa hasta sobre pequeños contingentes enemigos; por ejemplo, en Noiy le Sec el bombardeo fue tan vasto que resultaron destruidas 3,800 viviendas y hubo 15,000 víctimas francesas, de un total de 23,000 habitantes.

De entre los bosques y las ruinas surgieron las diezmadas unidades alemanas, primero para limpiar su retaguardia de paracaidistas y saboteadores y luego para lanzarse contra los contingentes de invasión. EI centro de gravedad de las 14 divisiones británicas se descargó hacia eI empalme de Caen. Churchill anunció gozosamente que la vanguardia e sus tropas blindadas había entrado ya en la población, pero poco después fueron arrojadas hacia la costa durante una terrífica batalla que se trabó al llegar la 12a. división panzer de tropas dé asalto "Hiter Jugend", al mando del general Kurt Meyer, de 34 años de edad.

En la batalla de Caen los muchachos SS. del movimiento "Juventud Hitlerista" se lanzaban "como lobos" sobre los tanques, según dijo n comandante británico al general inglés Desmond Young. "Nos veíamos obligados a matarlos contra nuestra voluntad", confesó. Tal era el fin de esa juventud que vivía los primeros y últimos días de su existencia rodeada de enemigos porque su patria había tenido la osadía e atacar al marxismo israelita del Oriente.

Y al sur de Caen comenzaban a irrumpir las 60 divisiones norteamericanas. Sus embestidas hacia el interior de Francia también eran sangrientamente detenidas en la cabeza de playa. Veintenas de millares de jóvenes estadounidenses cambiaban su vida por palmos de terreno, todos los protagonistas de la batalla eran en realidad víctimas de un mismo drama de esfuerzo y sangre a lo largo de la costa francesa.

Entre los muchachos alemanes que perecían en Francia frenando la invasión y los muchachos norteamericanos que morían por darle impulso había un punto de contacto y un común denominador de sus destinos: unos y otros caían por culpa del movimiento político judío.

Y la diferencia sólo consistía en que mientras los alemanes sabían esto, los norteamericanos lo ignoraban y creían estar luchando por la democracia y la libertad; una libertad que Roosevelt, Stalin y Churchill ya habían convenido suprimir en Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania y toda la Europa Oriental. El único beneficiario de esa lucha contra el marxismo israelita.

El drama de los jóvenes norteamericanos que perecían en Normandía era una sarcástica paradoja. Muchos años antes el noble pueblo estadounidense había abierto los brazos de su hospitalidad a millares de hebreos; éstos habían prosperado en las ricas tierras de Norteamé­rica, pero usando de su astucia, aguzada en siglos de ejercicio, y abu­sando de la sencillez sin malicia del americano, le habían arrebatado ya el timón de su destino. Con Roosevelt en la Casa Blanca, el poder del judaísmo era tan grande que podía derramar pródigamente la san­gre de los hijos de sus benefactores. Con vidas ajenas el judaísmo político realizaba sus afanes de venganza y de hegemonía mundial.

LOS RECURSOS DE HITLER CONTRA LA INVASIÓN

Desde el norte de Alemania hasta el sur de Francia, 4,800 kilómetros de costa se hallaban amenazados de in­vasión. Los atacantes podían escoger diversos puntos para aplicar el golpe y era humanamente imposible erigir una muralla impenetrable.

De acuerdo con los principios generales de la ciencia militar se re­ quiere como mínimo una división por cada 11 kilómetros de frente amenazado; en consecuencia, una verdadera muralla fija habría requerido 436 divisiones desplegadas a lo largo de los 4,800 kilómetros de costas, lo cual era absurdo e imposible, supuesto que sólo se dis­ponía de 58 divisiones —muchas de ellas incompletas y con personal enfermo o bisoño.
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Parte de esas divisiones usaban cañones franceses, polacos, checos y rusos. La 70a. división se componía de soldados enfermos del estó­mago y de oficiales mutilados, y el 30 por ciento de la infantería del 7o. ejército estaba formado por voluntarios rusos.

La única alternativa viable era dejar grandes extensiones de costas apenas vigiladas por guarniciones y reconcentrar los mejores elementos en los puntos que se juzgaban más amenazados. Una reserva estratégica móvil de 15 divisiones podía poner en grave peligro la invasión (según cálculos de Churchill y sus peritos), pero Hitler carecía ya de tropas para formar esa reserva.

Según la ciencia militar ortodoxa, el punto más amenazado era la parte angosta del Canal de la Mancha, o sea la región de Boloña, Calais y Dunkerque. En esa zona el mariscal Rundstedt congregó 15 divisiones. Por razones logísticas estaba seguro de que allí ocurriría la invasión. Hitler creyó esto sólo temporalmente.

Desde marzo, tres meses antes del ataque, Hitler tuvo la idea de que la invasión ocurriría en Normandía, o sea exactamente donde ocurrió. Los generales Warlimont y Blumentritt, el mariscal Rundsted y varios de los ayudantes de Rommel así lo testificaron ante el historiador bri­tánico Liddell Hart. "Por todas partes —declaró el general Warli­mont— Hitler buscaba reservas para mandarlas a Normandía. Alegaba que de no rechazar la invasión inmediatamente el frente se ampliaría y sería imposible contenerlo".

Meses antes del ataque Rommel había sido nombrado comandante de las tropas del frente occidental, bajo las órdenes del mariscal Von Rundstedt, quien lo consideraba "un comandante de división muy ca­paz" pero carente de estudios de Estado Mayor. Por su parte, Rommel se sorprendió de que en los tres años anteriores sólo se hubieran sem­brado dos millones de minas, como defensas auxiliares. Haciendo un supremo esfuerzo él logró completar un total de seis millones, pero ya no tuvo tiempo de alcanzar su meta de 50 millones. Tampoco pudo clavar estacas en los campos propicios para el descenso de planeadores enemigos. De ese descuido en la defensa parece responsable Von Rundstedt, de quien el general Von Geyr Schweppenburg, coman­dante del grupo panzer de Occidente, declaró que era "un caballero sabio y diestro” pero que en 1944 ya estaba avejentado y padecía de "resignación psíquica". El general Guenther Blumentritt agrega que Von Rundstedt sustentó siempre la opinión de que la guerra es­taba perdida desde el comienzo. Todo su Estadp Mayor conocía esta manera de pensar, lo cual ciertamente no era nada favorable para la eficacia de su tarea.

Rommel se sorprendió también de que se careciera totalmente de informes acerca de los preparativos aliados de invasión. La tarea de averiguar algo acerca de esos preparativos había estado en manos del Almirante Canaris, quien al ser removido por su aparente ineficacia dejó en ese puesto clave a su cómplice el coronel de Estado Mayor George Hansen. ¡La traición seguía su curso!... (Fue hasta la víspera dé la invasión cuando se tuvo un indicio de que iba a empezar porque fue interceptado un mensaje aliado, en clave, alertando al movimiento de resistencia en Francia).

Los generales Von Geyr y Guderian querían concentrar las fuerzas móviles blindadas (que eran el núcleo de la defensa contra la inva­sión) a considerable distancia de la costa. Rommel alegaba que la aviación aliada las inmovilizaría y las quebrantaría antes de que par­ticiparan en la lucha, y quería que la costa fuera la principal línea de concentración y de combate. Hitler coincidía en esto con Rom­mel, pero Rommel no coincidía con Hitler en cuanto al punto probable de invasión. Mientras el Fuehrer veía hacia Normandía, Rommel tenía fijos los ojos bastante más al norte, en la parte angosta del Canal de la Mancha, lo mismo que Von Rundstedt, que Jodl y que el general Von Salmutch, jefe del 15o. ejército.

Von Kluge decía que Rommel era osado, pero que ante los reve­ses se volvía mentalmente inestable. El Alto Mando lo consideraba un táctico excelente, pero no un estratega. El general Geyr insistía en que los tanques no debían dispersarse en las costas, como barri­cada, sino concentrarse bastante atrás para acudir al punto peligroso, pero Hitler alegó que no quería interferir la táctica de Rommel. Y en estas circunstancias, nada satisfactorias para la defensa, ocurrió la apertura del nuevo frente. (Ya demasiado tarde Rommel reconoció que había sido un error dispersar los tanques cerca de la costa, según dice el general Geyr). Para colmo, en el momento de la invasión Rommel se hallaba celebrando un bautizo y no estaba en su puesto de mando. Esa misma noche una célula encabezada por el escritor Ernst Jünger había reunido en una velada a varios oficiales del Estado Mayor del Grupo de Ejércitos "B" para seducirlos hacia un plan de conspiración contra Hitler, a la vez que el jefe del 7o. ejército y otros comandantes se transladaban a Rennes "para un ejercicio de cuadros".

Entretanto, la invasión se iniciaba. En el Cuartel General de Hitler hubo un respiro de alivio, pues al fin se había disipado la gran incóg­nita. Eva Braun refiere ese momento: "Cuando anunciaron el comienzo de la invasión yo estaba en el Cuartel General. Me sentí aterrada, pero bien pronto noté que todos parecían aliviados. El (Hitler) dijo: 'Por fin sabemos dónde se produce la operación. Hitler me man­dó inmediatamente a casa. En realidad quería que fuese a Suiza o Suecia. Quiero quedarme en Alemania, y como él está dis­puesto a mantenerse hasta el fin, ¡que suceda lo que suceda!"

En los 320 kilómetros de la costa de Normandía donde se produjo el ataque aliado, había sólo 4 divisiones fijas de defensa costera y dos divisiones móviles, de reserva, o sean las SS Panzer 2a. "Das Reich" y la la. "Leibstandarte Adolfo Hitler", que llevaron el peso del pri­mer impacto. Luego llegaron precipitadamente la 9a. "Hohenstaufen" y la 10a. "Frundsberg", que habían sido retiradas poco antes del frente ruso. La ausencia temporal de los mandos ocasionó que se per­dieran valiosísimas horas en enviar, de la región de París a la costa de invasión, a la 21a. división blindada, a la "Lehr" y a la 12a. SS de ca­rros de combate "Hitlerjugend". Hubiera sido de grandes consecuen­cias su participación en el combate, ocho horas antes, en el sector donde embestían 14 divisiones británicas y 5 canadienses.

El acierto de Hitler para prever el punto de la invasión no fue ex­plotado al máximo por sus generales. "Parecía que la tan ridiculizada intuición del Fuehrer —dice Liddell Hart— estaba más cerca de la marca que los cálculos de los hábiles soldados profesionales". Aunque Hitler había previsto que la invasión sería por Normandía, luego aceptó el punto de vista de Von Rundstedt y de Rommel, de tal manera que accedió a inmovilizar 15 divisiones de primera clase en la región más angosta del Canal de la Mancha. Cuando final­mente fueron llevadas a Normandía, ya era demasiado tarde.

Y nuevamente en horas críticas iba a surgir la vieja pugna entre Hitler —que sólo había sido cabo en la primera guerra— y muchos de los viejos generales académicos, quienes se sentían celóse? de que les diera directivas en la ciencia de la guerra —que seguía siendo tam­bién un arte cuyo secreto se escabulle de las manos del científico—.Esta escisión interior del Alto Mando fue otro factor que contribuyó incalculablemente al desplome de Alemania.

Así ocurrió la paradójica situación de que mientras Hitler acerta­ba en prever la invasión por el punto donde iba a llegar, y mientras las tropas iban a lanzarse fanáticamente contra el alud de fuego de un enemigo superior en número y en elementos de combate, muchos generales manejaban con una mano el frente y con la otra se aliaban a la vieja y vasta conspiración para derrocar al Fuehrer.

En las sombras se movían el general Ludwig Beck (conspirador desde 1933), el Almirante Canaris y el doctor Stroling, alcalde de Stuttgart, quien para ganarse a Rommel comenzó por minar la moral de su esposa: "Rommel se hallaba en posición extraordinaria —dice el general británico Young—. Por un lado era el defensor del frente occidental y por el otro creía que esa defensa era imposible, y formaba parte de una conspiración para hacer la paz. Si tenemos la bomba atómica —dijo Rommel al Almirante Ruge— creo que es nuestro deber continuar". Pero ya el escepticismo había prendido en él. En el momento de la invasión, dice el general Von Geyr, Rommel retuvo la 2a. división blindada, con vistas al derroca­miento de Hitler, y cuando se vio forzado a enviarla al frente retuvo la I 16 división acorazada.

Hitler fue invitado a visitar el frente de invasión. Para, el efecto, se trasladó a Margival, Francia. Los conspiradores contaban con que el .19 de junio llegaría a La Roche-Guyon, donde Rommel lo haría prisionero. Pero mientras tanto una bomba V-l cayó cerca de Mar­gival, después de haber desviado extrañamente su curso. Hitler re­celó, tuvo raros presentimientos y ya no fue a la ¡unta. Cuando estaba .amenazada su vida "hacía gala de un instinto realmente animal", dice Von Schramm.

(El 13 de marzo de 1943 ya había fallado otro atentado cuando el general Trechkow mandó colocar una bomba de tiempo en el avión de Hitler, durante una visita que éste hizo al frente de Smolensk. La bomba no estalló).

Por otra parte, los bombardeos, la traición de Italia en 1943, la escasez de materias primas y e! movimiento de resistencia demoraron en varias ocasiones el proceso de fabricación en serie de las diver­sas armas que ya estaban concluidas y probadas. La V-l llegó con algunas semanas de atraso al momento crítico en que podría haber rendido el máximo resultado. De 100 a 150 bombas de este tipo co­menzaron a ser lanzadas diariamente sobre Inglaterra a partir del 13 de junio, desde 607 rampas situadas en la costa de Francia y de Bél­gica, pero ya una semana antes las fuerzas aliadas habían desembar­cado en Normandía.

Como la V-l no era suficientemente precisa, no podía usarse sobre la zona de invasión; en cambio, hubiera sido de valor táctico y de enorme valor psicológico si hubiera podido lanzarse poco antes sobre las concentraciones de tropas del sur de Inglaterra. Esa oportunidad se había perdido por escasísimo margen.

Sin embargo, la V-2 (mucho más precisa, devastadora e invulnera­ble que la V-l) estaba siendo ya producida en serie, y asimismo se hallaban en vías de quedar listas otras armas que podían desquiciar el sistema de abastecimientos militares y violentar al pueblo inglés para que forzara a su gobierno a aceptar la paz. Por otra parte, una pila atómica había sido concluida en Heiderloch y se trabajaba fe­brilmente en el mecanismo de detonación. Precisamente por todo esto Hitler se empeñaba en prolongar la resistencia para dar tiempo a que esas y otras armas pudieran entrar en acción.

Entretanto, numerosos generales no compartían esas esperanzas, y la conjura años atrás iniciada estalló el 20 de julio (1944) cuando el aristócrata coronel conde Von Stauffenberg —jefe del Estado Ma­yor del Ejército del Interior— colocó una bomba debajo del escri­torio de Hitler en su Cuartel General. La explosión mató inmediata­mente al taquígrafo Berger que se hallaba sentado frente a Hitler. El general Korten (al lado de Hitler) murió poco después con las dos piernas voladas. El coronel Brandt y el general Schmund perecieron días más tarde a consecuencia de las heridas. Hitler- resultó con un brazo lesionado, que posteriormente le quedó casi paralítico, y con el tímpano derecho dañado.

Von Stauffenberg divisó saltar en pedazos la sala de conferencias, dio por muerto a Hitler y poco después fue a comunicárselo por te­léfono al Almirante Canaris. Las líneas telefónicas se hallaban ya cen­suradas y hasta entonces la Gestapo comprobó la traición que tan diestramente había desempeñado Canaris, jefe del servicio militar de contraespionaje desde antes de la guerra. En su casa se le descu­brieron documentos que comprobaban plenamente su culpabilidad y la de otros muchos cómplices, y después de 9 meses de prisión se le ejecutó. (Dos años antes se había salvado mediante el asesinato de Heydrich).

El mismo día del atentado el coronel Von Stauffenberg fue dete­nido. Por unos momentos el general Olbricht trató de seguir adelante con el plan "Valkiria" de conspiración, pero su cómplice, el general Fromm —comandante del Ejército del Interior— volvió a titubear y consideró que ya no era posible. Von Hase insistió en la conjura y ordenó al comandante Remer que con su Regimiento de Vigilancia de Berlín sitiara todos los Ministerios. Pero para entonces ya el Mi­nistro Goebbels se había percatado de la situación, dio la voz de alarma a la división SS "Leibstandarte Adolfo Hitler" y llamó a su despacho al comandante Remer. Luego puso a éste en comunicación telefónica con Hitler, para que se cerciorara de que estaba vivo. Al escuchar Remer la voz del Fuehrer le protestó su lealtad y recibió órdenes de volverse contra los conspiradores, que se quedaron sin tro­pas que los secundaran.

Entonces el general Fromm quiso cubrir su culpabilidad y mandó fusilar precipitadamente a Von Stauffenberg y a Olbricht. Al mismo tiempo le dijo al general Ludwig Beck —pretendido sucesor de Hitler— que se suicidara. Beck se vio perdido después de once años de conspiración, se hizo un disparo y erró el tiro, se hizo otro disparo y sólo se causó una herida leve; entonces el general Fromm ordenó a uno de sus ayudantes que lo rematara. A continuación el propio Fromm no pudo borrar su participación en el complot y fue ejecutado.

Otro de los conjurados, el mariscal Von Witzleben, comenzó a dar órdenes como jefe de la Wehrsmacht, pero no tardó en ser detenido y fusilado. Igual suerte corrieron los generales Paul von Hase, coman­dante de Berlín, y Helmut Stieff, jefe de la Sección de Organización del Estado Mayor del Ejército.

El general Erich Hoeppner, a quien el ex banquero Schacht había alentado a la conspiración, también fue fusilado. El general Lindémann (asimismo alentado por Schacht) se suicidó después de ser cap­turado. El propio Schacht fue detenido, pero no se encontró ninguna prueba contra él; los documentos comprometedores los había ente­rrado en el jardín de su casa. (Aún vive y tiene un banco).

La vasta trama iba descubriéndose por las declaraciones de algu­nos reos o por los documentos capturados. Los generales Wagner y Von Trechkow se suicidaron cuando iban a ser detenidos.


El general Von Stuelpnagel, comandante de la guarnición alemana de Francia detuvo a los jefes de la Gestapo y de las SS (tropas selec-. tas de Hitler) "que se hallaban en París. Luego fue a entrevistarse con «I mariscal Von Kluge, comandante del frente occidental, de quien esperaba que se uniera a la conspiración. Pero Von Kluge ya había recibido noticias de que Hitler vivía y le repuso a Von Stuelpnagel: "jConsidérese relevado de su cargo!... ¡Vístase de paisano y desapa­rezca usted!"... Sin embargo, Stuelpnagel regresó a París, estuvo va­cilante algunas horas y por fin puso en libertad a los detenidos, a quie­nes había pensado fusilar a la mañana siguiente. Más tarde fue llamado a Berlín para que informara de su extraña conducta. Durante el via­je se detuvo en los campos de Verdún, donde había combatido en la - primera guerra mundial, y se dio un tiro, pero sobrevivió, quedó cie­go y días después fue ejecutado.

En la conspiración figuraban 150 miembros del Estado Mayor Ge­neral, allegados a sus antiguos jefes, los generales Ludwig Beck y Franz Halder. Algunos de ellos, como el general Trechkow y el coronel Stauffenberg, pensaban en matar a Hitler desde los días en que la guerra parecía ganada por Alemania, al ser derrotada Francia. (I)

(1) El Estado Mayor Alemán Visto por Halder.—Por Peter Bor. El propio Halder. que llamaba "cabo" y "tamborilero" a Hitler; se carteaba con el Dr. Goerdeler, máximo coordinador de los conspiradores. Sin embargo, Halder nunca llegó a actuar directamente en la conjura porque decía que no era compatible con el honor militar.

Al parecer, el mariscal Von Kluge (comandante del frente occidental . contra la invasión) tuvo momentos de duda, pero al fin decidió no unirse a los conjurados. Confidencialmente refirió que desde 1943 lo habían visitado en Smolensk (Rusia) unos emisarios de los conspirado­res general Beck y mariscal Witzleben. "En realidad —dijo después del fallido atentado— hubiésemos debido dar parte de lo que se planeaba desde entonces. Pero ¿quién hace una cosa así?"

Quebrantado por esos acontecimientos, Von Kluge trató inútilmen­te de realizar un plan de Hitler para cortar los abastecimientos de las fuerzas aliadas de invasión. Luego recayeron sospechas sobre él y se le ordenó que entregara el mando al mariscal Model. Decepcionado, Von Kluge escribió una carta a Hitler y luego se envenenó con cianuro. "No puedo resistir —le decía— el reproche de que he sellado la suerte del Occidente a través de medidas defectuosas y no tengo medios con qué defenderme a mí mismo. Saqué una con­clusión de todo esto y me estoy despachando hacia donde ya se encuentran miles de mis carneradas. No le he tenido miedo a la muerte. La vida ya no tiene significación para mí... Deben existir medios y caminos para llegar al fin de la guerra e impe­dir sobre todo que el Reich caiga en manos de los bolcheviques...

Mi Fuehrer: yo siempre he admirado su grandeza y su actitud en esta lucha gigantesca y su férrea voluntad de afirmarse usted mismo y el nacionalsocialismo. Si los hechos son más fuertes que su voluntad y su genio, se debe esto a la fuerza del Destino. Ha luchado usted con honor en una gran batalla. Este es el certi­ficado que le extenderá la posteridad. Muéstrese usted ahora a la misma altura si es necesario poner fin a esta guerra sin espe­ranza. Parto de aquí, mi Fuehrer, como uno que conscientemente ha cumplido con su deber hasta lo humanamente posible y que le ha correspondido a usted mucho más de lo que usted tal vez haya reconocido.^-Viva mi Fuehrer.—Mariscal Von Kluge'.

Rommel —hasta quien los hilos de la conspiración habían llegado maño­samente a través de su esposa— nun­ca estuvo de acuerdo en que Hitler fuera asesinado, mas se le había in­miscuido en la conspiración y su nom­bre figuraba como uno de los pro­bables sucesores del Fuehrer, como Ministro Presidente. Cuando estos do­cumentos cayeron en poder de Himmler la culpabilidad de Rommel no tenía defensa alguna. Hitler le envió dos generales que lo pusieron a esco­ger entre ir a un tribunal a correr el riesgo del deshonor o suicidarse.

Rom­mel se decidió por esto último; instan­tes después se puso su abrigo, cogió su bastón de mariscal, refirió lo ante­rior a su hijo Manfred, de 16 años, del servicio antiaéreo, y se despidió de su esposa. "Dentro de 25 minutos estaré muerto", dijo segundos antes de partir. Horas después se le rendían honores militares a su cadáver con la Marcha Fúnebre de Sigfrido. El que varias veces resistió el embate do fuerzas superiores en el desierto; el que tres veces des­manteló al octavo ejército británico, había caído víctima de un mo­mento de debilidad en el que el doctor Stroling lo envolvió en reti­centes circunloquios de conspiración. La causa de su muerte se guardo en secreto para no desmoralizar a las tropas alemanas que fanáti­camente seguían luchando en el frente.

En momentos en que el frente reclamaba toda la atención del Alto Mando, Hitler tuvo que realizar una reorganización general,y reiteró:

"No retrocederé en la lucha... Cualesquiera que sean los golpes que nos dé el Destino, yo estaré siempre en mi lugar para mantener en alto la bandera".

Refiriéndose al atentado, dijo Hitler: "H Estado Mayor General es la última de las logias masónicas que desgraciadamente he olvi­dado disolver". Añadió que la conjura causaría muy desfavorables .repercusiones entre los aliados de Alemania. (En efecto, semanas des­pués Rumania y Finlandia rompían su alianza con Berlín). v El día del atentado Guderian fue llamado por Hitler para que se hiciera cargo del desmantelado Estado Mayor General: "Producía —dice Guderian— una impresión de agotamiento; una oreja sangraba algo; el brazo derecho había quedado casi sin movi­miento y estaba vendado. Espiritualmente estaba asombrosamen-.. te tranqgilb'TAgrega que a partir de entonces la desconfianza de Hitler hacia el Estado Mayor General se transformó en odio; ya no creía en nadie; y se volvió muy difícil tratar con él.

"Cierto que sus heridas apenas ofrecían peligro —dice el co­ronel Skorzeny—, pero un hombre abrumado por una responsa­bilidad tan aplastante, soporta peor cualquier malestar, por ligero que sea, que un individuo común y corriente. Moralmente, jamás llegó a reponerse del golpe —mes doloroso que las llagas abier­tas en su carne— que le producía la revelación siguiente: que había, en el mismo seno del ejército, oficiales —e incluso grupos-capaces de traicionar a su Caudillo y a su causa". Martín Bórmann, secretario del Partido Nazi, escribía a su muer "Imagínate: el atentado criminal contra el Fuehrer fue planeado ya en el año de 1939 por Goerdeler, Canaris, Oster, Beck y los demás. Hemos encontrado en una caja fuerte pruebas concretas sobre este hecho... Todos nuestros planes referentes al ataque en el Oeste fueron traicionados y entregados al enemigo, tal como queda ahora demostrado por las pruebas _ que tenemos en nuestras manos. ¡Parece imposible creer que exista gente tan maligna y perversa!"

En realidad, había dos clases de conspiradores: en primer lugar los que servían intereses internacionales masónico-judíos. Desde antes de la guerra comenzaron su encubierta conjura. Estaban encabezados por el Almirante Canaris, el general Ludwig Beck, el banquero Schacht, el masón Goerdeler y otros de menos categoría. Y en un segun­do lugar-figuraban los generales que por falta de conveniente prepa­ración política creían que Alemania podía hacer la paz con Occidente o con la URSS, separadamente. Llegaron a suponer que Httler era el único obstáculo, y ni la fórmula clara de "rendición incondicional", acu­ñada por Roosevelt, los persuadía de esa ficción.

Estos generales no podían comprender (porque era una idea nueva, y por tanto extraña) que los gobernantes de Oriente y Occidente eran la misma cosa, aunque sus pueblos fueran muy distintos. No po­dían creer que tanto el bolchevismo salvaje del Oriente como la "rendición incondicional" de Roosevelt eran tenazas del judaísmo político. Muchos de ellos soñaban que Alemania podía hacer la paz con Occidente y continuar la lucha contra el comunismo oriental, que al fin y al cabo también era enemigo de los pueblos occidentales. .Pero estaban redondamente equivocados porque no tomaban en cuenta que Roosevelt, Baruch, Morgenthau y los demás judíos de Occi­dente jamás permitirían que el marxismo israelita fuera derrotado. , Para ayudarlo habían empujado a la guerra a los pueblos occidentales mediante el engaño de la propaganda y mediante maniobras tan fan­tásticas como la de Pearl Harbor.

Y así, mientras el frente occidental alemán se conmocionaba, y mientras la mayoría de los generales conspiraban, eran ejecutados o se ocultaban, los soldados seguían combatiendo con una disciplina y una lealtad que algunos mariscales no alcanzaron jamás. Una de las... desgracias de Hitler fue que (contando con el pueblo) en los altos mandos había profundas lagunas; sus generales eran maestros en el oficio, pero muchos carecían de la llama del ideal que es tan difícil encender y contagiar. Pertenecían a esa clase de la que Nietzsche dijo:

"..Guardaos también de los doctos; os odian porque son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante los cuales todo pájaro apa­rece desplumado. La falta de fiebre dista mucho de ser conoci­miento. Yo no creo en los espíritus refrigerados". A esos espíritus refrigerados no había llegado la llama del nacio­nalsocialismo; Hitler logró prenderla en el pueblo, particularmente en las juventudes que llevaron su nombre, mas no pudo transmitirla a un grupo de conservadores ni a viejos y aristócratas generales. De ha­ber tenido en el alto comando militar a hombres de su propio ardor, la resistencia podría haberse prolongado hasta la llegada de las nue­vas armas.

En la tropa había materia prima para realizar ese milagro, mas los generales no creían en milagros, pese a que muchos de éstos (en pequeña escala) se daban diariamente a lo largo de todo el frente. Por ejemplo, el 18 de julio los británicos lanzaron en Saint Lo un ata­que concentrado de 1,950 bombarderos, en tal forma que una co­lumna de aviones iba abriendo brecha en la ruta del avance y otras dos columnas laterales iban sembrando de explosivos un amplio mar­gen para liquidar las armas antitanques alemanas. El éxito parecía seguro y todo cálculo científico así lo comprobaba, mas los supervi­vientes del terrorífico bombardeo se mantuvieron firmes entre sus compañeros muertos, dieron cuenta de 200 .tanques británicos y frustraron gran parte de la embestida. Cuando intervienen factores psicológicos hay imponderables reacciones que la ciencia no logra aquilatar. El 25 de julio 2,446 bombarderos repitieron el ataque y un 70% de las tropas de ese angosto sector quedó fuera de combate. Pero no cesó la resistencia, contra lo que el mando aliado esperaba.

El general Elfeldt, comandante del 84o. Cuerpo del Ejército, vio cómo sus hombres disminuían 'hasta quedar 200, con dos tanques, y seguían combatiendo con igual ardor. No era nazi (al igual que casi todos los generales) y sin embargo reconoció que la moral de los soldados fue mucho más alta en la guerra mundial segunda: "el nacional­ socialismo —dijo— fortificó la moral de las tropas; las hacía fa­náticas y mejoraron las relaciones con los oficíales; los soldados demostraron más iniciativa y usaron mejor la cabeza, especialmente cuando se encontraban combatiendo aislados". Agregó que le "asombraban tales reacciones" y las atribuyó a la juventud hitlerista. El historiador Liddell Hart afirma que el criterio de los co­mandantes británicos coincide con el del, general Elfeldt y que los genérales Rohritch, Bechtolsheim y otros muchos lo refrendaron también.

Debido a esa resuelta resistencia, el desembarque en Normandía progresaba muy lentamente y con costosas bajas. El 15 de -agosto los alia­dos empeñaron todas las reservas que les quedaban lanzando otra invasión por el Mediterráneo, sobre la costa sur de Francia. En ese punto utilizaron 14 divisiones (210,000 hombres) contra una fuerza ale­mana de 77,500.

Ya para entonces los recursos alemanes se hallaban tan menguados que el 11 de agosto Hitler ordenó más drásticas economías de gaso­lina, al grado de que la Luftwaffe sólo quedó autorizada para realizar aislados vuelos defensivos. A fin de contrarrestar en parte esta debili­dad se inició apresuradamente el lanzamiento de la V-2 el 8 de sep­tiembre, mas ya para este día se había perdido la oportunidad primordial de destruir los trampolines de la invasión, y asimismo la opor­tunidad secundaria de atacar las congestionadas cabezas de puente.

Los ejércitos aliados se desplegaban hacia el norte de Francia, habíancapturado muchas de las posiciones de lanzamiento y en consecuencia la V-2 sólo pudo ser dirigida contra la zona de Londres. Cerca de mil V-2 estaban siendo construidas mensualmente, en un esfuerzo de téc­nica y de mano de obra, pero ¡nuevamente era demasiado tarde por un estrecho margen de semanas!... Otros modelos más terribles de V-2 se hallaban en vías de producción, como uno que era atraído por las fuentes de calor (altos hornos, fábricas, etc.), y otro que era atraído por los centros luminosos.

De 8,000 bombas V-1 lanzadas contra Inglaterra, 2,000 llegaron a la zona del blanco. Y de 1,027 V-2 lanzadas desde La Haya 600 fueron efectivas.

La marcha de los ejércitos aliados a través de Francia fue lenta y di­fícil. Los generales alemanes no se explicaban a veces por qué Eisenhower no explotaba la abrumadora superioridad de sus fuerzas. El 7o. ejército alemán, al mando del general Von Gersdorff, estuvo a punto de ser copado y destruido totalmente en Falaise por los efectivos de dos y medio ejércitos aliados, pero al costo de diez mil muertos y 40,000 desaparecidos logró escapar, auxiliado por la 9a. división SS "Hohenstaufen".

El 5o. ejército alemán retrocedió combatiendo y evitó que el 15o. fuera copado. Seis meses tardaron los ocho ejércitos aliados en alcanzar la frontera alemana y esto revela en parte la índole de la resis­tencia, pues igual distancia había sido recorrida en 42 días por las tropas alemanas en 1940, cuando los defensores de ese terreno no eran contingentes agotados, sino los ejércitos intactos de Inglaterra, Francia y Bélgica.

El argumento de que Hitler no movió el 15o. ejército de la zona de Calais y que esto impidió a Alemania frustrar la invasión es un simple sofisma. Si alguien atinó en prever que el desembarque aliado se efec­tuaría por Normandía, fue Hitler, en tanto que sus generales creían que se realizaría por Calais, conforme a las reglas militares de Academia. Ahora bien, si a última hora Hitler accedió a que Rundstedt conservara en Calais el 15o. ejército, eso se debía a la necesidad de " proteger la zona contra un posible segundo desembarco (antes de que todos los contingentes aliados se empeñaran en Normandía). Además, cerca de Calais se hallaban las bases desde las cuales iban a lanzarse la V-l, la V-2 y la V-3. Proteger el punto era una necesidad indiscutible. El historiador inglés Liddell Hart reconoce que abandonar las bases de la V-l y la V-2 podía haber evitado descalabros a los alemanes en Normandía, pero eso hubiera significado abandonar toda posibilidad de victoria y simplemente buscar un final más ordenado conforme a los principios clásicos de la estrategia. "El colapso final de los alemanes —concluye— aparece menos sorprendente que el hecho de que se haya podido detener a los invasores por tanto tiempo".

Cuando los jirones del frente alemán se replegaron desde Norman­día hacia el noreste de París, sus bajas en este solo sector, en menos de tres meses, ascendían a 400,000 hombres, 30,000 vehículos, 3,500 aviones, 2,300 cañones y 1,300 tanques.

(Por cierto que con motivo de la recaptura de París se escribió una' novela, según la cual Hitler ordenó que toda la ciudad fuera incen­diada antes de evacuarla, y luego habló por teléfono preguntando: "¿Arde París?" Últimamente se hizo una película con el mismo tema, retocado como "historia". El general Walter Warlimont, subjefe del Estado Mayor General alemán en 1944 dice que Hitler jamás ordenó incendiar París y que esto puede comprobarse en los archivos capturados por los aliados. Sus directivas se referían sólo a la destrucción de puentes de uso militar, cosa que no configuraba ningún acto te­rrorista).

miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Holocausto?


Esto si que es importante. A todos los Kamaradas... la V-irgen esta en el V-aticano... Todavía. Debemos coadyuvar al resurgimiento del verdadero catolisismo.

Hacia el Infinito y más Allá!!!


viernes, 1 de mayo de 2009

Capítulo IX 1ª Parte

CAPITULO IX

Las más Altas Cumbres del Esfuerzo Humano
(1944)

La Cualidad más Preciosa del Hombre.
Forjando las Armas de Venganza.
Abren lasPuertaslasdelMundoalBolchevismo. I

InvasióAliadadeEuropaOccidental. Los Recursos de Hitler Contra la Invasión.
Transformación de la Flota Submarina.
Supremo esfuerzo de Soviéticos yAlemanes.
Más fuerte que Nunca, la Luftwaffe Agoniza.
LosdosÚltimosGolpesenelOeste.
El BolchevismoIrrumpeen Alemania.
Un Ejército no Vencido por Ningún Otro.

LA CUALIDAD MAS PRECIOSA DEL HOMBRE

Varios filósofos —Schopenhauer en particular— afirman que la volun­tad es la espina dorsal, del espíritu, la "cosa en sí" de cada ser. El mariscal Hindenburg decía que todo es posible con voluntad y que "esta cualidad es la más preciosa que puede poseer el hombre". Comentando esa afirmación Gustavo Le Bon agregó que "las fuerzas materiales nos asombran por su grandor y no son, sin embargo, más que manifestaciones exteriores de las fuerzas morales que dirigen nuestro destino". Al entrar en el quinto año de guerra contra la coalición bélica más grande de la historia, el pueblo alemán luchaba en 1944 con extraor­dinaria voluntad. Tal era el secreto de su fuerza que durante seis años hizo frente a recursos materiales de abrumadora mayoría. Hitler exhortaba a los suyos a proseguir la guerra con la misma firmeza del primer día: "De esta lucha —decía el 30 de enero— no puede salir más que un vencedor, y éste habrá de ser, bien Alemania o bien la Rusia Soviética...

Este proceso gigantesco que agita al mundo se realiza con sufrimiento y con dolor cumpliéndose así las leyes de la Providencia que establecen que no solamente todo lo gran­de se crea mediante la lucha, sino que fijan que hasta individual­mente el ser humano venga a este mundo por medio del dolor. Pero por mucho que la tormenta se desencadene y aúlle alrededor de nuestra fortaleza, se apaciguará algún día, como todas las tem­pestades, y de entre las nubes brillará nuevamente el sol para aquellos que con firme e inquebrantable fe cumplieron con su deber... Así pues, cuanto mayores sean hoy nuestras penas, tanto más magnánimamente pesará, juzgará y considerará el Todopo­deroso las hazañas de aquellos que ante un mundo de enemigos, empuñaron la bandera con manos leales y la llevaron hacia adelante sin desesperar".

El periodista Ismael Herráiz presenció la forma en que la voluntad leí pueblo alemán sostenía el peso de la guerra, y hace el siguiente elato en "Europa a Oscuras": "En Alemania ningún ciudadano dis­ponía de más alimentos que otro. En 1943 se despoblaron los talleres de alta costura, las oficinas, las antiguas industrias y la suntuosa Viena, y todo pasó a engrosar el servicio del trabajo. Las primeras fases de la movilización, en septiembre de 1939, afectaron a un porcentaje muy reducido de la población. El avi­tuallamiento tuvo siempre una solidez y una energía ejemplares. Organización y erzatz a todo pasto. Caseína en polvo en vez de carne. Los dos más notables triunfos de la química nacional-socia­lista eran la gasolina y el caucho sintéticos. Para producir un tan­que de gasolina se empleaban cinco o siete de hulla y un catalizador. El ingenio alemán agudizó su inventiva prodigiosa: carro­cerías y hasta cojinetes, con una resistencia superior a la del acero, surgieron de la hulla. Cada año los inviernos fueron con menos esperanza y con menos carbón.

"El alemán, cuyo excelso sacrificio es una inmarcesible estrofa de la historia, renunció a las exigencias más elementales de su hogar para que la industria guerrera se nutriera sin pausas. Pe­queñas delincuencias que en tiempos de paz no pasaban de ser raterías, se castigaban con la ejecución. Hasta un propietario de una fábrica de armamentos fue fusilado por comprar a uno de sus obreros los bonos de carne; dos carteros por abrir unos paquetes con víveres, etc."

Los cupones para adquirir artículos textiles ya no fueron válidos para toda la población; únicamente para los que habían perdido sus bienes durante los bombardeos. La disposición era tan estricta que has­ta la mujer de Martín Bormann (Se­cretario del Partido Nacionalsocia­lista y Secretario personal de Hitler), escribía el primero de noviembre: "Me tengo que pasar muchas horas zurciendo y remendando, aprovechando todo lo viejo y usado. Este año Hartmut ha he­redado todo lo de Gerda, y Volker lo de Hartmut". Antes de la guerra se consumía un promedio de 3,000 calorías por persona; en 1944 el racionamiento tuvo que hacerse más estricta y el promedio bajó a 1,671 calorías. Casi comía la mitad de lo normal. Pero mediante estas restricciones y la movilización más drástica de 1943 (que por cierto se implantaba inexplicablemente tarde), en Í944 la producción alcanzó un máximo increíble. En las peores condiciones desde que se había empezado'la guerra, debido a los devastadores bombardeos y a las. bajas padecidas, el ministro Speer hizo milagros y en algunos ramos sextuplicó la producción. En 1944 se produjo ma­terial suficiente para equipar 130 divisiones nuevas, como jamás se había logrado antes. El siguiente cuadro da una idea del esfuerzo realizado:

Producción 1942 1943 1944

Tanques 9,300 12,700 27,000
Piezas de artillería 11,800 17,800 40,000
Aviones 14,800 25,000 38,000
Municiones (Tons.) 1.270,000 1.650,000 3.350,000

La moral, sin embargo, descendió más entre numerosos funciona­rios que fueron fácil presa de los conspiradores natos, o sea de los que conspiraban por razones ideológicas desde antes de iniciarse la guerra. Una lejana ramificación de este grupo fue descubierta por la Gestapo y nuevamente estuvo en grave peligro el Almirante Canaris. A esto siguió una reorganización del Servicio Secreto y a Canaris se le dio la Jefatura del Departamento de Guerra Económica. No obstante, logró dejar cómplices suyos en el Servicio Secreto.

Los conspiradores integraron nominalmente un gobierno para sustituir a Hitler luego que fuera asesinado: presidente, el general Ludwig Bekc, ex jefe del Estado Mayor General; Canciller, doctor Goerdeler; ministro de Guerra, general Olbricht; jefe del Ejército, mariscal Von Witzleben. Según el historiador antinazi Walter Goerlitz, a traves del banquero sueco Wallenberg se hicieron conexiones con los amigos de Alemania, y Churchill dio su agreement a ese proyecto de Gobierno.

El desánimo de muchos generales era percibido por Hitler y sus legados. Martín Bormann le escribía a su mujer el 15 de julio: "Resulta sorprendente que esta guerra revele de un modo más claro cada día que pasa, que es el Fuehrer y los miembros más destacados del Partido quienes están imbuidos de la salvaje decisión de con­tinuar la lucha y la resistencia, y no los militares, los cuales cuanto más elevado es su rango, tanta más pasión deberían demostrar por esta lucha".

Hjalmar Schacht (el antiguo banquero y ex miembro del Gabinete e Hitler) salvó al conspirador Goerdeler de ser descubierto por la Gestapo. Para esto se valió de sus amigos judíos de Londres, quienes advertidos del peligro le escribieron una carta a Goerdeler, concebida en tales términos que la Gestapo se despistó. Por otra parte, Schacht premiaba a los generales descontentos a que actuaran en contra e Hitler. En estas maquinaciones distraía de sus deberes al general Lindemann, encargado del suministro de materiales de artillería a las ropas del frente antisoviético. Entretanto, un hijo de Schacht moría prisionero de los rusos.

También en el campo de la diplomacia había otro personaje que ultivaba buenas relaciones con el judaísmo. Era el embajador Von Papen, a quien eminentes israelitas le pidieron ayuda para evitar que miles de hebreos del sur de Francia fueran trasladados a lugares que Himmler consideraba menos expuestos para Alemania. Entonces Von Papen, embajador alemán en Turquía, logró que el Gobierno turco hiciera presión contra Alemania para suspender ese traslado, invocando que muchos de los afectados eran descendientes de judíos-turcos. El traslado no se efectuó. (1)
(1) "Memorias".—Franz Von Papen, antiguo rival de Hitler en la Cancillería.

Mientras esas disensiones internas cundían, los bombardeos de terror siguieron destruyendo zonas residenciales alemanas y dañando industrias. Esto ocasionó que Hitler le reprochara al mariscal Goering su "pereza" en la restauración de la Luftwaffe. El general Guderian presenció la escena y dice que el mariscal "no encontró palabras para responder", pues en efecto había descuidado su tarea.

El 23 de enero el general Eisenhower comunicó al general Arnold que existía grave peligro de que Alemania terminara diversas armas secretas antes de que se iniciara la invasión aliada de Europa occi­dental, y que esas armas podían frustrarla. En consecuencia, se redo­blaron los esfuerzos para desquiciar la industria bélica alemana. En esta tarea se empleó un número creciente de tetramotores, escoltados por miles de cazas, que ya entonces superaban en varios aspectos a los alemanes. El Thunderboldt, el Lightning y el Mustang tenían más radio de acción y mayor concentración de fuego.


P-51 Mustang
P 38 Ligthning








P-47 Tunderbolt



La semana del 17 al 24 de febrero las aviaciones de Roosevelt y de Churchill hicieron un supremo esfuerzo para aniquilar a la Luftwaffe, tanto en gigantescos combates aéreos como bombardeándole sus prin­cipales fábricas de aviones. En esos ocho días, que se llamó "la gran semana", hubo 6,155 salidas de bombarderos angloamericanos y 3,673 salidas de cazas. 383 tetramotores aliados fueron abatidos. La embes­tida culminó la noche del día 24 con un poderoso ataque contra las plantas de Regensburgo, donde cayeron 64 superfortalezas, que equi­valían al 20% de las atacantes. Los norteamericanos no podían so­portar una perdida tal, que sólo daba a sus tripulantes una vida de cinco incursiones, y la ofensiva amainó.

El 31 de marzo la aviación británica volvió a la carga y perdió 95 tetramotores. La Luftwaffe, gravemente herida, se batía desespera­damente. Para el mes de abril, por cada avión alemán en el aire había 6 u 8 de los aliados. En lo que iba del año habían perecido más de mil pilotos alemanes de caza diurna. Tan sólo el mes de abril 1,300 aviones fueron averiados o destruidos.

Las principales fábricas alemanas de aviones sufrieron daños consi­derables (el 50% de su rendimiento) y el Ministro Speer se apresuró a dispersarlas en bosques, túneles, aldeas y minas abandonadas. Inició así una gigantesca movilización para llevar a un millón de obreros y sus industrias a sitios más seguros. Y pese a tan grandes trastornos, la industria de guerra curaba sus heridas y seguía aumentando.

Los bombardeos aliados de terror, menos costosos que los ataques contra las industrias, volvieron a reanudarse. El 70% de las viviendas en la región minera del Ruhr fue arrasado, el 74% de Hamburgo fue dañado y se calculó que tan sólo la labor de limpiar los escombros tardaría cinco años. La ciudad de Colonia quedó también paralizada.

Berlín, Essen, Dusseldorf, Stutgart, Duisburgo, Francfort, Gelsen-Kirschen, Dortmund, Mannheim, Kiel y Hannover, sufrieron grandes destrozos con más de 10,000 toneladas de bombas cada una. Eva Braun escribía en 1944: "Pronto no habrá en Alemania nadie que no haya perdido a un ser querido y toda su fortuna... Esser me ha dicho; Poco importa vencer o no sobre el campo de batalla. De todas maneras, moralmente hemos ganado la guerra. Nadie se atreverá a sostener después del tremendo esfuerzo del pueblo alemán, que no hemos sido los más valerosos y los más tenaces, los que asestaron los mejores golpes y los que los soportaron con mayor coraje... Creo que el pueblo alemán está terriblemente agotado".

A mediados de 1944 era tan considerable la inferioridad numérica la Luftwaffe frente a sus contendientes de casi todo el mundo, que resuelta resistencia sobre el cielo de Europa parecía una locura sin esperanzas de victoria. En semejante situación se hallaban en tierra infantería y las divisiones blindadas, lo mismo que los submarinos el mar. Las masas bolcheviques abastecidas por su industria y por del extranjero avanzaban por el Oriente; tres ejércitos aliados empujaban desde el sur de Italia; el sabotaje cundía en casi toda Europa alimentado por hábiles agentes del servicio de inteligencia británico.

Además, grandes fuerzas aliadas se concentraban en el sur de Inglaterra para iniciar la invasión que abriría un frente más a los maltrechos alemanes.

¿Por qué el Alto Mando seguía resistiendo y por qué el pueblo mismo apoyaba esa resistencia? Para muchos estrategas aliados esto era inexplicable. Ahora es posible saber que la razón principal de esa resistencia era la certidumbre de que poderosas armas secretas estaban a punto de ser lanzadas a la lucha. Y el poderío de esas armas era tan grande que podría súbitamente ocasionar un cambio decisivo la suerte de la guerra.

Mientras miles de civiles perecían no­che a noche en los bombardeos, mien­tras miles de soldados se inmolaban a diario manteniendo el frente, los técnicos alemanes luchaban frenéticamente con el tiempo para suministrar las armas de venganza. No trataba de fantásticos o ilusorios proyectos, sino de realidades que habían sido sometidas a las pruebas más duras. Las armas ya existen. Pero el proceso para montar máquinas que las produjeran en serie requería tiempo. Era la lucha desesperada que silenciosamente libraba en las nuevas plantas subterráneas.

El proyectil controlado por radio —invento del Dr. Kremer—, la bomba voladora V-l y el cohete estratosférico V-2 habían pasado a la fase experimental y su producción en serie se iniciaba precisame­nte en 1944. Cerca de Calais se construía febrilmente una enorme relación subterránea a 110 metros de profundidad con amplias galerías, elevadores, plantas eléctricas y alojamientos para personal, con objeto de lanzar desde ahí una lluvia de proyectiles alados sobre concentraciones de tropas al sur de Inglaterra. Era ésta la V-3. consistía en unos enormes cañones que mediante cargas explosivas repartidas a lo largo del tubo imprimían a las granadas una velocidad supersónica de 1,500 metros por segundo. Ningún refugio resistiría el impacto. Podrían lanzarse aproximadamente diez mil bombas diarias.

La V-l, la V-2 y la V-3 estaban destinadas a frustrar los prepara­tivos aliados de invasión. Y sin invasión, la URSS se hallaba perdida. No solamente sería un golpe demoledor para la moral bolchevique contemplar que sus aliados no podían abrir el tan implorado segundo frente (que en realidad era el séptimo), sino que entonces grandes fuerzas alemanas inmovilizadas en la Europa Occidental podrían lan­zarse libremente sobre los soviéticos.

El ejército rojo se hallaba tan minado, por las fantásticas bajas su­fridas, que toda la suerte de la guerra giraba en 1944 alrededor de la apertura del nuevo frente.

Durante varios meses la 200a. Escuadrilla de Combate de la Luft­waffe estuvo haciendo planes sobre operaciones suicidas estilo japo­nés, pero Hitler las prohibió diciendo que al soldado debían dársele aunque fueran mínimas, posibilidades de salir con vida. En vez del suicidio deberían procurarse nuevas armas, Y en efecto, además de los proyectiles "V", Alemania estaba a punto de montar una revolu­cionaria aviación de guerra que reconquistaría casi de un solo golpe el dominio del aire. También en este ramo las nuevas máquinas ha­bían pasado ya la fase de experimentación e iba a iniciarse su pro­ducción en serie.

El Messerschmitt 262 era el primer avión de chorro en el mundo; desarrollaba 950 kilómetros por hora, según se había demostrado ya en una prueba práctica y se le iba a complementar con un nuevo invento, el proyectil-cohete R-4M, calibre 5.5 centíme­tros. Este proyectil llevaba 400 gramos de altos explosivos y un solo impacto bastaba para abatir una superfortaleza. Con el R-4M se po­día hacer fuego de precisión a 800 metros del blanco, fuera del al­cance de las armas defensivas del enemigo. Cada caza alemán llevaría 24 cohetes y se inició luego la ampliación de fábricas para producir el R-4M a razón de 25,000 por mes. La construcción en serie del avión de chorro Me-262 y del proyectil R-4M pondría fin a los bom­bardeos aliados de terror.
Messereschmitt 262 “Schwalbe”(Golondrina), armado con 4 cañones MK 108 de 30mm en el morro.

Esa posibilidad, de hacer fuego contra los bombarderos desde con­siderable distancia, había sido señalada por Hitler, quien puso a los peritos aeronáuticos el ejemplo de los tanques: al principiar la guerra su tiro efectivo era de 800 metros, en tanto que en 1943 alcanzaba tres kilómetros. Una cosa semejante quería en la aviación. La industria aérea había tratado de conseguirlo instalando cañones más grandes en los cazas, pero no logró nada práctico hasta que los proyectiles-cohete fueron mejorados. En el Me-262 se conjugaba la terrible velo­cidad de 950 kilómetros por hora con la tremenda capacidad de fuego de sus proyectiles R-4M.

Asimismo existía el "Natter", un pequeño avión caza que ascen­día a 13,000 metros de altura en tres minutos; durante la ascensión era dirigido por un piloto radioeléctrico accionado desde tierra, luego el piloto humano tomaba los controles, hacía fuego con 24 proyectiles-cohete y descendía en picada hasta una altura de 3,000 metros, en ese momento saltaba en paracaídas y automáticamente otro paracaídas más grande se abría para llevar el aparato a tierra. El "Natter" o necesitaba aeródromos y podía elevarse desde cualquier sitio en donde se hiciera una rápida instalación de los aparatos que lo guiaban en su vertiginosa ascensión. Al lado de este invento figuraba también el proyectil C-2 que mediante un sistema electrónico era dirigido contra los bombarderos atacantes.

El avión-cohete Bachem Ba 349 “Natter” (Víbora), armado con 24 cohetes de 73mm.

La última fase de la construcción en serie de todas estas armas se hallaba en marcha.

Por otra parte, los principales problemas de la bomba atómica es­taban resueltos, pero se requería un dispositivo para hacerla estallar n el aire, mediante una descarga eléctrica que debería operarse precisamente sobre el objetivo seleccionado. (Su estallido no era posible por percusión, al chocar en el suelo, como ocurre con las bombas ordinarias). Y asimismo se requería tener el dominio del espacio. Ahora bien, la Luftwaffe esperaba reconquistar el aire mediante los nuevos vienes de propulsión de chorro, probados ya satisfactoriamente y una producción en serie se hallaba en vías de iniciarse en las nuevas fabricas subterráneas.

Otra solución alternativa para utilizar la bomba atómica consistía en adaptarla al cohete estratosférico V:2, lo cual era factible, pero requería algunos meses de estudio. Hitler reveló algo de esto al entonces mayor Hans Ulrich Rudel al entregarle en Berchtesgaden la condecoración de brillantes de la Cruz de Hierro. EI acto se efectuó a fines de marzo de 1944 y el propio Rudel refiere que Hitler trató ampliamente de las armas "V" y manifestó que más adelante llevarán otra carga explosiva diferente a la conocida actualmente. Según sus palabras, se trata de un explosivo tan potente que gracias a éste, quizá podremos decidir la suerte de la guerra a favor nuestro. Ya estamos notablemente adelantados en este sentido y dentro de poco tiempo podremos contar con una producción satisfactoria". (I)


(1) "Piloto de Stukas".—Hans Ulrich Rudel.





Bombardero Turboreactor Arado Ar 234, armado con 2 cañones Mg 151 de 20mm y capacidad para 1.500 Kg de bombas.


















Caza Cohete Messerschmitt Me 163 “Komet”,
armado con 2 cañones Mk 108 de 30mm
Gotta Go








Heinkel He 280

Lo anterior coincide plenamente con la versión que el general Tomás Sánchez Hernández da en su "Historia del Armamento":

"Para Alemania, en 1944-45, se imponía desde luego, si quería utilizar esta nueva arma, proteger su territorio contra las incur­siones aéreas de los aliados; en seguida violar el del enemigo por medio de bombas-cohete (V-2) cargadas con bombas atómicas. Precisamente en la nariz cónica de la V-2 los alemanes habían estudiado alojar este terrible ingenio. En estas condiciones, sin ningún medio de defensa concebible, Londres y todo el sur de Inglaterra hubieran quedado bajo el fuego de las bombas atómi­cas. En efecto, ninguna aviación de caza, ninguna defensa contra aeronaves habría podido impedir que la bomba atómica caye­ra sobre Inglaterra. Por otra parte ninguna aviación de bombar­deo hubiera podido destruir los lugares de lanzamiento de la V-2, sencillamente porque es prácticamente imposible... En todo ca­so es un hecho que los alemanes construyeron una pila atómica en Helderloch, cerca de Sigmaringen".

En consecuencia, Hitler tenía cartas decisivas para cambiar el curso a guerra. La V-2, o la atómica, cada una por sí sola, eran suficientemente poderosas para frustrar la invasión aliada, siempre que se pudiera utilizar antes de que el golpe enemigo se descargara, ahora bien, la producción de todas esas armas, y de los nuevos aviones de propulsión de chorro, progresaba simultáneamente. Era una desesperada carrera contra el tiempo.

A fines de 1943 y principios de 1944 se creía que en el mes de Marzo habría suficientes V-l y V-2, para iniciar un fuego devasta contra el sur de la Gran Bretaña, donde los aliados estaban con­gregando fuerzas para el desembarque en Francia. Pero los bombarderos enemigos, la emergencia creada por la rendición de Italia y el esfuerzo gigantesco para sostener los vastos frentes de guerra ocasionaron una decisiva demora. Al finalizar marzo apenas principiaba producción en serie. Inmediatamente Rommel pidió a Hitler que la bomba voladora fuera lanzada sobre las concentraciones aliadas del de Inglaterra, pero Hitler repuso que aún no había suficientes ni V-2 para sostener, el ataque. Con un estrecho margen de semanas las fuerzas aliadas de invasión estaban salvándose de esas nuevas armas que podían trastornarles toda su operación, v este respecto el general Eisenhower escribió en "Cruzada en Europa":

"Parece muy probable que si Alemania hubiera logrado per­feccionar y usar estas nuevas armas seis meses antes de lo que lo hizo, nuestra invasión de Europa hubiera resultado excesiva­mente' difícil, quizá imposible. Estoy seguro de que si hubiera podido utilizar tales proyectiles por un período de seis meses, y particularmente si hubiera hecho de la zona Portsmouth-Southampton uno de sus principales blancos, la operación Overlord (la invasión de Europa) hubiera sido eliminada". Y naturalmente eliminada la invasión, la URSS estaba perdida. Todavía en 1944 la victoria seguía oscilando entre la .producción serie de las nuevas armas alemanas y los ataques abrumadores de la más grande coalición de la historia.