lunes, 30 de marzo de 2009

Capítulo VIII 2ª Parte

MATANZA DE PRISIONEROS

Al materializarse en el régimen bolchevique, el marxismo israelita conservó sus perfiles de inter­nacionalismo, que parece ser el sello con que el judío marca todas sus creaciones. Según el marxismo, todo comunista debe servir a la III Internacional sin tomar en cuenta su nacionalidad, sus costumbres y su gobierno. Esta monstruosa condición se puso de manifiesto cuando Stalin ordenó que los prisioneros alemanes que antes de la guerra hubieran pertenecido al Partido Comunista, fue­ran tratados como desertores y ejecutados.

Churchill se enteró de eso en la conferencia de Teherán, el 28 de noviembre de 1943, pero sus presuntos ideales de libertad —por los cuales decía que luchaba Inglaterra— resultaron menos profundos que su odio contra Alemania y guardó silencio.

También había callado poco antes, al enterarse de cómo Stalin or­denó ejecutar a 15,000 oficiales polacos, de los capturados en 1939 cuando el ejército rojo se apoderó de la mitad de Polonia. Esa matanza se realizó en el bosque de Katyn, cerca de Smolensk, en abril de 1940. De los prisioneros hechos en Polonia sólo se salvaron los de origen judío que fueron acogidos por Stalin como "ciudadanos de la URSS".

El corresponsal norteamericano Lesueur refiere que antes de que se conociera esa matanza, el general polaco Sikorski se entre­vistó con Stalin para gestionar la devolución de los prisioneros, y en el curso de la conversación pronunció la palabra "zhidi" en vez de "ivrai", que es la única permitida por el régimen bolchevique para referirse afectuosamente a los judíos. Stalin se disgustó visiblemente por ese detalle y Sikorski tuvo que dar una disculpa. A continuación Stalin dijo que los polacos serían devueltos, pero no los. hebreos po­lacos, porque éstos eran ciudadanos soviéticos. ("12 Meses que Cam­biaron el Mundo".—Laurence E. Lesueur).

Pero los polacos tampoco fueron devueltos, aunque por motivos muy distintos que de momento nadie lograba averiguar. Dos años después el regimiento alemán de exploradores número 537, al mando del coronel Friedrich Ahrens, des­cubrió accidentalmente unas enormes fosas comunes. Entonces se hi­cieron exhumaciones y por el uniforme y los documentos hallados en las bolsas se estableció la identidad de las víctimas: se trataba de los 15,000 oficiales polacos capturados por Rusia en 1939. La Cruz Roja Internacional examinó los restos y comprobó que las ejecuciones habían ocurrido mucho tiempo antes de que se iniciara la invasión alemana. Posteriormente una comisión mixta del Congreso de Estados Unidos ratificó ese testimonio.

Por su parte, el Gobierno Polaco radicado en Londres, que inútil­mente había hecho gestiones ante Stalin para que le devolviera a di­chos prisioneros, tenía también pruebas sobre su ejecución en masa.

A principios de abril de 1943 el general Sikorski, fue a almorzar con Churchilf. "Me dijo —refiere éste en sus Memorias— que tenía prue­bas de que el gobierno soviético había asesinado a los 15,000 oficiales polacos, así como a otros prisioneros que tenía en su poder, y que se les había sepultado en enormes sepulcros abiertos _ en los bosques, principalmente en las cercanías de Katyn. Tenía superabundancia de pruebas. Le dije: si están muertos nada pue­de usted hacer para devolverlos a la vida... No es éste el mo­mento para querellas".

¡Y pensar que la guerra contra Alemania se había iniciado con el pretexto de defender a Polonia!... La matanza de 15,000 prisioneros polacos no ameritaba ni siquiera una reclamación protocolaria. Al parecer no había nada objetable porque previamente habían sido pues­tos a salvo los oficiales hebreos.

El gobierno polaco de Sikorski no se conformó con la inaudita re­flexión de Churchill, de que nada podía resucitar a los muertos, y rompió sus relaciones con la URSS. Poco después Sikorski murió en un extraño accidente aéreo "en Gibraltar. (Stalin comento más tarde con Milovan Djilas que los ingleses habían encontrado hombres para derribar el aparato de Sikorski sin dejar "ni pruebas, ni testigos").

Hasta donde fue posible averiguarlo, Stalin mandó asesinar a los oficiales polacos porque debido a su preparación nacionalista eran reacios a dejarse absorber por el régimen comunista. En estos casos la "ingeniería social" de la URSS prescribe la muerte.

Naturalmente que los prisioneros alemanes no podían esperar me­jor suerte que los polacos. Durante 1943 los soviéticos organizaron fiestas populares para ejecutar oficiales nazis. En Karkov se realizó una de esas macabras ceremonias. Numerosos prisioneros fueron ahor­cados el primero de diciembre en la plaza principal de la ciudad ante una asamblea de bolcheviques. Con él encabezado de "Reeducación", el'"Time" publicó un relato de lo ocurrido, que Arthur Koessoler re­cogió en su obra "El Mito Soviético y la Realidad". Dice lo siguiente: "Cuando los vehículos sobre los que los condenados estaban de pie fueron alejados haciendo que sus cuerpos cayeran lenta­mente y se iniciara el procedimiento de estrangulación, surgió de la enorme multitud un gruñido ronco, bajo, de profunda satisfacción; hubo algunos que mostraron su desprecio por los mo­ribundos agregando silbidos al estertor de sus boqueadas; otros aplaudían". Incluso se filmaron "close-ups" de los gestos de los agonizantes, en lo cual la industria fílmica soviética puso parti­cular esmero, pues se encuentra manejada por el judío Sergio Einstein, cuyo "Hollywood" reside en Alma-Ata. (I)

(1) "Mi Informe Sobre los Rusos".—Por William L. White.

(Mikhail Rhum y Gregory Roshal, judíos, también son directores so­viéticos de cine. Una de sus estrellas es Nison Shifrin, igualmente hebreo. Aún más que en Estados Unidos, México y otros países, el judío domina el cine soviético. Su influencia en el teatro es también decisiva en la URSS, al igual que en Estados Unidos. Henry Ford dice que la monopolización del teatro americano empezó en 1885 con los trusts de Klaw, Erlanger, Nixon, Yaymann y Frohniann. "Con el pretexto de distraer —afirma— se le dio al teatro un sentido decisivamente lujurioso". En Rusia no se emplea este sis­tema ).

Aunque Churchill se enteraba de estas matanzas y seguía procla­mando que la guerra al lado de la URSS era una cruzada democrá­tica de elevados ideales, su resistencia llegó sin embargo al límite en la conferencia de Teherán, el 28 de noviembre de 1943, cuando Sta­lin dijo que era necesario fusilar a 50,000 oficiales y técnicos ale­manes, conforme se les fuera capturando o cuando terminara la gue­rra, a fin de exterminar la capacidad militar de Alemania. "Me sentí dice Churchill— profundamente irritado. Prefiero —dije— que se me saque al jardín ahora mismo y que se me fusile. Roosevelt intervino diciendo que tenía una transacción. No debía fusilara 50,000 sino solamente a 40,000,. Entonces Elliot Roosevelt (hijo del Presidente) se puso en pie en su lugar y pronunció un dis­curso, diciendo que estaba cordjfllmente de acuerdo con el plan del mariscal Stalin, y que estaba seguro que el Ejército de los Estados Unidos lo apoyaría. Ante aquella intrusión me levanté de mi asiento y me aparté de la mesa". Después Stalin fue a bus­carlo para decirle que había sido una broma, pero los acontecimientos posteriores demostraron todo lo contrario. El cálculo inicial de 50,000 resultó una simpleza cuando millón y medio de prisioneros alemanes militares y civiles— se esfumaron en la URSS sin dejar rastro.

EL FRENTE AEREO CONTRA ALEMANIA 1942 1943

Durante 1942 fracasaron los es­fuerzos combinados de Roosevelt y Churchill para ganar la batalla aérea de Alemania. Sin embargo, lograron ayudar considerablemen­te a Stalin al comprometer en Europa occidental a la mayor parte de la Luftwaffe y a millón y medio de alemanes que servían en el sistema antiaéreo.

Los ataques diurnos sobre Alemania no lograban perforar las de­fensas o lo hacían a un costo insostenible. Los ataques nocturnos eran también muy costosos. Churchill refiere que hasta el 2 de diciembre de 1942 los aliados lograron averiguar que la Luftwaffe estaba uti­lizando un nuevo invento, llamado "Licchtenstein", mediante el cual los aviones alemanes nocturnos cazaban a los bombarderos enemigos.

El organizador de la caza nocturna, general aviador Josef Kam­mhuber, había desarrollado métodos muy eficaces, mediante los cua­les el piloto llevaba a bordo instrumentos que le señalaban la distancia y dirección de vuelo de los bombarderos enemigos, hasta que hacía contacto con ellos. Al terminar el combate, el caza era guiado a su aeródromo por el puesto de control de tierra. Esto era uña especie de teledirección. Entre los cazas nocturnos se distinguieron Saint-Wiptgenstein. que al ser abatido había derribado 88 aviones, y el teniente Cent, que pereció después de 107 victorias.

Churchill agrega que los aliados aumentaron sus agentes de espio­naje para averiguar los sistemas defensivos alemanes. Los espías belgas dieron una ayuda enorme y proporcionaron el 80% de toda la in­formación sobre el particular, incluyendo un mapa importantísimo. En posesión de estos secretos los aliados pudieron aumentar a me­diados de 1943 sus ataques terroristas nocturnos y utilizaron una llu­via de tiras de papel estañado para confundir al radar alemán. Las pérdidas de aviones bajaron a la mitad, pero luego el "Licchtenstein" fue mejorado y la perturbación de los británicos ya no tuvo éxilo. Los 700 cazas nocturnos alemanes siguieron haciendo muy costosos los ataques a los centros industriales, pero Kammhuber no consiguió que le aumentaran a 2,000 el número de aviones, que era la cantidad cal­culada para hacer fracasar la ofensiva.

El 19 de mayo Churchill le comunicó a Roosevelt que la opinión de los peritos estaba dividida en cuanto a que los bombardeos con­tra la población civil ("estratégicos") produjeran por sí solos el colap­so de Alemania, pero que "convendría hacer tal experimento". Tan sólo la aviación inglesa, que en 1940 había arrojado 5,000 toneladas de bombas sobre poblaciones alemanas, en 1943 lanzó 180,000. Roosevelt secundó el terrorismo con mayores fuerzas. El 4 de julio (1943) la aviación aliada concentró sobre Colonia uno de sus más poderosos ataques terroristas. Rodolfo Ñervo, diplomá­tico mexicano que entonces se hallaba cerca de esa ciudad, escribió sorprendido: "Hombres y mujeres revelan tal serenidad,-una confor­midad tan estoica ante la catástrofe que sé abatía sobre la pa­tria, que me hacían preguntarme qué resorte interior, qué ar­madura moral sostenía a aquel pueblo que en-esos momentos mismos y en diversos confines de la Alemania atormentada, re­cibía inalterable el terrible huracán de hierro y fuego. ¿Consigna nacional? ¿Fanatismo? ¿Vocación para la adversidad?”...

Cada bombardeo de terror costaba a la aviación aliada de 80 a 120 tetramotores y de 800 a 1,200 tripulantes especializados; el des­gaste era alto, pero podía sostenerlo porque casi todas sus energías se concentraban sobre, un solo enemigo.

El terrorismo aéreo se intensificó a partir de julio. Del 24 de ese mes al 3 de agosto hubo cuatro bombardeos nocturnos y tres diurnos contra Hamburgo. Jamás se había visto nada semejante. Se arroja­ron 80,000 bombas explosivas, 80,000 incendiarias y 3,000 latas de fósforo para avivar los incendios, cuyo resplandor era visible a 200 kilómetros de distancia. 250,000 viviendas fueron arrasadas, o sea la mitad de las existentes, y un millón de personas se quedó sin hogar. El primero de esos 9 bombardeos contra Hamburgo fue la noche del 24 al 25. Churchill mandó que todos los efectivos de la RAF fueran concentrados para ese ataque, en el que se inauguró el procedimiento de arrojar tiras de papel metálico, a fin de confundir y desorientar al radar alemán, como así fue. A la mañana siguiente, mientras la insomne población de Hamburgo luchaba frenéticamente para domi­nar los incendios, la aviación de Roosevelt hizo llover otra catarata de bombas. Ataques semejantes, de 700 a 1,000 aviones, se repitie­ron de día o de noche el 27, el 28 y el 30 de julio, y por último, la noche del 2 al 3 de agosto.

Era tal la cantidad de humo de los incendios que miles de personas se salían de los refugios antiaéreos en busca de aire, pero afuera el humo era igualmente denso. Muchas mujeres trataban inútilmente de salvar a sus hijos levantándoles en brazos y corriendo en busca de at­mósfera respirable. Hubo 40,000 muertos, entre ellos 5,000 niños. Los escolares trabajaban sin cesar auxiliando víctimas. El ¡efe de la Policía rindió un informe al Alto Mando que decía: "Lo terrible de la situa­ción se manifiesta en los rugidos furiosos del huracán de fuego, el ruido infernal de las bombas al estallar y los gritos de muerte de las personas torturadas. El -idioma no tiene palabras ante la magnitud de los horrores".

Para colmo, Hamburgo tenía mermada su defensa antiaérea por­que numerosos cañones de altura acababan de ser enviados a Italia, que ya estaba tramando la traición. Barrios residenciales enteros des­aparecieron de la noche a la mañana; los hospitales se atestaban de heridos; los servicios de alumbrado y aguas se interrumpían y la ciu­dad quedó transitoriamente muerta. La carga de explosivos en esos ataques fue equivalente al poder destructivo de la bomba atómica arrojada sobre Hiroshima. Sólo que en Hiroshima la muerte fue repen­tina y en Hamburgo duró una semana entre fuego y explosiones. La producción do la industria de guerra en Hamburgo bajó un 25%, pero surgió luego un esfuerzo colectivo tan grande que en pocas semanas ya se había recuperado.

Esto fue repitiéndose, en mayor o menor escala, con otras muchas ciudades alemanas. El "experimento" de Churchill y Roosevelt, para ver si mediante esas matanzas de civiles se desplomaba Alemania, se mantuvo en su apogeo durante todo 1943, pero la moral del pueblo resistió la terrible prueba.

Muchos que ocasionalmente se enteran del terrorismo aéreo contra Alemania suponen —cegados por la propaganda— que fue una res­puesta al terrorismo aéreo alemán contra Inglaterra. Esto es falso. Cier­to que hubo bombardeos terriblemente intensos sobre la Gran Bre­taña, como el de Cóventry, pero se hallaban dirigidos hacia una meta militar. Cóventry, centro de industria bélica, fue devastado, y junto con la industria perecieron muchos civiles. Pero es distinto atacar me­tas militares y consecuentemente matar civiles en los alrededores, que enfocar los bombardeos específicamente contra zonas residenciales carentes en absoluto de metas militares).

Un síntoma del estado de ánimo del alemán durante el diluvio de fuego —que alcanzó un total de 2.700,000 toneladas de bombas—, se encuentra en la anotación que el Ministro Soebbels hizo el 25 de noviembre de 1943: "Arde Berlín. Contra lo que se esperaba, gracias a Dios, es bastante bajo el número de personas muertas. Durante la primera incursión aérea, se contaron 1,500 muertos, y en la segunda. 1,200... En efecto, 2,700 muertos en una noche pa­recía consolador junto a los desastres habidos en otros bombardeos. En el invierno de ese año el Ministro alemán del Trabajo, Dr. Ley, calculaba que veinte millones de alemanes habían perdido ya todos sus bienes o todos sus familiares.

Los bombardeos terroristas contra la población civil alemana se apartaron de los principios de guerra que rigieron en Europa desde 1700. Se iniciaron conforme a un plan trazado en Londres en 1936 y comenzado a poner en práctica por Churchill el I I de mayo de 1940. Roosevelt y su camarilla judía le prestaron a ese terrorismo incondicio­nal apoyo. Frente a la doctrina humanitaria de que la guerra debe li­brarse sólo entre fuerzas armadas, los aliados pusieron en juego el "ex­perimento" (como lo llamó Churchill) de lanzar fuerzas armadas con­tra masas civiles.

El comodoro inglés del aire L. McLean dice que se abandonaron las normas más-elementales de humanitarismo, pero naturalmente la propaganda israelita sé encargó de que este hecho no fuera del do­minio del mundo. "El ciudadano medio —afirma el comodoro bri­tánico McLean— desconoce la verdad de la ofensiva de la avia­ción de bombardeo. Los promotores del poder aéreo, con sus medios de publicidad, radio locuciones y películas, se ocuparán de que nunca la conozca... La escasez que hoy sufrimos de vi­tuallas, vestimenta y otras necesidades, se debe en gran parte al costo de la doctrina de bombardeo. La Fuerza Aérea, que no está atada a tradición alguna, funciona a base de control despótico".

Agrega (I) que se realizaron 1.440,000 misiones de bombardeo, con un costo combinado para Inglaterra y Estados Unidos de 84,000 mi­llones de dólares. Por último, el comodoro McLean se sorprende "de que los promotores ingleses del terrorismo aéreo ocupen posiciones dominantes en el gobierno". Refiriéndose a los destrozos que causa­ron, dice: "Desde cualquier punto que extendamos la mirada en las principales ciudades de Alemania sólo veremos ruinas. Pasarán muchas generaciones antes de que reconstruyan esas zonas, aun­que yo dudo que las reconstruyan".

(1) "La Ofensiva de la Aviación de Bombardeo".—Por el Comodoro L. McLean.—Gran Bretaña.

Y mientras la población civil alemana soportaba la lluvia de bom­bas, en la industria aeronáutica surgieron fundadas esperanzas de dominar la situación. En los primeros ocho meses de 1943 la produc­ción de aviones de caza había subido a 7,600 aparatos y la aviación aliada comenzó a padecer pérdidas insostenibles a partir de agosto. El 17 de ese mes la 8a. Fuerza Aérea Americana se lanzó sobre la fábri­ca de cojinetes de Schweinfurt, con 376 superfortalezas, cuyo fuego defensivo equivalía a 2,800 ametralladoras pesadas. Trescientos cazas alemanes les salieron al encuentro. Sesenta fortalezas fueron derriba­das y 100 más averiadas, a cambio de 25 cazas.

En otra violenta batalla aérea, el 24 de agosto, 62 superfortalezas fueron abatidas, de un total de 147. Un tercer desastre para la avia­ción aliada ocurrió el 14 de octubre, cuando 226 tetramotores quisie­ron repetir el ataque a Schweinfurt; 61 fueron derribados y 140 da­ñados. Sólo 25 regresaron ilesos.
El general americano Ealcer explicó de la siguiente manera el fra­ caso del día 14: "La Luftwaffe desarrolló una operación que por su- magnitud, la habilidad de su preparación y el espíritu con que fue ejecutada no ha sido vista jamás hasta el presente". Por lo pron­to, la 8a. Fuerza .Aérea de Roosevelt quedó imposibilitada para nuevas misiones; sus tripulantes habían sufrido una sensible depresión y el general Spaatz fue llamado a Washington para discutir la crisis. Una vez más se evidenciaba que eran mucho más cómodos los ataques nocturnos contra la población civil, pero aun éstos tuvieron que ser frenados en el verano de 1943. "El techo del hogar alemán había sido remendado", según dice el general Galland, ¡efe de los cazas alema­nes en aquella época.

Los modelos mejorados del Me-109 tenían sistemas de sobre potencia, como el inyectar metanol en los cilindros, y desarrollaban 720 kilómetros por hora. Trepaban 7,000 metros en 6 minutos, aunque eran menos maniobrables que el caza inglés "Spitfire". Las batallas se li­braban cada vez más alto, de 8,000 a I 1,000 metros, con máscaras de oxígeno. El mismo año quedó listo el modelo mejorado del Foke Wulf !90, con motor de enfriamiento por aire, de 2,000 caballos y 720 kilómetros por hora.
Otros de los motivos de esperanza para Alemania fue que el mo­tor de chorro, probado en un avión He. 178, en 1939, había sido per­feccionado y permitió construir el avión de retroimpulso Me-262, pro­bado a satisfacción en mayo de 1943, después de que el proyecto había estado abandonado un año porque Soering dudó que fuera viable. Este aparato era el primero del mundo que utilizaba eficaz­mente la propulsión de chorro y podía volar a 950 kilómetros por hora. Era tan superior a todos los modelos de su época que si su producción en serie lograba apresurarse, pondría rápidamente fin a los ataques aliados de terror.

Sin embargo, iban a perderse otros seis meses más, en discusiones y planes, porque Hitler se empeñaba en hacerlo bombardero (para repeler la inminente invasión angloamericana de Europa Occidental), en tanto que la Luftwaffe quería utilizarlo como caza.

DESASTRE ALEMAN EN LA BATALLA DEL ATLANTICO

Desde que principió 1943 la lucha en el mar tomó mal cariz para Ale­mania. El año anterior la flotilla de submarinos que operaba en el Círculo Polar Ártico, interceptando con­voyes que llevaban a Rusia armas británicas y norteamericanas, se ha­bía apuntado buenos triunfos. En un combate llegó a hundir 32 barcos de un convoy de 38. Más de doscientas mil toneladas a pique con va­liosísimo material de guerra.

En el Ártico la lucha tenía peculiares penalidades. Las nevadas y el oscurecimiento desde las primeras horas de la tarde dificultaban la localización de los convoyes. Por eso se decía que el personal da esa flotilla necesitaba ser "más duro que el hielo".

El primero de enero de 1943 Hitler esperaba con impaciencia, pero optimista, noticias acerca de un ataque de ocho barcos alemanes contra un convoy aliado que llevaba armas a Rusia. Cuando ya pare­cía que todo había sido un éxito, se enteró por la radio británica de que la flotilla alemana había sido rechazada sin pérdidas aliadas. Ante la falta de informes propios, debido a descompostura de los aparatos de telecomunicaciones, Hitler se enfureció, dijo que las unidades de superficie ya no eran útiles, que necesitaban constante protección aé­rea y que rendiría más frutos encauzar todo el esfuerzo a la cons­trucción de submarinos. En consecuencia, ordenó que fueran desman­telados todos los barcos de guerra. El almirante Raeder, ¡efe de la Armada, fue sustituido por el almirante Dpenitz, que a la vez seguía "como jefe de los submarinos.

Doenitz consiguió que la flota de superficie no fuera desarmada y que se le diera otra oportunidad al crucero pesado "Scharnhorst", de 3 1,000 toneladas (el que se había escapado de Brest), para que interceptara un convoy aliado qué conducía armas a la URSS. Sin em­bargo, la operación terminó trágicamente el 26 de diciembre, debido en gran parte a la perfeccionada detección británica. El crucero ale­mán entró en una tormenta de nieve en el Mar Ártico, donde sorpre­sivamente comenzó a ver que estallaban granadas a su alrededor, pro­venientes de un enemigo invisible. Su radar apenas comenzaba a re­gistrar la proximidad de barcos aliados. Por un lado lo perseguían el acorazado "Duke of York"", el crucero "Jamaica" y 4 cazatorpederos. Y por el otro, los cruceros "Belfast", "Scheffield" y "Norfolk". Uno de los primeros disparos dañó el radar del crucero alemán, que quedó ciego entre la niebla. En momentos se batió guiándose por el fogo­nazo de los cañones enemigos y averió al crucero "Norfolk". La batalla duró de las 4.50 a las 7 de la tarde, hasta que el "Scharnhorst" se hundió hecho una criba, con el contraalmirante Bey y 1,970 tripulan­tes. Sólo 36 fueron salvados.

El Almirante Sir Bruce Fraser, comandante de la flotilla británica, reunió a sus oficiales en el acorazado "Duke of York" y les dijo: "Si alguna vez se encuentran al mando de un barco que se enfrente a un enemigo muchas veces superior, espero que se porten como ellos lo hicieron, que hagan maniobrar su buque con la misma habilidad y que luchen con sus hombres como lo han hecho en este día los oficiales del Scharnhorst". A su regreso dé Rusia el Almirante Fraser mandó formar la guardia de honor y arrojó una co­rona de flores en el lugar donde el crucero alemán había sucumbido. Con él, la flota alemana de superficie había dejado prácticamente de existir.

Los corsarios (mercantes artillados) también dejaron de operar en ese año. Seis habían sucumbido y 3 regresaron a sus bases. En total habían hundido más de 150 barcos aliados con casi un millón de toneladas, aparte de los que destruyeron indirectamente con la siembra de minas.

Por lo que se refiere a la flota submarina, 1943 también principió con malos augurios. Vastas tormentas en el Atlántico dificultaban par­ticularmente la lucha. En enero quedó de manifiesto que el enemigo conocía la ubicación de casi todos los submarinos y los rehuía opor­tunamente.

Roosevelt y Churchill acordaron en la junta de Casablanca darle prioridad a la campaña antisubmarina y aumentaron a tres mil el nú­mero de barcos empeñados en esa tarea, incluyendo mercantes arti­llados. A la vez destinaron 1,500 aviones para el mismo fin. (El año anterior habían tenido empeñados en la Batalla del Atlántico mil avio­nes y dos mil embarcaciones).

Ante el redoblado acoso, los sumergibles se batieron furiosamente en febrero y hundieron 63 barcos. Diecinueve submarinos no regresaron.

En marzo se empeñaron, como jaurías, detrás de los convoyes po­derosamente escoltados, y consiguieron hundir mas de un millón de •toneladas. En el Almirantazgo inglés hubo alarma porque ni la escolta reforzada presentaba suficiente seguridad. El estado Mayor Naval inglés creyó que estaba a punto de romperse el transporte de pertre­chos a través del Atlántico. Los combates se sucedían a todo lo ancho del Atlántico y los golpes eran mutuamente implacables.
Por ejemplo, el destructor "Harvester" hundió al U-444, embistiéndolo, y el U-432 del teniente Eckhardt tomó inmediatamente venganza y hundió al des­tructor, pero a su vez fue hundido por la corbeta francesa "Aconit". Aunque en marzo desaparecieron 15 sumergibles, el balance era considerablemente desfavorable para los aliados. En esos días entraron en acción 6 nuevos submarinos de grande alcance que fueron envia­dos hasta el Océano Indico, frente a la India y Madagascar. El U-181 del capitán Lüth se empeñó en un recorrido de 220 días sin tocar tierra.

Pero la situación volvió a empeorar en abril. Los bombarderos alia­dos se dirigían sin titubear hacia donde estaban los sumergibles aunque hubiera niebla o fuera de noche. Hitler acordó destinar mensualmente seis mil toneladas más de acero para acelerar la construcción de sub­marinos más rápidos. En Blankenburg, en la región de Harz, los inge­nieros navales y varios antiguos comandantes de sumergible trabaja­ban premiosamente en el diseño de submarinos eléctricos tipo XXI y XXIII, que eran la esperanza de la flota.

Y así llegó mayo, el peor mes. En las bases de submarinos se capta­ban cada vez con más frecuencia mensajes siniestros: "Bombardeados... Nave se hunde", o bien: "Ataque aéreo sorpresivo. Nave se hunde”. Otros muchos sencillamente enmudecían para siempre, entre ellos el hijo de Doenitz. 43 botes "U" no regresaron.

Doenitz ordenó entonces a muchas unidades concentrarse en sus bases y llamó en su auxilio al Estado Mayor Científico General. Ó se lograba darles protección razonable o terminaría la lucha en el mar. Los peritos estaban desconcertados. ¿Había hallado el enemigo la manera de aprovechar los rayos térmicos para localizar a los sumer­gibles? ¿Estaba acaso usando rayos infrarrojos?

Los técnicos de la Telefunken informaron que en enero había sido capturado un extraño tubo que llevaba un avión inglés abatido en Rotterdam. Creían que esa podía ser la clave del misterio, pero re­sulta que cuando estaban tratando de hacer funcionar el extraño apa­rato en los laboratorios de Zehlendeorf, ocurrió un certero bombardeo aliado, tal como si alguien hubiera traicionado el secreto con que se trabajaba ahí en esa importante tarea. Toda la labor de dos meses de investigación se había perdido.

Doenitz llegó a. pensar en retirar todos los submarinos, pero refle­xionó que a pesar de las pérdidas insostenibles seguían distrayendo enormes contingentes aliados, que de otra manera se volverían sobre los frentes y se traducirían en mayores bombardeos contra la población civil. Sus temores ^tuvieron una inmediata confirmación porque en un bombardeo de Hamburgo participaron cientos de aviones in­gleses que antes estaban empeñados en combatir a los sumergibles. Interrogó entonces francamente a varios comandantes de submarino: "¿Podéis aguantar todavía? A mí pueden decírmelo francamente. ¿Y vuestros hombres aguantan aún?"...
—"¡Sí, señor almirante" —fue la respuesta unánime.

Aquellos comandantes eran muchachos de 23 a 25 años a quienes el peligro había hecho madurar y endurecerse. Doenitz volvió, pues, a lanzarlos al Atlántico. "Les da la mano —dice un testigo— y los acompaña hasta la puerta; una vez que se han ido, ahora tan a menudo por última vez, sin darle ocasión para acabar de conocerlos, se queda pensando qué época es ésta que en pocas semanas convierte a mo­zalbetes en hombres". (I)
(1) "Los Lobos y el Almirante".—Wolfgang Frank, oficial de sub­marino

Ese mismo mes de Junio otros 16 sumergibles quedaron sepultados en el mar. En medio año, casi la mitad de toda la flota submarina había sucumbido. En busca de indicios sobre la forma misteriosa en que los ingleses descubrían a los sumergibles, el Almirante Doenitz se apresu­raba a conversar con los supervivientes que regresaban. "En verdad —dice— eran quienes estaban más cerca de mi corazón cuando les veía demacrados y pálidos, con barbas de semanas, en mi pre­sencia, con sus atuendos de cuero que la grasa y la sal del mar enriquecían".

Entretanto Hitler ordenaba que el ministro Speer se hiciera cargo de las construcciones del arma submarina, cosa que en poco tiempo comenzó a rendir efectos favorables. La entrega de nuevo equipo iba a anticiparse a lo previsto. Como medida de emergencia los sumer­gibles fueron dotados de cañones antiaéreos y durante julio se en­frentaron con éxito a los bombarderos, pero más tarde los aviones aliados ya no atacaban aisladamente; caían tres o cuatro sobre un mismo sumergible, desde diversos rumbos. En el aire había aviones canadienses, australianos, ingleses o americanos.

En julio, Hitler le comunicó a Doenitz que el proyecto del electro submarino XXI estaba concluido al fin. Esta nave podría atravesar el Atlántico sin emerger, a 3 I kilómetros por hora, siendo que los otros modelos en uso sólo desarrollaban bajo el agua 13 kilómetros. Mien­tras, 24 sumergibles más eran abatidos en ese mes de julio.

Por su parte, la sección experimental de radiomedición y la zona aérea atlántica descubrían que el receptor "Metox" (que se había colocado en los submarinos para escuchar cuando se aproximaran los avfones ajiados) emitía una fuerte irradiación que actuaba como una señal radiogoniométrica. Esta señal llevaba prácticamente de la mano a los^bombarderos aliados hasta el sitio donde estaba el submarino. Un año antes los peritos habían dictaminado que el "Metox" no tenía tal irradiación. Inmediatamente se ordenó a todas las naves que des­conectaran el mortal aparato.

Pero seguía sin resolverse otra parte del enigma. Antes del "Me­tox" ¿cómo localizaban los aliados a los submarinos? Durante semanas continuaron agobiadoras investigaciones, hasta que fue capturado otro extraño "tubo" al ser abatido un avión británico. Las sospechas de los técnicos de la Telefunken eran acertadas. El Estado Mayor Cien­tífico tuvo una reunión poco después y anunció que el misterio estaba por fin aclarado. Aquel "tubo era una pantalla en la que se contem­plaba lo que se hallaba oculto por la oscuridad de la noche o por las nubes. Era el Tubo Braunsche, que emitía ondas en la longitud desu­sada de 9 centímetros.
Se recordó entonces que al principiar la guerra, los alemanes experimentaban el radar con ondas centimétricas, pero que luego habían logrado mejores resultados con las longitudes decimétricas y superado inicialmente al radar inglés. Después del derrumbe de Francia, el Alto Mando Alemán creyó tan cercana la paz que ordenó suspender los experimentos con armas o aparatos que no pudieran terminarse en muy breve plazo. De esa manera cesaron las investigaciones con las ondas centimétricas. En cambio, los ingleses continuaron por ese camino y en 1942 lograron el maravilloso Tubo Braunsche, que cambió a su fa­vor la batalla del Atlántico.

Todo quedó claro: en un principio los aviones aliados divisaban a los submarinos con el Tubo Braunsche; luego los sumergibles habían sido dotados del receptor "Metox" para saber si los detectaban, pero el receptor emitía una señal que desde muy lejos era captada por los bombarderos. Un remedió peor que la enfermedad.

Descartado el "Metox", los alemanes perfeccionaron los receptores "Wanze" y "Borkim" para captar la detección del enemigo sin que éste lo advirtiera. También se puso en acción, en agosto, el nuevo tor­pedo T-5, cazadestructores, que durante el mismo mes hundió 12 de esos temibles enemigos del sumergible. Este torpedo "rastreador" era atraído por el ruido de las hélices. Y a la vez se aceleró la producción del nuevo submarino XXI del ingeniero Walter, más rápido, que me­diante el "Schnorchell" no necesitaría salir a la superficie ni siquiera para cargar acumuladores.

Pero mientras tanto, 1943 fue desastroso para Alemania en el mar, con la pérdida de 231 sumergibles y 10,000 tripulantes. Sus bajas to­tales en los tres años de guerra se elevaban así a 377 submarinos y a 13,434 tripulantes altamente especializados.

Al costo de 231 sumergibles, en 1943 la flota de Doenitz echó a pique barcos aliados con un total de 2.579,000 toneladas. Los aviones \ y las minas hundieron otras 623,000 toneladas. El total de pérdidas ascendía para las potencias aliadas a 19 millones 846,000 toneladas. (Un equivalente a 3,307 barcos de 6,000 toneladas cada uno, la ma­yoría cargados de armas y pertrechos costosísimos).


ARMAS SECRETAS CONTRA
SUPERIORIDAD NUMERICA


Era tan abrumadora la superio­ridad numérica de la coalición del bolchevismo y el Occidente, que sólo podía ser contrarrestada con armas-secretas de extraordi­nario poderío. Hitler estimuló a sus inventores para conseguir esas armas y ellos realizaron esfuerzos sobrehumanos, al cabo de los cuales lograron resolver en un plazo angustiosamente corto los más variados problemas de física, de química y de mecánica. La segunda parte de la tarea, consistía en producir las nuevas armas en serie y poder utili­zarlas oportunamente.

Ya para 1943 los tanques alemanes Tigre y Pantera eran superiores a los contrincantes, lo mismo que el.cañón de 88 milímetros, que dispa­raba alternativamente balas antitanque, proyectiles de fragmentación contra la infantería y granadas antiaéreas; se había logrado asimismo producir una pólvora que no dejaba rastros de humo o de luz; (I) el caza Focke Wulf superaba en varios aspectos a los modelos extranjeros de su género, etc., etc. Pero todas estas y otras ventajas semejantes no bastaban, sin embargo, para compensar la enorme inferioridad, nu­mérica del ejército alemán respecto a los cuarenta países lanzados en contra suya.

(1) La victoria en Europa.—General Marshall, Tefe del Estado Mayor General de EE. UU.

Eran otras las armas en que confiaba Hitler, y se trataba del avión de chorro Me-262, capaz de invertir el curso de la lucha en el aire; del submarino Tipo XXI, que volvería a destrozar convoyes aliados en el Atlántico; de la bomba voladora V-1 y del proyectil estratosférico V-2, capaz de burlar las defensas militares antiaéreas. Y por último, la bom­ba atómica.

En 1940, al concertarse el armisticio germanofrancés, Hitler y Goering creyeron que la guerra sería corta. Dedujeron que tendría que ganarse con las armas ya existentes, sin perder tiempo en problemáticos inventos, y por tanto suspendieron muchas investigaciones. Pero en 1943, al ver que la contienda se prolongaba, hubo un cambio de polí­tica a ese respecto. Fueron sacados del frente 10,000 científicos, téc­nicos y especialistas para reforzar los centros de investigación y seconcedieron altas prioridades de materias primas para hacer experimentos. .

Febrilmente se reanudaron los trabajos sobre el avión de chorro y el cohete guiado antiaéreo, que pondrían fin al acoso de los bombar­deros.

En la gran planta experimental de Peenemunde, cerca del litoral del Báltico, siete mil químicos, profesores y especialistas en cohetes y mo­tores trabajaban afanosamente. La instalación de ese enorme labora­torio con los procedimientos técnicos más avanzados había costado un equivalente a más de 600 millones de pesos.

La V-l (bomba voladora), capaz de llevar una tonelada de explosivos, fue lanzada al aire por primera vez en 1942,-pero algo fallaba todavía y las alas se le rompían. Un año más tarde la V-l alcanzó un alto grado de perfección y podía volar a más de 600 kilómetros por hora llevando una tonelada de explosivos; su lanzamiento era sencillo y un ingenioso dispositivo de brújula y timones le permitía dirigirse con relativa apro­ximación al blanco elegido. Aun era frecuente que el impacto se produ­jera con un error de seis kilómetros y por tanto no podía usarse como tiro de precisión, pero sí contra grandes concentraciones de tropas. Hitler ordenó entonces que se iniciara su construcción en serie.

Un fuego concentrado de V-l podía llegar a frustrar los preparativos alia­dos de invasión.

Además, en Peenemunde se trabajaba también apresuradamente pa­ra producir la V-2 (cohete estratosférico), contra la cual no existía me­dio alguno de defensa; su fantástica velocidad de 5,580 kilómetros por hora (casi cinco veces más rápida que el sonido) la hacía inmune al radar, a los cazas enemigos y a cualquier sistema de defensa antiaérea. El profesor Von Braun y un numeroso grupo de técnicos trabaja­ban hasta 16 horas diarias en el invento de la V-2 (originalmente lla­mada A-4) y en 1940 se lograron los primeros resultados alentadores. Dos años más tarde ese fantástico proyectil ascendió por primera vez a la estratosfera y recorrió 270 kilómetros cual bólido interplane­tario. El júbilo en Peenemunde fue inmenso.

El doctor Walther Riedel, uno de los directores del Laboratorio, dio una explicación comprensible de la fuerza enorme de una V-2: "To­memos 39 locomotoras de 110 toneladas. Pongámoslas en mar­cha allO kilómetros por hora, contra una pared de concreto. Ese es el poder de una V-2. El impacto es tan terrible que el 70% de . sus 4,000 kilos de metal se vaporizan en un rocío plateado que cubre las hojas de los árboles cercanos". El proyectil tiene 14 metros de longitud y 1.70 de diámetro, su peso total es de 12,980 kilos con carga completa, o sea: 4,400 kilos de la estructura metálica, motores, etc., 7,500 kilos de combustible y 1,000 kilos de explosivos.

Para la invención de la V-2 (obra del general Dornberger) fue pre­ciso resolver dificultades tan grandes en los campos de la física, la química y la mecánica, que al lograrlo, quedaron abiertas a la-huma­nidad las puertas de los espacios siderales. Ningún otro procedimiento ni ningún otro vehículo podían antes soñar con trasponer la atmós­fera. La V-2 liberta al hombre de ese límite terrestre y le da las po­sibilidades de escrutar otros mundos. Ya en los primeros ensayos as­cendía a 75,000 metros de altura. El profesor Walter, que construía en Kiel los nuevos motores eléctricos para submarino, también hizo valiosas innovaciones para confeccionar el motor del cohete V-2.

A este respecto el general Tomás Sánchez Hernández dice en His­toria del Armamento: "La bomba V-2 constituyó una verdadera reve­lación. Por su técnica maravillosa y su fabricación perfecta, en­carnó el prototipo de todas las realizaciones alemanas respecto a bombas-cohete... La V-2 es, sin discusión, un derroche inau­dito de técnica superior, y, en el sentido literal de la palabra, un aparato de precisión demasiado hermoso para el uso que se le destinaba; ingenio en que nada se había dejado al azar.

Todos los recursos de la ciencia moderna fueron puestos en juego para realizar la concepción más atrevida de una bomba-cohete. En una V-2 no existen menos de 22,000 piezas, y la construcción re­quiere más de 4,000 horas-hombre de trabajo, sin contar con la complicación de transporte para ajustar las diferentes piezas y conducir la V-2 hasta su punto de partida".

Esta fantástica arma, probada en 1942, fue objeto de importan­tes modificaciones a efecto de afinar la puntería y finalmente quedó lista a mediados de 1943. Hitler visitó la planta de Peenemunde en ¡unió y ordenó la construcción de 30,000 V-2, para Io cual se reque­ría un terrible esfuerzo, igual que para producir 180,000 aviones. Por tanto 1,500 técnicos fueron sacados de las fábricas de aviones y ar­tillería y se consagraron a montar maquinaria y a entrenar personal para iniciar la producción en serie de la V-2.

En la desesperada carrera de los peritos alemanes y de los espías y saboteadores aliados, el movimiento secreto israelita jugó un im­portantísimo papel y muchos de sus agentes pudieron magistralmente comunicar a Inglaterra lo que se estaba haciendo en los laboratorios de Peenemunde. Inmediatamente los ingleses trazaron planes para eva­cuar gran parte de la población de Londres y comprobaron desde el aire que los alemanes construían extrañas instalaciones en la Europa occidental, como si se dispusieran a utilizar armas no conocidas hasta entonces.

"Los hombres de ciencia —dice Churchill— y los oficiales téc­nicos expresaban ¡deas muy variadas sobre el particular. Lord Cherwell, consejero científico de Churchill, decía que usar cohetes con cabeza de 10 a 29 toneladas era cosa que él no creía posible". (La V-2 demostró que sí).

Mientras se hacían esas conjeturas, el movimiento secreto que ope­raba en Alemania y que solapadamente había incrustado miembros suyos en puestos vitales de observación, ratificó sus informes y envió valiosos datos a Londres acerca de la V-2, del sitio de la planta y de la forma en que se hallaba camuflada. Con esos datos Churchill pudo ordenar un ataque preciso el 17 de agosto de 1943, contra las plan­tas esenciales del Peenemunde que se hallaban camufladas entre los bosques. En esa acción se emplearon 561 bombarderos "Halifax" con dos mil toneladas de bombas incendiarias.

"Aunque los daños materiales fueron mucho menores de lo que habíamos supuesto —agrega Churchill—, el ataque tuvo una in-- fluencia trascendental. Todos los dibujos de construcción que aca­baban de terminarse para ser enviados a los talleres quedaron quemados, y por eso la iniciación de la fabricación en grande escala se vio considerablemente demorada. Esto indujo a los ale­manes a concentrar la fabricación en instalaciones subterráneas en las montañas de Han".

Consecuentemente hubo una grave demora en la construcción de las 30,000 V-2 que pedía Hitler, y la demora se agravó poco des­pués con motivo de la emergencia que causó a la industria bélica alemana la capitulación de Italia y la apertura de ese nuevo frente.. Para dar tiempo a la terminación de las nuevas armas Hitler ordena­ba que no hubiera retiradas en ninguno de los campos de batalla, co­sa que a muchos de sus generales —que valoraban la situación única­mente por lo que alcanzaban a ver— les parecía una locura.

Pero además de los adelantos en la V-l y la V-2, la ciencia alemana estaba logrando extraordinarios avances en la física nuclear. Después de ingeniosos experimentos fue descubierta la forma de provocar el "Kernspaltung", fenómeno que años más tarde fue conocido mundialmente como "desintegración atómica". Los principios esenciales de ese descubrimiento fueron formulados por el perito Otto Hahn, quien ya se había hecho mundialmente conocido al descubrir el radiotorio y el mesotorio en 1906, y el protactinio en 19.17. A este res­pecto el general Sánchez Hernández dice: "Fue en enero de 1939 —unos meses antes de que estallara la segunda guerra mundial— cuando Otto Hahn y Strassmann publicaron los resultados cuali­tativos de sus trabajos. Ellos indicaban cómo por bombardeo de los núcleos de uranio por medio de neutrones, habían logrado un fenómeno que llamaron Kernspaltung y que hoy conocemos co­mo "desintegración nuclear". Esto provocó una verdadera revo­lución en el mundo de la física nuclear. F. Joliot en París y Fermi en Nueva York confirmaron inmediatamente los descubrimientos de Otto Hahn".

(El modo de provocar la desintegración atómica fue descubierto en el Instituto Kaiser-Guillermo de Berlín el 17 de diciembre de 1938 y comprobado "en enero de 1939. La noticia se publicó el 6 de ese mes en la revista alemana "Ciencias Naturales". En el Instituto Kaiser trabajaba Lisa Meitner, judía, quien inmediatamente se trasladó a Suecia y cablegrafió a Nueva York todos los pormenores que conocía acerca de los experimentos atómicos).

En el Diario del Ministro Soebbels aparece una anotación el 21 de marzo de 1942, que dice: "La investigación hecha en la esfera de la destrucción por medio de la energía nuclear ha adelantado hasta un punto en que es posible que los resultados se usen en esta guerra. Dícese que puede causar una destrucción colosal con un esfuerzo mínimo. La ciencia alemana está en su apogeo en este punto. Es esencial que sigamos adelante de todos". Más o menos en esos mismo días Eva Braun anotaba en su Diario: "Primavera de 1942.—Speer (Sucesor de Todt como Ministro de Armamentos y Municiones) vino y trajo una noticia sensacio­nal. Han descubierto en Koenigsberg un tipo nuevo de explo­sivos que se relaciona con el átomo y que podría destruir ciuda­des enteras. Es, por supuesto, estrictamente secreto. Yo sólo he comprendido algunos puntos de la discusión, pero parece ser que este invento decidirá la guerra".

Refiriéndose al gran adelanto que los investigadores alemanes lle­vaban en el campo de la energía nuclear, el general Sánchez Hernán­dez afirma: "Realmente su ventaja era impresionante, ya que en 1940-' 41 Otto Hahn había descubierto los elementos 93 y 94 y lo­grado aislar los elementos 95, 96 y 97. Ahora bien, los norte­americanos no descubrieron los elementos 95 y 96 sino hasta 1946, cinco años más tarde, por el profesor Gleen T. Seaborg, quien propuso llamarlos Americum y Curium... El Instituto Kaiser Wil-helm (en Alemania) había sido transformado en una verdadera fortaleza de investigaciones atómicas, y en 1942 la fábrica in­dustrial del plutonio fue realizada en Alemania, cuando en Amé­rica sólo existía en proyecto".

Hay otros muchos datos que ratifican este hecho histórico. Cuando Rommel pedía apremiantemente a Hitler que le enviara tanques y morteros —según refiere el general británico Desmond Young— Hitler le dijo que "había una nueva arma secreta de un poder tan aterrador que su explosión tiraría a un hombre de un caballo a tres kiló­metros de distancia". (I)

(1) "Rommel".—Por el Gral. Desmond Young. Gran Bretaña.

Por su parte, Winston Churchill dice en sus memorias: "A media­dos de 1942 nos enteramos de los esfuerzos alemanes por abas­tecerse de 'agua pesada'. ¿Qué hacer si el enemigo llegaba a obtener una bomba atómica antes que nosotros? Recomendé con todo encarecimiento que desde luego formáramos un fondo co­mún de todos nuestros informes".
Con fundamento en esos temores, Churchill ordenó un ataque en febrero de 1943 para destruir una planta de "agua pesada" alemana en Noruega, necesaria para la bomba atómica.

Robert P. Patterson, Subsecretario de Guerra de Estados Unidos, refirió que los alemanes estaban en vísperas de hacer estallar la bom­ba atómica cuando ocurrió el colapso. "La verdad es que los alemanes eran enemigos muy peligrosos —dice— por su habilidad de inventar".

Hablando sobre el mismo tema, el crítico militar norteamericano Hanson W. Baldwin afirma que "fueron los científicos alemanes los primeros en llegar a conclusiones definitivas en la materia".

En 1943, pese a los daños que había sufrido y a la enorme superio­ridad numérica que la acosaba, Alemania todavía tenía la probabi­lidad de la victoria. Por eso el general Eisenhower dice que "los ade­lantos de la técnica alemana, tales como el desarrollo de explo­sivos atómicos, hacían imprescindible que atacásemos antes de que esas terribles armas se emplearan en contra nuestra". (Cru­zada en Europa.—Por Dwight David Eisenhower).

SABOTAJE, GUERRILLAS Y GOLPES DE ESTADO

El esfuerzo para abatir a Alemania antes de que terminara esas armas, terribles no se ejerció únicamente. desde el exterior, donde operaban mancomunadamente los ejércitos bolchevique y aliados. Se recurrió asimismo a un movimiento dentro de Alemania o de las zonas que ocupaba. En 1943 surgió una secreta y gigantesca lucha de guerrillas, sabotaje y conspiración para obstruir y demorar los esfuerzos de Hitler.

La población judía era el alma de ese movimiento. Con habilidad ancestral conquistada en siglos de lucha sorda y secreta, muchos is­raelitas habían logrado acomodarse en sitios claves. Tan pronto se-camuflaban tras la ciencia como tras el arte, la industria, el comercio, y con frecuencia se deslizaban ellos o sus agentes en los más altos círculos oficiales, lo mismo en Alemania que en los países ocupados. El rabino Stephen Wise refiere que en Estados Unidos recibía infor­mes de un industrial que "ocupaba una de las más importantes posi­ciones en la economía de guerra alemana que le daba acceso a los cuarteles y a los planes de guerra nazis". (I) Hasta la Universidad de Varsovia fue convertida en uno de los más activos centros de cons­piración judía que movió a miles de miembros de una población de 350,000 israelitas radicados en Polonia.
(1) Años de Lucha. Rabino Stephen Wise.

Fue ahí donde se inició el cruento levantamiento del 19 de abril (1943), precisamente en el aniversario de la insurrección judía en Egipto (Pesaj). No les importó a los caudillos judíos que al lanzar a sus súbditos a actividades de resistencia y sabotaje —completamente al margen de las leyes de la guerra— los colocaban en el terreno de los guerrilleros, de los espías y de los saboteadores, para los cuales en ningún país del mundo existe clemencia en tiempo de guerra. El sol­dado de un ejército regular, uniformado, es merecedor de alojamien­to, comida y auxilios médicos cuando es hecho prisionero en el cam­po de batalla; mas el espía, el saboteador y el guerrillero que bajo el disfraz de aldeano, de profesional o de obrero se lanza a una lucha subterránea, automáticamente se priva a sí mismo de todo derecho y se hace acreedor a la ejecución.

Esta vieja costumbre ha regido en todos los tiempos y en todos los pueblos. Hitler no la inventó, pero sí se acogió a ella y ordenó en 1943 que fuera encarcelado o aniquilado todo núcleo de judíos que en alguna forma desarrollara actividades bélicas o de conspira­ción. La magnitud de las aprehensiones o de las ejecuciones viene a ser un índice de la magnitud del esfuerzo de resistencia que las comu­nidades judías europeas realizaron a retaguardia de las tropas alema­nas, en tanto que sus hermanos de raza convergían desde el exterior,' trayendo por delante pueblos aliados de todos los confines de la tie­rra. Lo que las ocultas infanterías israelitas padecieron en Europa co­mo consecuencia de sus sabotajes y conspiraciones, es materialmente achacable a la policía o al ejército alemán, pero evidentemente los causantes intelectuales de los encarcelamientos y las ejecuciones fue­ron los propios caudillos israelitas, que con el más ciego fanatismo empujaron a sus contingentes a una acción ilegal y casi suicida. El enemigo no podía tener menos dureza para tales saboteadores que la que habían tenido los jefes judíos que los lanzaron a esa lucha.

Con esa ejemplar hermandad que tienen los israelitas, millares de ellos organizaron en Alemania una vasta red de espionaje para comu­nicar a la aviación aliada la ubicación de metas importantes. Fue no­table que en esa tarea participaran judíos nacidos en Alemania, hijos de padres igualmente nacidos allí, pero que seguían siendo fieles a su tradición de sangre y de política. Por eso el escritor israelita Simón Dubnow dice que el pueblo judío "ha vencido el tiempo y el espacio... La conciencia histórica es lo más sólido que nos vincula a la diáspora de Israel, y hace de nosotros un solo pueblo, una consolida­da nación internacional". ("Historia Contemporánea del Pueblo Judío").

En las actividades de la resistencia secreta, Hitler estuvo una vez más a punto de ser asesinado. En el Diario de Eva Braun aparece el siguiente relato fechado en el invierno de 1942:

"Partimos solos hacia Berchtesgaden cuando empezaba a declinar la tarde, y entonces ocurrió algo tremendo, casi a 20 kilómetros de Berchtesgaden. Yo ni siquiera oí la detonación, pero era imposible no ver el agu­jero en el parabrisas. Adolfo detuvo tan bruscamente el coche que casi se vuelca. Sacó el revólver del bolsillo y me ordenó: 'Qué­date sentada'. Y de un brinco felino saltó a la carretera, al tiem­po que se arrancaba su saco de cuero para tener mayor libertad de movimientos. Todo esto con la velocidad del rayo... Adolfo volvía poco después con un hombrecillo bastante calvo y de an­teojos. Lo traía del cuello del saco y de tiempo en tiempo le da­ba de puntapiés, al mismo tiempo que aullaba palabras tan des­articuladas que yo no podía entenderlas. El hombre apretaba convulsivamente en su mano un revólver. En ese momento podía: haberlo utilizado de nuevo porque Adolfo había puesto el suyo nuevamente en el bolsillo. 'Canalla, feto' —gritaba Adolfo— '¿es­tás loco?' El hombre no respondió, ni tampoco lo hizo cuando lo golpeó de nuevo, ni tampoco cuando le dio una sonora cache­tada. Por último, Adolfo le miró, movió la cabeza, le quitó el ar­ma, le obligó a subir al auto y a sentarse adelante. Yo pasé a sentarme atrás y tomé el revólver del autor del atentado. Es la cuarta vez en este año, dijo Hitler furioso y arrancó".

(Más tar­de las SS se hicieron cargo del detenido; no fue posible obtener de él ninguna confesión y al día siguiente se le ejecutó).

En 1943 se generalizaron los brotes de la oposición del movimiento judío y Hitler abandonó su viejo propósito de llegar a una transacción pacífica mediante el establecimiento de un Estado' israelita al oriente del río Vístula. Fue entonces cuando ordenó tratar con mano de hierro a todos los oposicionistas o sospechosos. Se hicieron varias redadas, pero no todas tuvieron éxito. El Ministro Goebbels anotó en su Diario el 7 de marzo: "A causa de la conducta miope de los industriales que advirtieron oportunamente a los israelitas, no pudimos ponerles la mano encima a unos 4,000 de los que se habían infiltrado en las grandes fábricas". El hebreo siempre ha sido muy hábil para eludir a sus perseguidores y ganar compasiva ayuda hasta en las filas de aquellos a quienes calladamente odia y combate.

El 22 de enero de 1943 Hitler había despedido al ministro Hjalmar Schacht porque no mostraba entusiasmo en la causa alemana. Lo que no sospechaban ni Hitler ni la Gestapo era que Schacht venía cons­pirando desde hacía años. Aun cesado, siguió haciéndolo, aunque con más precauciones. Fingía cacerías a las que invitaba al capitán Struenck, que en realidad era su enlace con el Almirante Canaris, traidor que ocupaba el puesto de Jefe del Servicio Secreto Alemán. Schacht y Canaris ayudaban a numerosos judíos que por sus actividades corrían peligro de ser capturados.

En el Ejército y en la Marina también había gente que sin una cabal comprensión política encubría a los israelitas, quizas pensando que eso era un inocente acto de humanidad. El general Siegfried Westphal afirma ("El Ejército en Cadenas") que el antisemitismo era mal visto por muchos militares y que a espaldas "del Alto Mando se logró retener a algunos oficiales de ascendencia judía. Añade que Hitler y Goering se referían frecuentemente al Estado Mayor General como "la última logia masónica de Alemania".

El general Gíiderian refiere que a principios de 1943 el general Von Rabbenau le presentó al Dr. Goerdeler, quien le pidió nombres de descontentos y le reveló planes de conspiración, encabezados por el general Ludwig Beck (ex jefe del Estado Mayor General). Guderian pulsó a varios compañeros suyos y luego se negó a ayudar. Los cons­piradores tenían incluso comunicación indirecta con el Gobierno bri­tánico, cuyo ministro de Relaciones Exteriores, Edén, creyó frecuente­mente que Alemania estaba a punto de desmoronarse por dentro.

El Almirante Canaris, Jefe del Servicio Secreto, preparó una in­cursión alemana de sabotaje contra la industria bélica de Roosevelt pero entre los nueve jóvenes comisionados introdujo dos saboteadores de la operación. Posteriormente Truman mandó ejecutar a los siete alemanes que el propio Canaris había entregado al enemigo. Hitler se disgustó por lo que entonces parecía sólo un golpe de mala suerte y en tono sarcástico dijo a Canaris que en operaciones peligrosas era bueno utilizar "criminales judíos". El Almirante se valió de esa coyun­tura y comenzó a enviar al extranjero judíos disfrazados de agentes del Servicio Secreto Alemán, que naturalmente sólo salían a llevar in­formes a los enemigos de Alemania. Bastante después el ministro Keltenbrunner puso fin a ese procedimiento, que en aquellos días pare­cía únicamente una torpe interpretación de Canaris a una "orden" del Fuehrer. (I)

(I) El Almirante Canaris= Kart H. Abshagen, antinazi.

Junto con el sabotaje y las conspiraciones se recrudeció en 1943 la sublevación de Yugoslavia. Primero surgió un movimiento encabezado por Draza Mihailovitch, partidario de Estados Unidos y la Gran Bre­taña, y luego estalló otro dirigido por Josif Broz "Tito", partidario de la URSS. Roosevelt y Churchill ayudaron con pertrechos a ambos cabecillas, que en conjunto distraían en ese frente a 22 divisiones alemanas (330,000 hombres, al mando del mariscal Von Weisch), las cuales podían haber sido decisivas en el frente del Mediterráneo, o de enorme significación en el frente soviético. La rebelión yugoslava era tan importante que Churchill escribió:

"Estas fuerzas de guerri­lleros están conteniendo a tantas divisiones alemanas como los ejércitos británico y americano combinados. Hasta ahora se les ha alimentado solamente por envíos arrojados desde el aire". No obstante que Mihailovitch había sido el primero en crear el frente balcánico, Roosevelt y Churchill lo traicionaron. El diplomático norteamericano William C. Bullit refiere que "a petición de Stalin, la ayuda que Estados Unidos e Inglaterra enviaban al general Mihailovitch, fue entregada a Tito. A la larga Tito estableció un régimen comunista y mandó ejecutar a nuestro amigo Mihailo-vitch".(l)

(1) Cómo los EE. UU. Ganaron la Guerra y por qué están a punto de Perder la Paz.—Por William C. Bullit

Los seiscientos mil croatas musulmanes que simpatizaban con Mihailovitch y con los occidentales fueron luego duramente perseguidos y sojuzgados. El mariscal "Tito" es judío, originalmente llamado Josif Walter Weiss. Durante la guerra de España fue miembro de una bri­gada internacional y al morir un compañero suyo, Josif Broz Tito, de origen croata, tomó el nombre de éste a fin de perfeccionar su mimetizada apariencia de yugoslavo. Su amigo judío Moisés Píjade lo ayudó con Bernard Baruch, consejero israelita de los presidentes ame­ricanos, para que Occidente lo apoyara.

El escritor americano Hanson Baldwin afirma erí "Las semillas de la Nueva Guerra" que el abandono de Mihailovitch, amigo de los occidentales, fue convenido en Teherán (nov. 26), durante la junta de Roosevelt, Churchill y Stalin.'

Las operaciones militares en los Balcanes no se desarrollaban pro­piamente sobre un frente continuo: ocurrían golpes de "pega y corre" en diversos puntos, y la acción más espectacular fue él ataque lan­zado por la aviación de Roosevelt el primero de agosto, contra los campos petroleros" rumanos de PloestÜ que eran la principal .fuente' de combustible para Alemania. La operación se realizó con 177 bom­barderos al mando del general Uzal G. Ent; 92 regresaron a su base en Bengasi; 54 fueron abatidos y 31 aterrizaron forzadamente. Entre prisioneros y muertos' se perdieron 532 tripulantes. Sólo seis aviones, al mando del mayor Norman C. Appold, pudieron penetrar hasta las metas elegidas y causar daños. Todavía entonces eran muy costosos los ataques aéreos sobre objetivos militares.

sábado, 21 de marzo de 2009

Capítulo VIII 1ª Parte

CAPITULO VIII
Oscilación de la Victoria(1943)

La Herencia del 6o. Ejército. Pequeño Margen de la Derrota al Triunfo.
Sangre a Raudales en el Frente Oriental.
16 Millones de Bajas en la URSS Hasta 1943.
Matanza de Prisioneros. El Frente Aéreo Contra Alemania.
Desastre Alemán en la Batalla del Atlántico.
Armas Secretas Contra Superioridad Numérica.
Sabotaje, Guerrillas y Golpes de Estado.
Los Amigos de Roosevelt
Italia Cae al Primer Soplo de la Guerra.
Caída y Rescaté de Mussolini.
Cinco Meses Ante Cassino.


LA HERENCIA DEL 6° EJERCITO

Al desaparecer el 6o. Ejército en "donde nunca se alzará una cruz ni un cenotafio a su memoria", dejó una herencia de incalcu­lable valor a sus compañeros. Los 71 días que resistió bajo el sitio de ocho ejércitos soviéticos, sirvieron para improvisar nuevas líneas en todo el sector sur del frente alemán.
Dos ejércitos rumanos se habían desplomado en diciembre al pri­mer impacto de la ofensiva bolchevique; un ejército italiano huyó en seguida al rumor de que en su sector también atacarían los rusos, y días más tarde el ejército húngaro hizo lo mismo. Esto había abierto boquetes de cientos de kilómetros en el sector sur y sólo el 6o. Ejér­cito quedó en Stalingrado sirviendo de rompeolas durante 71 días.

Al extinguirse ese ejército el primero de febrero, 341 unidades so­viéticas (un equivalente de 220 divisiones) pudieron embestir sobre 32 divisiones alemanas desde el norte de Karkov hasta el área de Ros­tov, en una extensión de 700 kilómetros. La superioridad de los rusos era de 7 a I. Sin embargo, su abrumadora infantería había descen­dido sensiblemente en calidad, aunque seguía soportando enormes sacrificios, y su artillería era relativamente débil, después de las enor­mes pérdidas padecidas en 1941 y 1942, que ascendieron a más de 40,000 cañones.

De todas maneras, la situación del sector sur era extraordinaria­mente comprometida. Sobre el 4o. ejército blindado alemán, del ge­neral Hoth, cayeron a principios de febrero los ejércitos rusos 44, 58, 51 y 2o. de la guardia. Sereno y audaz, Hoth llevaba tanques de una a otra ala, en golpes de sorpresa, y frustraba las maniobras de cerco, a la vez que lentamente retrocedía. Con el cambio fulgurante del centro de gravedad de sus golpes defensivos multiplicaba su con­tundencia. Así pudo salvarse y a la vez cubrió la retaguardia del pri­mer ejército blindado de Von Kleist que se retiraba del Cáucaso.

Durante todo febrero el sector sur del frente alemán fue una tela4 de araña frecuentemente hendida. Las 32 divisiones que lo defendían desplegaron movilidad extraordinaria para pegar hoy en un sitio y mañana en otro, dando así la impresión de uNa fuerza numérica inexis­tente. El 17 de febrero Hitler se trasladó a ese crítico frente. Llegó, a Saporoshje y ofreció a Von Manstein hacer todo IO posible por enviarle refuerzos. Los bolcheviques se hallaban a 60 km y de haber sabido la presencia de Hitler podían haber irrumpido hasta ahí en pocas horas. La guarnición alemana era muy débil y el grupo que rodeaba al Fuehrer vivió días de zozobra.

Poco después llegaron reemplazos para algunas de las más diezma­das divisiones, así como un Cuerpo de Tanques de las SS íbamos aver —dice Von Manstein— si aún podíamos pisotear la derrota, co­mo dijera Schlieffen.

Y en efecto, la derrota sufrida en Stalingrado fue pisoteada más tarde cuando los soviéticos trataron de recuperar la rica cuenca del Donetz y toda Ucrania. Los ejércitos blindados 4o. y lo. de Hoth y de Von Kleist, se combinaron para golpear a los vencedores de Sta­lingrado. En varios cercos aniquilaron 5 cuerpos de tanques, un cuer­po de caballería y. 7 divisiones, e infligieron bajas paralizantes a otros 2 cuerpos de tanques y a 6 divisiones.

En esa batalla de pequeños cercos se inhumaron 35,000 muertos soviéticos y se capturaron 676 tanques, 648 cañones y 600 vehículos. En comparación con los contingentes derrotados el número de prisioneros fue bajo, o sea de 10,000, debido a que por la noche el frío obligaba a los sitiadores a concentrarse en las aldeas y quedaban brechas por donde los rusos podían escurrirse.

Después de ese triunfo en las zonas de Krasnogrado y del Donetz, el Cuerpo de Tanques SS compuesto por las divisiones blindadas "Leibstandarte Adolfo Hitler", "Das Reich" y "Totenkopf", ardía en deseos de venganza por lo de Stalingrado y trataba de avalanzarse sobre los soviéticos que habían ocupado la gran ciudad industrial de Karkov. Las tres divisiones selectas tuvieron que ser frenadas para ahorrar bajas y luego se combinó su ataque con el 4o. ejército de Hoth. Los soviéticos fueron nuevamente derrotados y perdieron Kar­kov el 14 de marzo. Con este golpe la iniciativa en todo el sector sur volvía a manos alemanas.

"Se le torció el cuello a la derrota —dice Von Manstein—, debido a las valerosas divisiones de infantería que supieron man­tenerse en todo momento con gallarda entereza frente a la inti­midante superioridad enemiga, y a que tuvieron el coraje sufi­ciente para cerrar nuevamente las filas detrás de las potentes filtraciones de tanques rojos hasta dejarlos aislados y hacer po­sible su aniquilamiento".

El sacrificio del 6o. ejército no había sido inútil; en sus 137 días dé lucha "(71 de ellos copado) aminoró la fuerza de la ofensiva soviética y dio tiempo a que se hicieran suturas en el destrozado sector sur del frente alemán, que volvió a estabilizarse.

Stalin se quejó entonces de que su ofensiva no había explotado su triunfo en Stalingrado (recuperando Ucrania, como era su plan), porque los angloamericanos no distraían más tropas alemanas en el occidente de Europa. Para ese entonces aproximadamente cuatro mi­llones de alemanes hacían frente a los ataques aéreos, terrestres o navales de los contingentes de Roosevelt y Churchill, o se encontraban de guarnición en puntos amenazados.

Los logros del Ejército Rojo se hallaban condicionados —como lo siguieron estando durante toda la guerra— al hecho de que no se le enfrentara íntegramente el Ejército Alemán. La dispersión de las fuer­zas germanas en diversos frentes era una condición imprescindible que reclamaban todos sus opositores. Y es que en rigor se trataba de un ejército invencible por cualquier otro ejército; para combatirlo se requerían combinaciones mundiales de ejércitos.


PEQUEÑO MARGEN DE LA DERROTA AL TRIUNFO


Todos los grandes guerreros han ha­blado de cuan poca distancia hay entre la derrota y la victoria. Con asombrosa frecuencia ocurre que entre ambas sólo existe un estrecho margen y que el triunfo se escapa de entre las manos sí no se cruzan los linderos de la evidencia lógica y sigue confiándose en el triunfo más allá de lo que la razón aconseja. Entre otras muchas, la batalla de Rívoli, en Italia, es un ejemplo. A las once de la mañana las tropas de Napoleón estaban casi deshechas.

Spengler precisaba: "El azar es la causa que permanece invisible detrás de Ia cortina; es lo que no ha sido demostrado. ¡Cuántas batallas perdidas o ganadas por ocurrencias ridículas!" "Yo he visto en momentos decisivos —escribió Napoleón— que una nonada ha decidido siempre los más grandes acontecimientos”.

En la pasada guerra hubo muchos momentos en que Alemania "y Rusia bordearon alternativamente la cima del triunfo y el abismo de la derrota. Contra las apariencias engañosas del momento, ambas es­tuvieron varias veces a punto de vencer o perecer. Un cuidadoso exa­men disipa fa falsa creencia de que la ofensiva alemana en la URSS estaba irremisiblemente condenada al fracaso.

Esa impresión comenzó a formarse en el invierno de 1941, cuando Stalin echó mano de todas sus reservas movilizadas hasta entonces y sorprendió al frente alemán fuera de equilibrio. "Pero fijándose más a fondo —dice el historiador Liddell Hart—, se ve que fue por un " margen estrechamente desesperado como la resistencia rusa pu­do sobrevivir", pues la superioridad operativa del ejército ale­mán —añade— había destruido el grueso del ejército rojo en las ba­tallas de cerco del verano y del otoño, cuando hizo "la captura de prisioneros más grande de la historia".

En la crisis de finales dé otoño un hecho ajeno a la habilidad del ejército rojo lo libró del tiro de gracia: 63 divisiones alemanas (un, millón de hombres) se hallaban inmovilizadas muy lejos del frente germanosoviético, debido a Churchill y Roosevelt.

Semanas más tarde la contraofensiva invernal soviética —1941 — y los problemas logísticos derivados del invierno (I) estuvieron a punto de abrir un boquete de 600 kilómetros en las líneas alemanas y ocasio­nar una catastrófica retiraba abandonando armas y equipo entre la nieve. Fue entonces la voluntad de Hitler, con imponderables recursos psicológicos, lo que salvó al ejército alemán por estrecho margen.

(1) Las dificultades de abastecimiento eran incomparablemente mayo­res para el ejército alemán, lejos de sus bases, que para el ejército rojo.

Nuevamente en el otoño de 1942 la sombra del desastre cambió de sitio y volvió a cernirse sobre la URSS. En golpes tajantes le fueron arrebatados 35,000 kilómetros cuadrados más de territorio vital y uri millón de prisioneros. Sus bajas ascendían al total inverosímil de diez millones de hombres en muertos, prisioneros y heridos irrecuperables. Perdidas sus ricas cuencas del Donetz y del Don e interceptados sus oleoductos, el corazón industrial de Rusia se cimbró con el estrangulamiento de Stalingrado. Ya entonces las fuerzas alemanas sustraídas al frente ruso ascendían a 80 divisiones (1.200,000 hombres) y en ese crítico momento el Kremlin recibió mayor ayuda de las potencias occi­dentales; la recibió no sólo en tanques, aviones, cañones, proyectiles y comestibles, sino también en forma de bombardeos terroristas sobre Alemania y en el desembarque angloamericano en Noráfrica, que obli­gó a Hitler a retirar más aviones y tropas de Rusia y a enviar sus re­servas al Mediterráneo muy lejos del frente soviético. Entonces fue cuando la victoria alemana en las ruinas de Stalingrado se escapó de las manos y la suerte de la guerra dio otra media vuelta.

El año siguiente —1943— fue para Alemania más duro que los ante­riores, pero aún existían posibilidades de victoria en el Oriente. El pri­mero de enero Hitler reiteró sus esfuerzos para demostrar que la con­tienda de Occidente era insensata: "Jamás hemos hecho nada contra Francia, Inglaterra ni Estados Unidos. No hemos pedido nada a esos países que pudiese dar lugar a la guerra.
Cada una de nues­tras proposiciones de paz ha sido brutalmente rechazada". Durante ese año la situación del frente germanosoviético tuvo un cambio visiblemente favorable para la URSS, o sea la recuperación de un tercio del territorio perdido, pero junto a ese hecho alentador para el bolchevismo existió también una terrible sangría de sus masas com­batientes. Con frecuencia se cambiaron cientos de millares de vidas por unos cuantos kilómetros de tierra devastada. Y por tercera vez los golpes afortunados del ejército rojo en 1943 no se debían exclusivamente a su habilidad, pues las potencias occidentales hicieron que Alemania distrajera en otros muchos frentes 3.150,000 hombres (I) y 3,300 aviones.

(1) 110 divisiones alemanas (1.650,000 combatientes) se hallaban fue­ra del frente ruso: 22 en los Balcanes, 22 en Italia, 38 en Francia, 11 en Noruega, 5 en Dinamarca y 12 como reserva central. Además, el frente antiaéreo absorbía millón y medio de hombres.

Atendiendo a sus propios arbitrios, la URSS seguía en mortal peli­gro frente al ejército alemán y se hallaba tan terriblemente herida que pese a sus grandes recursos no era capaz de .salvarse por sí sola. Por eso ni la invasión aliada de Noráfrica ni la caída de Italia hicieron amainar sus angustiosas demandas para que Roosevelt y Churchill abrieran el implorado "segundo frente" en la Europa Occidental.

La terrible situación de la URSS y los progresos decisivos de los inventores alemanes que trabajaban en las armas secretas son la ex­plicación de que todavía el IO de mayo de 1943 Hitler mostrara ab­soluta confianza en el triunfo. El coronel Rudel refiere así la entrevista que tuvo con él en esa fecha: "Está lleno de nuevas ideas y planes, irradiando una seguridad y una confianza únicas en el Destino.

Subraya varias veces que el bolchevismo debe ser vencido por nosotros, pues de lo contrario sumirá a todo el mundo en el caos... Tanto más si tenemos en cuenta que los aliados occidenta­les no han notado aún la política fatal que están siguiendo y la catástrofe que amenaza desencadenarse para el resto del mundo. Durante 1943 la vital producción de acero se redujo en la URSS a la mitad, o sea a 9 millones de toneladas 'al año. La de petróleo era de 31 millones de toneladas y bajó a 17 millones. El bolchevismo había perdido también dos tercios de su producción de hulla, las tres cuartas partes de sus minerales de hierro y manganeso; 62 altos hornos y 213 hornos eléctricos; 175,000 plantas laminadoras; más de millón y me­dio de kilómetros cuadrados de territorio, poblado por más de 70 mi­llones de habitantes.
La economía soviética se hallaba profundamente herida y cada vez dependía más de la ayuda de Roosevelt y Churchill. Por su parte, Alemania resentía la terrible carga de una lucha contra todas las potencias mundiales. En 1943 hubo una movilización alemana más drástica. El ministro de producción Alberto Speer, que había to­mado posesión en 1942, descubrió que el potencial bélico de Alemania no era utilizado a toda su capacidad, pese a que ya llevaba tres años en guerra. Algo verdaderamente inconcebible. (1) 110 divisiones alemanas (1.650,000 combatientes) se hallaban fue­ra del frente ruso: 22 en los Balcanes, 22 en Italia, 38 en Francia, 11 en Noruega, 5 en Dinamarca y 12 como reserva central. Además, el frente antiaéreo absorbía millón y medio de hombres.

(1) Se ha demostrado plenamente que Alemania no hizo una moviliza­ción total de sus recursos al principiar la guerra, en 1939. Se creyó que ésta sería corta, y no fue sino hasta 1942 (al hacerse cargo Speer del Minis­terio de Producción de Armamento) cuando se desplegó todo el potencial industrial.

Speer logró una al­za vertiginosa en la producción de armas, si bien la alimentación des­cendió de 3,000 calorías que se consumían antes de la guerra, a 1,980 durante 1943. La producción bélica tuvo el siguiente aumento:
1942 1943
Tanques 9.330 12.700
Piezas de artilleria 11.800 17.800
Aviones de combate 14.800 17.800
Municiones (Tons) 1,270.000 1,650.000


SANGRE A RAUDALES EN EL FRENTE ORIENTAL

Después del desastre alemán en Stalingrado y del descalabro bol­chevique en Karkov, toda la prima­vera de 1943 transcurrió en relativa calma en el frente germanosovié­tico. Entretanto, Alemania hizo esfuerzos frenéticos por restaurar sus 190 divisiones que operaban ya en la URSS, y ésta puso en pie nuevas divisiones hasta completar 378, inclusive 51 blindadas. Además, dis­poniendo del armamento que le enviaban Roosevelt y Churchill, el Kremlin movilizó brigadas y regimientos especiales con cuyos efecti­vos el Ejército Rojo completaba contingentes que equivalían a 543 divisiones.

El régimen comunista de la URSS estaba recibiendo de Roosevelt 451,000 vehículos; 17,000 aviones; 12,000 tanques y carros blindados; 8,000 cañones; 105 submarinos; 15 millones de pares de botas; 340,000 toneladas de explosivos; 50,000 toneladas de cuero; 4.7 millones de toneladas de víveres; 3.7 millones de llantas; 2.8 millones de toneladas de acero; 2.6 millones de toneladas de combustible y otros valiosos auxilios que le permitían a la URSS mantenerse en pie.

El general Kurt Zeitzler, jefe del Estado Mayor general alemán, trazó un plan para copar los grupos de ejércitos soviéticos de Vatutin y Konew, aprovechando un saliente del frente ruso entre las plazas de Orel y Belgorod, en el área de Kursk.

Hitler llamó nuevamente al servicio al general Guderian, que ya se había restablecido, y le pidió su opinión sobre dicho plan. Guderian manifestó que no lo creía viable. "Tiene usted toda la razón, dijo Hi­tler. Se me revuelve el estómago 'cada vez que pienso en ese ataque". El general Jodl, ¡efe del Estado Mayor del Alto Mando, y el mariscal Von Kleist, eran de la misma opinión.

Inicialmente esa operación (llamada "Ciudadela") se había proyec­tado para mediados de mayo. El mariscal Von Manstein insistía en que no se diera a los soviéticos tiempo de reponerse. En cambio, el general Model decía que éstos tenían trincheras muy profundas y un nuevo cañón antitanque, por lo cual pedía que la operación se pospusiera a fin de prepararla mejor.

Von Manstein dice que Model gozaba de gran confianza de Hitler por su energía extremada y por su resistencia tenaz. Tenía gran capa­cidad de trabajo, una energía extraordinaria, si bien un poco despiadada a veces. Era a todas luces un optimista por temperamento para quien la palabra dificultad carecía de significación. El hecho de que fue­ra precisamente Model quien recomendara prudencia, influyó para que Hitler aplazara la operación.

Hitler dio además la justificación de que a mediados de mayo se disponía de 686 tanques y 60 cañones para la operación "Ciudade­la", y que para julio habría 1,081 tanques y 376 cañones. Para entonces podría incluso disponerse de algunos tanques del nuevo modelo "Pan­tera" y "Tigre" con una coraza de 10 y 15 centímetros en la parte frontal, o sea el doble de los anteriores. El poder de penetración de sus disparos había aumentado casi al cuádruple.

El general Guderian refiere que Hitler se hallaba entonces muy inte­resado en perfeccionar el blindaje, en cuya materia "demostraba gran conocimiento" y que seguía repudiando la ofensiva "Ciudadela"; por lo cual no se explica cómo fue que poco después dio su consentimiento para que se lanzara el 5 de julio. Al parecer, lo hizo bajo la presión de Zeitzler, Jefe del Estado Mayor General, de Von Manstein y de otros generales.

Von Manstein tenía muchas esperanzas en esta operación y pedía insistentemente que se le dedicaran todas las reservas alemanas. Veía con malos ojos que precisamente en esos días Hitler estuviera enviando refuerzos a Grecia, a Creta, a Cerdeña, a Sicilia y a Italia, en previsión de ataques angloamericanos por el Mediterráneo.

En tales circunstancias la ofensiva empezó el 5 de julio* con una enor­me batalla de tanques en la que participaron 17 divisiones blindadas alemanas y 19 de infantería. La ambiciosa meta era cercar en el afea de Kurslc más de 90 divisiones soviéticas. Para el efecto, el 9o. ejército blindado alemán, del general Model, atacaba al norte de Kursk, y bas­tante al sur embestía el 4o. ejército blindado del general Hoth. Sí am­bos lograban hender el frente ruso y enlazarse, la operación se habría consumado. Al poniente, nueve mermadas divisiones del 2o. ejército alemán trataban de fijar sobre el terreno a los soviéticos para facilitar su envolvimiento por los flancos.

En dos días de batalla Model penetró 14 kilómetros en el denso sis­tema defensivo. En la otra tenaza, el ejército de Hoth perforó el frente, aniquiló a dos oleadas de tanques rusos y atrajo las reservas operativas del enemigo, que a su vez contestó con un poderoso ataque hacia el poniente y creó una difícil situación en el debilitado 2o. ejército. Mo-del tuvo que acudir en auxilio de éste y suspender su avance encamina­do a consumar el cerco.

En esos críticos momentos (10 de julio) tropas brit6nicas y norteame­ricanas desembarcaron en la isla italiana de Sicilia, y Hitler habló de la conveniencia de desistir de "Ciudadela" para enviar tropas a evitar que Italia se desmoronara. Siete días después un cuerpo de tanques fue retirado de la operación y enviado al frente italiano. La ofensiva quedó truncada antes de agotar todas las posibilidades y Hitler ordeno asu­mir la defensiva en Rusia. Así pudo reunir algunas fuerzas para au­xiliar a Mussolini.

"Ciudadela" duró 14 días, durante los cuales los alemanes padecie­ron más de 40,000 bajas. Los soviéticos habían perdido 34,000 prisio­neros, 17,000 muertos, 34,000 heridos, 4,827 tanques, 2,201 cañones, 1,080 morteros y 2,344 aviones. Sin embargo, el mando ruso y el debi­litamiento alemán por enviar refuerzos a Italia habían impedido el en­volvimiento de los ejércitos soviéticos de Kurslc.

Guderian le aconsejaba a Hitler que las nuevas reservas alemanas no se gastaran precipitadamente. "Use troncos, no astillas", le decía, con lo cual el Fuehrer estaba de acuerdo, pero a la hora de la emergencia en diversos frentes echaba mano de cuanto había. Von Manstein censuraba mucho este sistema y alegaba que en vez de quererlo conservar todo era indispensable ceder en algunas partes y concentrar las ener­gías contra la URSS.

En esos días se formaron también las primeras unidades de aviones destructores de tanques; el Ju-87 (Stuka) fue acondicionado a fin de 1 que lanzara proyectiles de volframio capaces de perforar los más grue­sos blindajes y estallar en el cuerpo del tanque. Los rusos pusieron entonces en juego cartuchos fumíguenos para simular incendios y des­pistar a los atacantes, pero éstos no tardaron en descubrir el truco y en aprender a distinguir los incendios verdaderos de los simulados, guiándose por el color de las llamas.

Poco después de frustrada la operación "Ciudadela", el mando so­viético lanzó una serie de ofensivas en el sector sur del frente para recuperar Ucrania, productora de trigo y de metales. La proporción de fuerzas rusas y alemanas era de 7 a I. "Nos hallábamos ante una hidra capaz de sacar dos cabezas por cada una que le cercenábamos", dice el mariscal Von Manstein, Jefe del Grupo de Ejércitos del sector sur, compuesto por los siguientes ejércitos: 4o. del general Hoth; 8o. del general Woeshler; lo de Von Maclcensen y el 6o. de nueva for­mación, del general Hollidt.

Estos 4 ejércitos, con un total de 38 divisiones de infantería y 14 blindadas, incompletas, hacían frente a 174 divisiones soviéticas a lo largo de 600 kilómetros. Los 4 ejércitos alemanes se defendían como tigres acosados y sus unidades móviles eran llevadas de un sitio, a otro en golpes de sorpresa y causaban muchos dolores de cabeza a los soviéticos, más numerosos, pero menos diestros en la guerra de mo­vimientos.

A fines de julio el nuevo 6o. ejército se vio- peligrosamente atena­ceado y logró salvarse mediante un contraataque de sorpresa en el que capturó 18,000 prisioneros, 700 tanques, 200 cañones y 400 piezas antitanque. En cambio, los ejércitos lo. y 4o., de Von Mackensen y de Hoth, no salieron tan bien librados: tuvieron que evacuar la cuen­ca del Donetz y perdieron numerosos tanques que tenían en repara­ción. Para el 23 de agosto, el 4o. ejército alemán de Hoth tenía ante sí tres ejércitos rusos, reforzados con uno de reserva. Y al 8o. ejército de Woeshler lo acosaban 6 ejércitos incluso uno blindado.

El 27 de agosto Hitler fue al cuartel general de Von Manstein, en Winniza (Rusia) y se le informó de los esfuerzos sobrehumanos reali­zados por la tropa. De 133,000 bajas sufridas en el sector sur, sólo se habían cubierto 33..000. Se le pidieron refuerzos apremiantemente y Hitler ofreció retirar algunas divisiones de los sectores norte y cen­tro, pero en esos días embistieron también ahí los bolcheviques, y ya no fue posible restarles tropas.


Muchas penetraciones soviéticas eran canalizadas hacia "embudos" de tanques alemanes que luego embestían y las aniquilaban. Toda clase de estratagemas se ponían en juego para compensar la infe­rioridad numérica. A regañadientes, Hitler accedió a que el sector sur hiciera un repliegue hacia atrás del río Dniéper.

Esta maniobra resultaba altamente difícil porque era necesario re­tirar los abastecimientos para tres meses de 52 divisiones, a la vez que hacer pasar a esas 52 divisiones a través de 5 puentes sobre el Dnié­per. La maniobra se complicó porque hubo que retirar a todos los ru­sos civiles en edad militar y porque miles de familias rusas se retiraron también, temerosas de represalias bolcheviques. Moscú había ordena­do que toda la población hiciera guerra de guerrillas y a los que no cumplían esa orden los consideraba desertores.

Para este gran repliegue se necesitaron 2,500 trenes. Tan sólo el número de heridos de los cuatros ejércitos alemanes ascendía a 200,000. En la vasta retirada el frente alemán se fraccionó al contraerse sobre los 5 puentes disponibles, y los soviéticos tuvieron la oportunidad de embestir a través de los amplios espacios desguarnecidos y causar un desastre, pero no vieron esta posibilidad y el frente volvió a res­taurarse en la ribera occidental del Dniéper.

A continuación el primer ejército blindado de Von Mackensen se vio acosado por fuerzas rusas que trataban de coparlo, pero logró sacudírselas destrozando 8 divisiones soviéticas de infantería y dos de tanques. Causó 10,000 muertos y capturó 5,000 prisioneros, 350 tanques y 350 cañones. En esos días el general Von Mackensen fue lle­vado al frente de Italia y lo substituyó el general Hube.

Para el 20 de noviembre ya los soviéticos habían recibido otras 44 divisiones de refresco —aunque no completas— y proseguían su ofen­siva con nuevos bríos. Al 4o. ejército alemán lo acosaban 3 ejércitos; al lo. lo atacaban dos; al 8o. lo embestían 7, y al 6o. tres. Apenas salía la infantería de un combate y empezaba el siguiente. Los tanques eran prestados de un cuerpo a otro y corrían a los sitios más compro­metidos para cerrar brechas. Esa constante movilidad de los cuerpos blindados y su eficaz acoplamiento conjuró muchas veces el desasare de que se desplomara todo el frente sur.

Varios generales insistían ante Hitler para que se hiciera un replie­gue más grande, pero él seguía con la esperanza de que el enemigo acabaría al fin por agotarse. "Y para las consideraciones que le ha­cíamos de la conveniencia de reducir el frente —dice Von Manstein— tampoco le faltaba nunca su socorrida objeción de que si nosotros ahorrábamos con ello fuerzas, fuerzas ahornaría igual­mente el enemigo".

Por esa época el ejército alemán perfeccionó el "ataque desorganizador", o sea golpes locales para trastornar y frustrar los planes soviéticos o cuando menos para causar grandes pérdidas mediante un costo reducido. Esas relampagueantes incursiones contra fuerzas su­periores en número quedaron como ejemplo de destreza militar y así figuran en el folleto 20-233 del Ejército Norteamericano. Una opera­ción típica de ese género la realizaron tres divisiones blindadas alemanas, o sea la primera SS, la 7a. y la primera panzer. Durante el día se movieron hacia occidente, para engañar a los rusos, y por la noche viraron hacia el noroeste y descargaron un golpe de sorpresa sobre el flanco del 60 ejército soviético, al que destrozaron en parte. Pene­traron 72 kilómetros, causaron pérdidas paralizantes a otro ejército y capturaron 200 tanques y 800 cañones.

Durante el segundo semestre de 1943 los cuatro ejércitos alemanes del sector sur del frente ocasionaron a los rusos 1.080,000 bajas, apro­ximadamente, al costo de 405,409 bajas de alemanes.

16 MILLONES DE BAJAS EN LA URSS HASTA 1943

El marxismo hizo esfuerzos gigantescos durante todo el año y sin aho­rrar sangre se empeñaba en forzar el fin de la guerra durante 1943. El total de sus pérdidas hasta no­viembre iba a ascender a 16 millones, entre muertos, prisioneros y he­ridos. La población se resintió de esta sangría sin precedente y au­mentó la desmoralización. Por eso Moscú presionó sin cesar a Roosevelt y a Churchill para que aparte del nuevo frente en Italia abrieran otro más contra Alemania invadiendo Francia.


Para apuntalar la moral de sus tropas Stalin recurrió a los viejos lemas nacionalistas que el bolchevismo había descartado; prometió la liquidación de los koljoses (control comunista de los campesinos); habló de la consolidación de la familia, tachada antes de "burguesa", y hasta hizo un llamamiento á la iglesia (I) como si deseara una re­conciliación. Y es que ya para entonces comenzaba a inquietar al Kremlin la libertad religiosa restablecida por el ejército alemán en la parte ocupada de Rusia, poblada por más de sesenta millones de seres. Para no debilitar más su control sobre el pueblo, el bolchevismo usó la falsa promesa de que también él daría libertad a los creyen­tes. (2) Entre los rusos no comunistas se dejó correr la ilusoria fórmula de que "primero demos cuenta del enemigo de afuera y luego nos entenderemos con el de adentro".




(1) Se trata de la "Iglesia Ortodoxa Rusa".


(2) "Como en todas las regiones —refiere el coronel aviador Rudel— no pasan muchos días y los rusos se nos acercan para preguntar tímidamente si les permitimos que vuelvan a colocar sus crucifijos y sus imágenes de vír­genes puesto que hasta la fecha los han conservado celosamente ocultos, debido a que un hijo, o una hija, o el comisario mismo, no los aprobaba. Pero como nosotros no tenemos por qué prohibirlos, nos van teniendo más confianza... Apenas lo creen, mirándonos con ojos incrédulos. Son como niños que escuchan un cuento de hadas"...

Por lo que se refiere al sector central, los bolcheviques lanzaron en agostó una ofensiva de cien divisiones de refresco contra las 40 divisiones del grupo de ejércitos del mariscal Busch. El general Heinrice, comandante del 4o. ejército alemán de infantería, dice que gran parte de la infantería enemiga tenía muy deficiente instrucción; pero los comisarios políticos iban inmediatamente detrás para hacerla que se empeñara en batalla, sin considerar las crecidas bajas:

"A consecuencia de las enormes bajas —dice el capitán Dimitri Constantinov, del ejército rojo— las mujeres fueron inva­diendo otras esferas de acción con una amplitud cada vez mayor. No eran ya voluntarias, sino convocadas a filas".

También se las utilizó en la artillería antiaérea y para complementar tripulaciones de tanques.

Entre los nuevos hombres movilizados de todos los confines de la URSS, desde Europa hasta Asia, había numerosos grupos cuya moral no era ya satisfactoria. Muchos ignoraban incluso por qué se com­batía, a tal grado que las "autoheridas" se pusieron de moda para eludir el servicio militar. La NKVD (policía secreta comunista) creó una sección especial dé peritos contra ese recurso de los desertores, quienes para burlarlos refinaron luego sus procedimientos. A veces se vendaban con trapos mojados una pierna o un brazo y se daban un tiro, o pisaban minas personales, con objeto de evitar huellas de pólvora y aparentar que se trataba efectivamente de una desgracia.

Fue una lucha desesperada, dice el capitán Constantinov, entre los que pretendían eludir el servicio y los que se empeñaban en lanzar a todo habitante a la batalla.

El propio capitán refiere cómo vio ejecutar a un soldado de Usbekistán que en el frente meridional de Rusia se había dado un tiro a propósito para ser retirado de la lucha:

"Le ordenaron —dice— que hiciera alto ¡unto a una fosa abierta en el lindero del bos­que; el hombre sonreía como si se sintiera perplejo ante todo " aquel aparato y evidentemente no se daba cuenta de lo que le esperaba, como si se resistiera a tomar en serio el espectáculo. El tribunal militar dio lectura a la sentencia. Dos soldados se acercaron al reo, despojándolo del capote y ordenándole que se quitara las botas; el infeliz pareció nacerse cargo de pronto de que aquello ya pasaba de ser broma; intensamente pálido fijaba en sus camaradas sus ojos desmesuradamente abiertos de espanto. Acto seguido fue colocado al borde de la fosa, de es­paldas a la formación. Se oyó una voz de mando; se adelantaron cuatro tiradores con el fusil preparado y a una señal, sonó una descarga. Lentamente, como sí fuera a sentarse, desplomóse el reo. No habían hecho más que herirlo. Adelantóse entonces el representante de la NKVD y extrayendo su pistola, disparó Ves­tiros en la cabeza del caído que tras breve convulsión, quedó inmóvil.

El mismo testigo afirma que el recurso principal de los ataques so­viéticos en 1943 fue la "carné de cañón" que el Mando Ruso prodigó con inflexible determinación. “Arrojó a la matanza —dice— verda­deros aludes de hombres... En ello reside la clave de uno de los enigmas de la segunda guerra mundial; por consiguiente, está de más perderse en disquisiciones más o menos autorizadas sobre la táctica y la estrategia del ejército rojo".

Los testimonios de diversos comandantes alemanes coinciden con el anterior. Uno típico es el del general Heinrice, que sostuvo las ba­tallas defensivas de Ocha y Rogachev, en el sector central, y dice lo siguiente: "Las tropas rusas se veían forzadas al avance ante la compulsión de los oficiales y comisarios que marchaban a la re­taguardia listos para disparar sus pistolas sobre cualquiera que se rehusara al avance. En un sector defendido por tres y media divisiones alemanas, en Orcha, embistieron 22 divisiones rusas, luego 30, y en los siguientes tres ataques, 36... Considero —dijo Heinrice al historiador Liddell Hart— que sus conclusiones de que el atacante necesita de tres a uno, se encuentran por debajo de la realidad... hubo ocasiones en que mis tropas tuvieron que pelear con números de I a 12 y aun de I a 18". Heinrice reti­raba sus soldados de la primera línea en el momento del máximo es­fuerzo enemigo y luego los lanzaba en contraataques cuando aquél había perdido ímpetu. Estas maniobras eran posibles solamente de­bido a las grandes pérdidas de personal especializado que había pade­cido el ejército rojo y a las cualidades técnicas y combativas delejército alemán.
Al utilizar en estas carnicerías contingentes de los pueblos asiáticos qué años antes había sojuzgado, el bolchevismo estaba realizando algo semejante a lo que Gengis Kan hacía, 750 años atrás, cuando a chi­cotazos obligaba á los prisioneros a que marcharan adelante como Éarapetos ambulantes de las tropas mogólicas. Al noroeste de Moscú los rusos llegaron a utilizar perros con minas, amaestrados para refu­giarse bajo los tanques y dotados de una varilla que al hacer contacto con el metal producía la explosión. Esto dio por resultado que los alemanes mataran a todos los perros en esa zona.

Entre los muchos generales rusos capturados por los alemanes, fi­guraba el general Wlassov, famoso porque había participado en la revolución bolchevique de 1917. Al igual que otros rusos prominentes desde 1941 había pedido que se le permitiera actuar en la lucha con­tra el comunismo, pero Hitler era renuente a esta clase de cooperación por parte de gente que había militado en las filas enemigas.

Pocas personas, en el mando alemán, pensaban que era conve­niente aceptar la ayuda del pueblo ruso contra el bolchevismo. Hitler menospreciaba este factor alegando que sólo el poderío militar deci­diría la lucha. En 1943 el diplomático Peter Kleist le insistió sobre el punto y Hitler repuso: "No puedo volver atrás ahora. Todo cambio en mi actitud y teniendo en cuenta la situación militar, sería in­terpretado; corrió una debilidad y provocaría él consiguiente esta­do de intranquilidad. En medio de la corriente no se cambian los caballos. Cuando la situación militar se vuelva a estabilizar, será posible hablar de nuevo sobre la adopción de otros métodos".

Sin embargo, comenzó a dárseles a los prisioneros rusos cierta li­bertad para que se agruparan y actuaran políticamente. El general Wlassov lanzó en marzo de 1943 una "carta abierta" explicando por, qué y cómo había evolucionado su criterio acerca del marxismo. Re­fería haber visto eliminar a "millones de rusos, detenidos sin ninguna clase de investigación jurídica... Vi cómo se pisoteaba todo lo auténticamente ruso, cómo individuos ajenos a nuestro modo de sentir, ocupaban los cargos dirigentes en el país y en el Ejército Rojo, individuos que en modo alguno comprendían ni se intere­saban por las necesidades del pueblo ruso".

Después, decía, ha­bía estallado la guerra y combatió en el sector central y luego en la gran batalla de Kiev. "Innumerables veces —añadía— se me planteaba la cuestión. ¿Defiendo en realidad a la patria, man­do a esos miles de hombres a la muerte para defender a la patria? ¿No se vierte acaso la sangre del pueblo ruso por el bolche­vismo que se oculta tras el sagrado nombre de la patria?"

Pocos días después, en el mes de abril, seis generales y cinco profesores rusos lanzaban un manifiesto para sus compatriotas prisione­ros que decía: "El bolchevismo ha traído la miseria y la desgracia.

No sólo al pueblo ruso, sino a otros muchos pueblos de nuestra patria. Los trabajos forzados en la ciudad, las condiciones de esclavitud que reinan en los pueblos colectivizados, una existencia bajo el látigo de los judíos que se han infiltrado en el poder, tormentos y sufrimientos en los calabozos y en los campos de concentración, y, sobre todo, la falta de justicia, han sido coronados para el pueblo ruso por la última y la peor desgracia de todas: una guerra al servicio de intereses que nos son ajenos".
Cientos de miles de antiguos miembros del Ejército Rojo se ofre­cieron a luchar al lado de los alemanes, pero Hitler seguía receloso y no quiso que se formara un ejército con ellos. Sin embargo, trescientos mil rusos fueron aceptados ese año en los servicios de las fuerzas armadas del Reich.
A fines de 1943, jóvenes rusos de 14 o 18 años, dé la zona ocupada, fueron llevados a Alemania para instrucción. Se les dio igual alojamiento y comida que a los jóvenes alemanes y fue tal su sorpresa al conocer un nivel de vida más alto y decoroso, que se despertó en ellos una espontánea repugnancia al bolchevismo. Todo esto fue un síntoma de lo mucho que se hubiera podido lograr por ese camino, en caso de que Hitler no hubiera juzgado que el bolchevismo israe­lita y el pueblo ruso eran una mezcla imposible de separar.

Durante todo 1943 se libraron en el frente soviético costosas batallas en hombres y materiales. El 35% del ejército alemán y el 70% de la Luftwaffe no operaban en Rusia, sino en los frentes abiertos o amenazados por las potencias occidentales. Sin embargo, las pérdidas de! ejército rojo eran ya tan grandes que no podía salvarse por si solo y Stalin redobló sus gestiones a, fin de que Roosevelt y Churchill desembarcaran fuerzas en Francia.

El 12 de noviembre de ese año el Ministro Soebbels anotó en su diario: "Por una fuente muy confidencial supe que Stalin expuso el argumento (en la conferencia de Moscú) de que había perdido va 16 millones de hombres, y que no podía continuar la guerra si no se creaba un segundo frente".

Nunca los jefes nazis, y seguramente ningún estadista del mundo occidental, llegaron a pensar que un régimen pudiera exprimir a tal grado los recursos de un pueblo. Y seguramente ningún pueblo, sin oí resignado fatalismo del Oriente, habría resistido una sangría semejante, fuera de todo cálculo militar. En el mismo Diario de Goebbels parece otra anotación que dice: "Repetidas veces preguntó Goering con acento de desesperación de dónde sacaba todavía soldados y armas el bolchevismo". Liddell Hart cree que el desmesurado sacrificio de hombres sólo fue posible debido al primitivismo de los pue­blos soviéticos.

En algunos sitios las defensas alemanas tenían de 60 a 80 kilóme­tros de profundidad .y sobre ellas fluían masas rusas que iban recu­perando terreno, pero a un costo terrible.

En el sector central, donde la ofensiva soviética golpeó duramente en 1943, el Grupo de Ejércitos alemanes del mariscal Busch (2o., 46. y 9o., y 3o. blindado) padecieron también muy grandes bajas, apro­ximadamente 300,000 hombres. Sin embargo, sus pérdidas aún se mantenían dentro de los precedentes de la primera guerra mundial, al contrario de las bajas soviéticas que rebasaban todo lo conocido hasta entonces. Según documentos encontrados después del desplome del Reich, el 31 de agosto de 1943 las bajas del ejército alemán en Rusia ascendían a 548,480 muertos; 1.998,991 heridos y 354,967 dispersos o prisioneros. Total: 2.902,438. .

El doctor Henry Piciker, ex funcionario alemán, refiere que Hitler dijo un día en el Cuartel General: "A medida que más sabemos acerca j; de lo que está ocurriendo en realidad en Rusia, más nos felicitamos de haber iniciado esta guerra a tiempo. Pues en los pró­ximos diez años los rusos hubieran organizado tantos centros in­dustriales atrás de los Urales, que habrían tenido un potencial bélico casi, inimaginable, en tanto que el resto de Europa era debilitado, hasta el grado de quedar absolutamente indefenso... ante el plan soviético de dominación mundial".

El ejército rojo, reanudó su ofensiva al aproximarse el invierno y siguió pagando un alto precio desangre por cada metro de territorio recuperado. Un índice de la fiereza de esa lucha se encuentra, en las bajas alemanas, que del II al 20 de octubre ascendieron a 9,279 muertos; 39,540 heridos y 5,225 desaparecidos. El Mando Alemán hizo entonces esfuerzos desesperados para cubrir esas bajas y seguir sosteniendo todos los frentes mientras las nuevas armas imponían un cambio en el curso de la guerra. Hitler habló de esto en noviembre" al otorgar una condecoración al piloto Rudel, quien da la siguiente versión: "Habla de las reservas y de que los inventores alemanes si­guen trabajando afanosamente, ocupándose de los proyectos más grandiosos y el Fuehrer cree que con la concentración de toda la energía y de toda la mejor buena voluntad del pueblo alemán, será posible parar la invasión bolchevique,.destruirla definitiva­mente y librar así al mundo entero de su peor enfermedad: el comunismo... Hitler hace la impresión de hombre sano ocupado con grandes ideas, mientras la energía le brilla en los ojos, mi­rando confiadamente hacia el futuro".

Y mientras se seguía manteniendo más o menos coordinado el frente de Rusia, la oposición de numerosos generales tomaba ocultos cau­ces de conspiración y esto iba a agravar la situación de Alemania.

El general Olbricht, el general Oster y varios allegados suyos en el sector central del frente ruso, como el general Von Treskow, planea­ron el asesinato de Hitler y pusieron una bomba en el avión, de éste, pero no estalló. Para favorecer futuros planes, el general Olbricht logró que su cómplice, el general Stauffenberg, fuera nombrado jefe del Estado Mayor del Departamento General del Ejército. El doc­tor Stroling, alcalde de Stuttgart, buscaba la amistad de la esposa de Rommeí, para influir en éste; el general Stuelpnagel, comandante en París, y el general Speidel, ayudante de Rommel, creían posible una paz por separado con Inglaterra. Y el colmo era que a todos ellos los protegía el Servicio Secreto Alemán, a cargo del Almirante Ca-naris, quien hacía preparativos para controlar el ejército del interior, con vistas a un futuro golpe de Estado.

Aunque Hitler presentía algo, ignoraba que hubiera propiamente una conspiración: El 9 de marzo de ese año de 1943 Goebbels anotó en su Diario: "La opinión del Caudillo acerca de los generales fue desfavorable... Su preparación ha sido errónea... Es devasta­dor el juicio que el Caudillo hace de los generales".

Los generales se habían equivocado muchas veces contradiciendo a Hitler; cuando la anexión de Austria, cuando la campaña de Polo­nia que no creían viable en tres semanas, cuando las operaciones aerotransportadas de Holanda, cuando la campaña de Francia y cuando juzgaban imposible afrontar el invierno de ¡941 en Rusia. Fue fatal para Alemania que esas reiteradas equivocaciones hicieran que Hitler perdiera la fe en sus generales, pues luego ya no les creyó ni los cálcu­los en que sí estaban atinados. Y ellos, por su parte, se amargaron más, y un cisma insalvable perturbó al Alto Mando.