viernes, 10 de abril de 2009

Capítulo VIII 3ª Parte

LOS AMIGOS DE ROOSEVELT

En 1933 circularon versiones de que Roose­velt era descendiente en séptima genera­ción del israelita holandés Claes Martensen (después Van Rosenfelt, emigrado de España a Holanda en 1620). Es­te dato fue ratificado al morir la madre del Presidente, Sarah Delano. En una carta al general Smut el propio Roosevelt aludió a sus antepa­sados "holandeses", pero nada dijo respecto a la versión de que ade­más fueran israelitas. Lo que sí está fuera de toda discusión es que Roosevelt .compartió el mando con numerosos judíos y que siempre distinguió a éstos con los puestos de mayor confianza.

Esa predilección pareció extraña en Estados Unidos porque había muchos norteamericanos auténticos de innegable valía, pero natural­mente gozó del silencio y hasta del apoyo de los magnates israelitas que dominan la mayor parte del cine, de la radio y de la prensa esta­dounidense. Pocas protestas lograron abrirse paso hasta la opinión pública y ninguna alcanzó resonancia nacional.

Por ejemplo, algunos diarios independientes aislados .criticaron a Hopkins debido a que por .una parte exhortaba al pueblo, norteame­ricano al ayuno y por la otra el 16 de diciembre (1943) se reunía con Baruch y otros judíos a banquetearse en el hotel Garitón con los más exóticos manjares.

El representante Dewey Short, de Missouri, atacó en la Cámara a los "imitadores de Rasputín en la Casa Blanca. Hay muchos—decía— capaces de usar esta guerra como una cortina de humo para, a favor de ella, someter .a Norteamérica a un tipo de gobierno y a una clase de economía enteramente ajenos y contrarios a los que hemos conocido hasta ahora".

El "Cheyenne Tribune" hablaba indignado de la "Viscosa mano de Hopkins", y en la Cámara de Representantes se le acusó de contar con el apoyo de una "camarilla siniestra" integrada por los judíos Fé­lix Frankfurter, magistrado; Henry Morgenthau, Secretario del Teso­ro; Samuel I. tesenman y David K. Niles, (I) que trataban de "con­vertir el Departamento de la Guerra en una organización política de vasto alcance". Francamente se tildó de "traidores a la patria" a los que favorecían ese plan. Pero... ¿traidores a qué patria, sí los judíos siguen siendo judíos aunque nazcan, crezcan y prosperen en los más diversos países del mundo?

(l) Roosevelt y Hopkings= Robert E . Sherwood.

Las críticas eran tan esporádicas que no lograron suministrar ca­bal información al pueblo norteamericano acerca del poder tan vasto que la comunidad israelita tenía dentro del régimen, al grado que las más importantes decisiones de la vida interior y exterior del país pa­saban por sus manos.

Así, por ejemplo, el presidente cultivó más las relaciones con Sta­lin a través de judíos sin cargo oficial por los cauces normales del servicio diplomático norteamericano. Los mensajes más confidencia­les y trascendentales, tanto para Stalin como para Churchill, fueron llevados siempre por incondicionales de los judíos, como Hopkins, o por el judío Baruch. El 20 de febrero de 1943 Roosevelt escribió a su amigo M. Zabrousky, ex presidente del Consejo Nacional de Israel:
"Estoy profundamente impresionado por el hecho de que el Con­sejo Nacional de la joven Israel se ha ofrecido de intermediario entre mí y nuestro común amigo Stalin, en un momento tan de­licado. Usted puede asegurar a Stalin, mi querido señor Za­brousky, que la URSS tendrá asiento en el Directorio de estos Consejos (de Europa y Asia) sobre un mismo pie de igualdad y también de votos con los Estados Unidos e Inglaterra... Esta si­tuación elevada en la Tetrarquía del Universo debe satisfacer a Stalin".(l)

(1) De las Memorias de José Doussinage, antiguo Director Político del Ministerio de Relaciones Exteriores de España.

Iguales conceptos había expresado Roosevelt a su amigo el rabino Weiss, eminente personalidad de las organizaciones israelitas. Ade­más en la Junta de Producción de Guerra colocó al judío Baruch, que encauzó la ayuda armada hacia la URSS. Siempre que requería de un emisario personal para que fuera al Kremlin en misión urgente se va­lía de Hopkins —discípulo del judío Dr. Steiner—, a quien desde 1940 había llevado a vivir a la Casa Blanca.

Por otra parte, el inocultable procomunismo de Roosevelt tuvo en 1943 una manifestación más al ordenar a su Ministro de Relaciones que hiciera presión sobre los países de Latinoamérica para que rea­nudaran relaciones con la URSS, pese a qué esto abría las puertas de América a la penetración bolchevique. Asimismo el 21 de octubre el Embajador americano en Madrid, Mr. Hayes, transmitió al Ministro Jordana el descontento de Roosevelt porque España se resistía a con­siderar a la URSS como una nación democrática/y concretamente le pidió que la prensa española publicara propaganda soviética y que cesaran los ataques contra el bolchevismo.

"Atacando sistemáticamente a Rusia —decía Roosevelt por medio de su embajador—, España hace cada vez más delicada, a las democracias la tarea de continuar aportándole la ayuda que ellas querrían poder seguir suministrándole'", como si para man- tener buenas relaciones con los pueblos occidentales fuera requisito imprescindible tratar cordialmente al marxismo.

Ocho días después España contestó que "independientemente de la suerte de las armas, existe en el mundo un problema moral bien anterior a la guerra y de una importancia extraordinaria. Este problema ha sido provocado por la actitud revolucionaria de las masas ateas... Si la guerra es un estado pasajero, el espíritu re­volucionario de las masas es, por el contrario, el problema esencial de la época actual. Su grito de combate “ Proletarios de todos los países, uníos”, constituye el emblema de la rebelión... Sobre esto no cabe la menor duda. La URSS preconiza la dictadura del proletariado, que es necesario imponer por medio de la revolu­ción".

Esa renuencia de España iba a costarle muy cara porque estaba enemistándose con el movimiento israelita, el cual prohijaba la pro­pagación del comunismo tanto en Europa como en Asia y en América.

Aún hoy las actividades marxistas en el Nuevo Continente serían imposibles si no contaran con ese poderoso patrocinio del poder secreto israelita y de su tentáculo masónico; ambos toleran que se hable de anticomunismo y hasta sugieren que se haga así para adormecer a los pueblos, pero no permiten que en realidad se obre eficazmente contra la infiltración marxista. Todo régimen auténticamente refractario a este veneno es tildado de fascista y se le combate en mil formas de boicot internacional.

España fue sometida a tremenda presión diplomática por parte de Roosevelt y Churchill y se vio luego forzada a retirar su "División Azul", que al lado de los alemanes luchaba contra el bolchevismo en Rusia. Stalin había dicho a Hopkins que para él no contaban como enemigos los rumanos, ni los italianos, ni los españoles, sino únicamente los alemanes. Sin duda se expresó así de los españoles porque su nú­mero era muy reducido, pues en cuanto a sus cualidades, Hitler dijo al general Sepp Dietrich: "Para ellos el rifle es un instrumento que no debe limpiarse bajo ningún pretexto. Entre los españoles, los cen­tinelas no existen mas que en teoría. No ocupan sus puestos, pero si los ocupan es durmiendo. Cuando llegan los rusos son los indígenas los que tienen que despertarlos. Pero los españoles no han cedido nunca una pulgada de terreno. No tengo idea de seres más impávidos. Apenas se protegen. Desafían a la muerte. Lo que sé es que los nuestros están siempre contentos de tener a los españoles como vecinos de sector. Si se leen los escritos de Goebens sobre los españoles, se advierte que no han cambiado desde hace cien años. Extraordinariamente valientes, duros para las pri­vaciones, pero ferozmente indisciplinados".

ITALIA CAE AL PRIMER SOPLO DE LA GUERRA

El desastre de Italia no fue simplemente una rendición sin combatir, sino además una traición para un leal ami­go en el combate, como había sido el soldado alemán. Con mucho acierto Bismarck dijo el siglo pasado que "es inútil hacer cuentas con Italia, porque" ni sabe ser amiga ni enemiga".

Pero Hitler confió en Mussolini, a quien hizo su amigo, y a través de él confió en Italia y la ayudó más allá de lo que toda alianza puede obligar a un país en desesperada lucha. Cuando el ejército italiano salió huyendo de Sidi Barraní, Egipto, al primer golpe de exploración de los ingleses, Hitler envió a Rommel con tres divisiones alemanas y se restableció la situación. Cuando más tarde la colonia italiana de Libia fue prensada entre las dos tenazas de los ejércitos inglés y nor­teamericano, Hitler volvió a acudir en auxilio de los italianos y restán­dole reservas al frente ruso envió a Túnez 200,000 soldados y más de mil aviones.

En esta ocasión Hitler pidió una vez más a Mussolini un esfuerzo decidido para abastecer a esas tropas a través del Mediterráneo, pero la flota italiana seguía escondida en sus bases. "La resolución de este problema —le decía en otra carta del 14 de marzo de 1943— es de tanta importancia que de él depende la suerte de las po­sesiones africanas y el final victorioso de esta guerra. Si no se encuentra remedio a esta dificultad aun cuando los soldados ale­manes sabrán combatir hasta lo último y si necesario fuere mo­rir con honra, la situación no podrá salvarse. Por esto le he enviado al mejor oficial naval que jamás ha tenido la flota alemana, el gran almirante Doenitz, quien le llevará proposiciones que le ruego examine desde el punto de vista de la necesidad absoluta de uti­lizar todos los medios disponibles para salir avante". (I)

(1) Los aliados luchaban ventajosamente bajo un mando único, pese a que muchas veces parecía antidemocrático. Y paradójicamente, Hitler respetaba la voluntad de Mussolini en el teatro italiano de la guerra, sin la menor sombra de totalitarismo.

La flota italiana en manos alemanas hubiera abierto rutas de abaste­cimiento entre Sicilia y Túnez, por lo menos durante algún tiempo, pero Mussolini se negó. Un malentendido orgullo le impedía admitir el asesoramiento de los marinos alemanes y prefería que la flota italiana continuara haciendo el ridículo. Ese mismo día Hitler ordenó que sa­lieran a ayudar a Italia la división blindada "Hermán Goering" y la séptima división de paracaidistas, tal vez la más selecta de que Alemania puede disponer. Tiene un poder de resistencia realmente extraordinario, siempre que se le proporcionen suficientes refuer­zos y pertrechos, y no podría ser derrotada ni siquiera por unafuerza británica o norteamericana de superioridad numérica abru­madora" como más tarde iba a demostrarlo en Cassino. Y a los 1,012 aviones que operaban ya en el frente del Mediterráneo, Hitler agregó 754 más, restándoselos al frente ruso, y luego otros -669, paracubrir las bajas. La base aliada de Malta fue sometida a más de tres mil ataques aéreos y se arrojaron sobre ella 12,000 toneladas de ex­plosivos a fin de hacer posible su invasión por los italianos, pero Mus­solini se arredró. El Mariscal Kesselring, comandante alemán en el frente del Mediterráneo, dice que tal cosa fue un gravísimo error.

Considera que Malta hubiera decidido la lucha de África a favor del Eje, lo cual habría modificado todo el curso de la guerra.

Mes y medio más tarde Mussolini le comunicaba a Hitler que no había podido asegurar el abastecimiento de las tropas germanoitalianas en Túnez; sus desplantes de Caudillo carecían de la autoridad su­ficiente para .lanzar la flota a la batalla. "Hoy —escribía el 30 de abril de 1943— se perdieron tres destructores; dos de ellos lle­vaban tropas alemanas y el otro municiones". Y como era natural, la resistencia en Túnez se desplomó y el 9 de mayo cesó la batalla en ese frente. "Muchos soldados italianos —dice el español Ismael Herráiz— deseaban que los alemanes se perdieran en Túnez, y que se perdieran también los italianos que los acompañaban, con tal que aquéllos no se salvaran. Era el despe­cho de un pigmeo ante el gigante que ofende con su sola pre­sencia".

Después de Túnez los aliados brincaron a la isla de Pantellería. La guarnición italiana de 15,000 hombres disponía de poderosos cañones subterráneos pero rindió, su fortaleza sin combatir. Churchill refiere que sólo hubo una baja, de un soldado americano mordido por una muía. "Durante los dos días siguientes —agrega— cayeron las islas de Lampedusa y Linosa. La primera ante un piloto de aviación que se había visto obligado a aterrizar por falta de combustible".

Sin resistencia a la vista, los ejércitos angloamericanos se lanzaron a la invasión de Sicilia, que es la más grande isla italiana; se hallaba defendida por 9 divisiones italianas y 4 alemanas. La operación aero­transportada de los aliados fue defectuosamente' realizada y numero­sos planeadores cayeron al mar. El mayor O. J. Jackson dice en "Tra­zado para el Asalto Sobre Sicilia", que sólo el 9% de los planeadores llegó con precisión a sus objetivos. Una flotilla de transportes de tro­pas voló sobre la flota angloamericana, que acababa de ser atacada por aviones alemanes, y los artilleros abrieron nerviosamente el fuego sin advertir que eran sus propios aviones.

Esto causó una grave con­fusión y varios transportes de tropas cayeron al mar y otros se desvia­ron y arrojaron a sus paracaidistas antes de tiempo. Pero los italianos desaprovecharon esa circunstancia favorable debido a que desaten­dieron el consejo de los alemanes y se empeñaron en situar su artille­ría costera muy atrás de las playas, con objeto de quedar lo más lejos posible del fuego de los barcos aliados. Esto 'dio por resultado que los atacantes afianzaran sus cabezas de puente sin ninguna interfe­rencia. El combate en Sicilia comenzó propiamente cuando las 6 divi­siones norteamericanas del 7o. ejército y las 7 divisiones inglesas del 8o. ejército (195,000 hombres) chocaron con las 4 divisiones alemanas (60,000 combatientes) que habían ido a reforzar a los italianos.

Las 9 divisiones italianas "volaban sus cañones y arrojaban sus mu­niciones al mar"; los británicos dieron por capturada a Augusta sin mo­lestarse en ocuparla. "A fines de julio —dice el general Eisenhower en Cruzada en Europa— los italianos habían cesado de batirse, pero a lo largo del gran risco dentado del cual el monte Etna es el centro, la guarnición alemana se batía salvaje y diestramente. Cada posición conquistada se ganaba sólo con la destrucción completa de los alemanes", que luchaban contra una superioridad numérica de 4 a I.

"Ahí ocurrió —agrega el general Eisenhower— el incidente Patton, cuando insultó a dos soldados y abofeteó a uno de ellos que tenía neurosis de combate". Los casos de desajuste psíquico entre las tropas norteamericanas aumentaron alarmantemente, en parte por la resuelta resistencia de las tropas alemanas y más que nada por la oposición latente de los propios estadounidenses a participar en una guerra ajena. En esa contienda nada tenían que defender ni ganar, como no fuera la subsistencia de la maquinación marxista mundial pro­tegida resueltamente por Roosevelt, a costa del esfuerzo del pueblo norteamericano.

Mientras en Sicilia las cuatro divisiones alemanas se sacrificaban de­fendiendo el territorio italiano que los propios italianos no se preo­cupaban por defender, en Italia se formaban diversos grupos políticos y cada cual por su lado se apresuraba a fraguar la rendición. En Tur­quía, en Lisboa, en Madrid, surgían diplomáticos italianos ofreciendo a los aliados el concurso de Italia para combatir contra Alemania. "Los aliados —dice Churchill— le pidieron al general Cavallero que su­ministrara secretos sobre las bases alemanas, para bombardear­las. El general italiano desplegó un mapa sobre las disposiciones de las fuerzas tanto alemanas como italianas en Italia.

Cavallero regresó a Italia con un aparato de radio y las claves aliadas para mantener el contacto con las fuerzas angloamericanas en Argel". Poco más tarde se presentó en Lisboa, ante los diplomáticos alia­dos, el general Zaussi, del Estado Mayor Italiano, a "apremiar —dice Churchill— para que se hiciera un desembarque al norte de Ro­ma. Los italianos querían tener la seguridad de que tal desem­barco se haría con fuerzas suficientes".

El 3 de septiembre se firmó la rendición y ese mismo día se inició la invasión aliada de Italia. Nunca nación alguna se ha desmoronado con tanto regocijo de sus propios hijos. El caso de Italia es único en la historia. Ahí se hizo el panegírico del deshonor; se ensalzó a los deser­tores y se aplaudió como héroes a quienes más velozmente se entrega­ban al invasor. Nunca los valores habían sido subvertidos en igual forma. Un gigantesco teatro fue Italia entera.

No es lo censurable el hecho de ser derrotado, y en muchos casos ni siquiera el hecho psicológico de declararse vencido antes de lu­char; lo inaudito es hablar bombásticamente de heroísmo donde no hay ni la más leve sombra de él. A fines de julio, cuando las 9 divi­siones italianas fortificadas en Sicilia deponían las armas sin luchar, el Gran Consejo Fascista que derrocaba a Mussolini dedicó "un re­cuerdo, ante todo, a los heroicos combatientes de todas las ar­mas, que codo con codo con la población valerosa de Sicilia, que ha dado lustre extraordinario a la fe unánime del pueblo italiano, renovaron las nobles tradiciones de valor temerario y de indómito espíritu de sacrificio". (¿? ...)

Quienes alentaron la traición de Italia contaron con terreno propi­cio. Los judíos y los masones habían gozado de grandes libertades para minar la resistencia ya de por sí débil y conservaban puestos hasta en el ejército. Ya un año antes Berlín se había quejado de estas complacencias peligrosas, pero Mussolini creía que se trataba de te­mores exagerados. El periodista español Herráiz refiere el estado de ánimo de los italianos en aquellos días: "La población soñaba en la mantequilla centrífuga, el tabaco de Virginia, los bizcochos vi­taminados; las muchachas, en Clark Gabíe en cada esquina de Roma...

Entretanto, seguían haciéndose chistes a costa del ene­migo. .. Un ¡oven italiano, algo enfermo del hígado, llegó a co­merse 20 huevos al día para ponerse peor y no ir al servicio militar... Pues entonces en un mes pueden estar en Roma, co­mentó despreocupadamente un oficial italiano al enterarse de que habían desembarcado los aliados en el sur de Italia!.. El primer bombardeo que sufrió Roma fue una escena de desorganización. Sólo las baterías antiaéreas alemanas actuaron con serenidad... Roma sufrió su primer bombardeo (de 200 aviones) con un terror cerval, terror indescriptible, frenético e histérico... Al enterarse de lo sucedido, los más ardientes partidarios de Mussolini se aprestaron a hacer declaraciones antifascistas, monarquistas, badoglistas, liberalistas, socialistas, comunistas, etc. Y al sucesor de Mus­solini, el masón mariscal Badoglio, se le llama glorioso. Los comu­nistas iniciaron inmediatamente huelgas en las fábricas bélicas de Turín.

Al ocurrir la invasión aliada de Italia, el ejército alemán sostenía sobre el plano de Europa una guerra disforme, heroica y costosísima y no podía hacer más que ordenar a sus divisiones que lucharan hasta el último instante. Mientras, más de cinco mi-llones de italianos movilizados se paseaban por la Península, in­diferentes a sus deberes y al llamamiento de su patria. Los bares seguían con su clientela habitual. Los soldados decían que la re­taguardia no los apoyaba, y la retaguardia decía que los soldados no se batían denodadamente... El príncipe Humberto declaró a los periodistas norteamericanos: Buenos sustos me ha hecho pa­sar en Sicilia la aviación de ustedes".

Badoglio dice ("Italia en la Segunda Guerra Mundial") que apenas llegó al poder hizo "llamar a algunos hebreos notables y les comunicó . que si bien, por el momento, no podía abolir radicalmente las leyes existentes, daría por lo menos órdenes para que no se apli­caran en ningún caso". El judío Sforza fue llevado a los altos círcu­los oficiales y el comunista Togliatti pudo regresar de Moscú, donde había pasado IO años.

La capitulación de Italia se consumó, en secreto y los italianos en­tregaron a los aliados los dispositivos confidenciales de las 8 divisiones alemanas que habían ido a ayudarlos en la defensa de su Patria. Seis de esas divisiones se encontraban en el sur de la Península. Aliados e italianos trazaron entonces planes secretos para coparlas y aniquilarlas. La capitulación se mantuvo en absoluta reserva para dar tiempo a que la maniobra de cerco se iniciara.

(Los servicios secretos que había organizado el extinto Heydrich tuvieron barruntos de la traición italiana y entonces el almirante Canaris jefe del contraespionaje militar alemán— se empeñó en desa­creditar esos informes y en adormecer al Alto Mando. Posteriormente se supo que Canaris, a través de dos invertidos, trabajaba en compli­cidad con el traidor general Amé, ¡efe de los servicios secretos ita­lianos).

El 7 de septiembre el ministro de la Marina Italiana almirante Conde de Courten, informó al mariscal Kesselring, comandante de las tropas alemanas en Italia, que su flota iba a zarpar para buscar a la flota inglesa. "La flota italiana triunfará o perecerá", dijo hasta "con lágri­mas en los ojos", según refiere el historiador Liddell Hart, quien in­terrogó a diversos testigos. En realidad, la flota italiana iba a zarpar por primera vez en masa, pero no para combatir, sino para entre­garse.

Cuando la radio de Nueva York anunció la capitulación de Italia, el general italiano Roatta aseguró a los alemanes que se trataba de "una burda maniobra de propaganda". Sin embargo, ya entonces los hechos eran evidentes por sí mismos. Algunos aviones alemanes lo­graron dar alcance a la flota italiana que navegaba a toda máquina para ir a rendirse, y utilizando una bomba deslizante de nuevo invento, hundieron el acorazado "Roma", barco insignia de la flota, en el que viajaba súper protegido el comandante en jefe, almirante Bergamini. También hundieron otros dos cruceros pesados' y dañaron diversas naves. El arma utilizada era una bomba planeadora Heinlcel, contro­lada desde el avión mediante ondas de distintas longitudes. Poste­riormente una bomba similar puso fuera de combate el acorazado inglés "Warspite". La tremenda eficacia de este invento estaba fuera de discusión, pero aún no se iniciaba la producción en masa.

Mientras la flota italiana pasaba ese trago amargo cuando corría presurosa a rendirse, 5 divisiones italianas y parte de dos más, al mando del general Garboni, fueron concentradas en los puntos estra­tégicos de Roma para cercar, en combinación''con los ejércitos an­gloamericanos, a las 6 divisiones alemanas que sostenían el frente en el sur de Italia.

La situación parecía absolutamente perdida para los alemanes. Una vez más la voluntad de Hitler fue factor decisivo para evitar el desastre; la inquebrantable resolución de salir adelante removió obstáculos que parecían invencibles. El Ministro Goebbels anotó en su Diario el 10 de septiembre: "Hitler preveía la traición de Italia... Y sin embargo, le trastornó bastante.

Siempre se advierte que en épocas de crisis. Hitler se eleva por sobre sí mismo en lo físico y en lo espiritual.

Apenas había dormido como dos horas, pero tenía el aspecto de quien acaba de regresar de unas vacaciones". Y el Almirante Doenitz (comandante de los submarinos) comentó cinco días después:

”La enorme potencia que irradia el Fuehrer, su inquebrantable confianza, su amplia visión de la situación de Italia, me han hecho comprender que todos nosotros somos insignificantes comparándonos con él".

En ese desconcertante momento en que todo el frente de Italia se hundía, Hitler dio una orden que parecía imposible: ocupar Roma y desarmar a todo el ejército italiano. El mariscal Kesselring consideró que eso estaba "fuera de 18 capacidad de sus limitadas fuerzas", pero una vez hecha la decisión silenció las dudas y se dedicó resueltamente a la tarea. Kesselring era de los relativamente pocos generales capaces de hacer eso y lo evidenció desde que dirigía en Rusia a la 2ª Flota Aérea. (1)

(1) Hitler comentó posteriormente: "Rommel era un gran líder, pero desafortunadamente también un gran pesimista... En Italia hiro lo peor que soldado alguno puede hacer. Dijo que el colapso era inminente. Ya no le envié allá. Poco después los sucesos lo contradecían y yo confirmaba mi idea de dejar a Kesselring en el mando de aquella zona. Kesselring es un idea­lista político y un militar optimista. Y yo creo que nadie puede conducir una operación militar sin optimismo".

El general Student (que había dirigido la invasión de" Creta) in­tentó capturar con paracaidistas el cuartel general 'italiano, pero sus antiguos aliados eran demasiado veloces para huir y aunque el ataque se realizó casi por sorpresa, el rey Víctor Manuel, el mariscal Bado-glio y otros muchos ya habían escapado horas antes. En ese golpe cayeron prisioneros 30 generales y 50 oficíales italianos.

Kesselring sólo disponía de la 2a. división de paracaidistas y de la 3a. división acorazada cerca de Roma (30,000 nombres) para desar­mar a 5 divisiones italianas (75,000 hombres) que se' hallaban parapetadas en la capital, pero dirigió resueltamente la operación. El pe­riodista español Ismael Herráiz presenció el hecho y lo refiere de la siguiente manera:
"El ejército italiano, muy superior en número a los alemanes que habían ido a reforzarlo, estaba en posesión de los puntos estratégicos. No ocurrió la catástrofe porque todos los soldados alemanes actuaron con una serenidad ejemplar. Cuando se sepa los que éramos se le enrojecerá a usted hasta la raíz de los ca­bellos, dijo un oficial alemán al general de una división italiana desarmada. Se lanzó una convocatoria (italiana) para que todos los romanos acudieran a la Plaza Polonia "para aclamar a nues­tro glorioso ejército que se bate contra los alemanes". Los que entraron fueron los alemanes, pues los italianos habían sido des­armados. Sobre este punto, cuanto se diga resultará increíble. Un soldado alemán solo marchaba en una moto con sidecar.

Veía venir a un piquete de soldados italianos; paraba el vehícu­lo. Descendía, empuñando la pistola, y sin aspavientos amenazadores solicitaba todas las armas. Los soldados depositaban sus fusiles, bombas de mano y fusilería y se marchaban a sus casas contentos y felices... La zona entre el parque de Rimembranza y Villa Saboya ofrecía un espectáculo vergonzoso al día siguiente de la rendición. Todo el campo estaba sembrado de uniformes de oficiales y soldados, cartucheras, rifles y cañones de ametra­lladoras, insignias y galones... Por su parte, la disciplina y severa organización militar de las divisiones alemanas pudieron permi­tir el lujo de una generosidad sin precedentes. Soldados y pue­blo fueron tratados por las tropas alemanas sin descortesía y hasta con un ademán afable... Me gustaría saber qué ejército hubiera hecho otro tanto en unas circunstancias tan disculpables para que desatara su ira. Gracias al respeto que inspiraban, pudieron desarmar a un ejército mil veces superior en número, con orden de atacarlos por la espalda".

El mariscal Badoglio refrenda lo anterior al afirmar ("Italia en la Segunda Guerra Mundial") que las tropas alemanas en Italia "habían mantenido siempre un comportamiento ejemplar, muy poca confra­ternización, perfecta disciplina y absoluto respeto a las personas y a los bienes". Después de la traición italiana "su continente era provo­cativo, despectivo, pero no violento".
Una vez consumado el desarme del grueso del ejército italiano en la zona de Roma y en el norte de Italia, que hasta el 13 de septiem­bre ascendía a 500,000 soldados, los alemanes restablecieron la co­municación con sus 6 divisiones que se hallaban en el sur de la Penín­sula. Estas 6 divisiones hacían frente a los ejércitos angloamericanos, cuyos efectivos eran de 13 divisiones y de una gran superioridad de pertrechos. Badoglio logró luego reforzar a los aliados .con 326,270 italianos, para servicios de retaguardia, 5,000 para el frente de com­bate, 16,000 para artillería antiaérea, aproximadamente 300 aviones y la flota de 140 barcos, incluyendo 5 acorazados y 9 cruceros. Además, formó 26 grupos de saboteadores para operar a retaguardia del frente alemán en Italia. (I)

(1) No obstante los Tratados de La Haya, el mando aliado fomentó esa lucha ilegal de sabotaje, que hasta agosto de 1944 ocasionó 5,000 muer­tos y 30,000 heridos entre alemanes, italianos, fascistas y civiles adictos a Mussolini.

Al lado de los contingentes ingleses y norteamericanos, que for­maban el grueso de las fuerzas aliadas, en el sur de Italia operaban canadienses, franceses, neozelandeses, sudafricanos, polacos, hindúes, brasileños, italianos, griegos, marroquíes, árabes, goums, senegaleses y una brigada de judíos. La ayuda del Canadá a Tas fuerzas inglesas fue enorme, pues además de contingentes humanos les suministró 500 barcos, 8,000 aviones, 25,000 carros blindados y medio millón de vehículos, durante los primeros cuatro años de guerra.

Aunque la maniobra italiana para apuñalar por la espalda a las 6 divisiones alemanas, había fracasado, la situación de éstas seguía siendo precaria. Sus menguados efectivos se hallaban en inferioridad de I a 3 frente a los aliados. Además, tenían racionados el combus­tible y los proyectiles, y era frecuente que sólo pudieran contestar con un quinto o un décimo de potencia el fuego del enemigo. Por último, los contingentes alemanes tenían amenazados su flanco y su retaguardia, debido a la posibilidad de que los aliados realizaran desembarcos en cualquier punto del extenso litoral italiano.

Precisamente esa oportunidad la aprovechó el 5o ejército ameri­cano al desembarcar en Salermo. La operación estuvo a punto de con­vertirse en un desastre debido a que los alemanes reaccionaron impe­tuosamente, contra lo que se esperaba en vista de sus escasos re­cursos. El 5o. ejército fue empujado hacia la playa y tuvo que pedir refuerzos a fin de sostenerse.

Después de encarnizadas batallas el frente alemán fue lentamente desplazándose al norte de Salermo, y entonces el general Montgomery lanzó una ofensiva en el extremo oriental, sobre el río Sangro. Esto ocurría en noviembre de 1943 y la situación era tan ventajosa para las fuerzas aliadas que el sereno Montgomery expidió una proclama anunciando la victoria: "Es hora —decía-— de hacer retroceder a los alemanes hacia el norte de Roma... de hecho los alemanes se' halla­ban exactamente en las condiciones en que nosotros lo' queríamos. Ahora ocasionaremos a los alemanes un golpe colosal". Sin embargo, no fue así. La 65 división alemana de infantería fue inmolada en esa batalla; para cubrir su hueco acudió la 26 división panzer y el ataqué quedó dominado. Una vez más el frente se salvaba de milagro.

En los meses siguientes de ese año los numéricamente muy supe­riores contingentes aliados siguieron atacando, pero las ganancias se contaban por metros después de rudas batallas. Gran parte de los contingentes de Roosevelt y Churchill reforzados por docenas de paí­ses aliados, pudo concentrarse sobre el frente italiano, que para Ale­mania no era sino uno de los muchos frentes en que se dispersaban sus recursos armados.

El mariscal Badoglio, entonces jefe del gobierno italiano antiale­mán, refiere que la concentración de pertrechos aliados fue tan grande en Italia que todo el mundo esperaba ahí un súbito desmoronamiento de los alemanes. Agrega que al menor obstáculo que interrumpía el paso de las tropas aliadas "empezaba a funcionar una numerosa ar­tillería con una cantidad fantástica de municiones; y así hora tras hora seguían martilleando Con fuego acelerado, aunque no quizá demasiado preciso, los centros habitados y aun los accidentes del terreno, y no interrumpían el fuego ni siquiera cuando nues­tros campesinos procedentes de la zona batida por la artillería les aseguraban que ya no había ni la sombra de un enemigo y se ofrecían a acompañar a las tropas en su avance... La desilu­sión y el desaliento —añade— sucedieron al entusiasmo que pro­dujo la impresionante cantidad de armas y de elementos de com­bate que se habían desembarcado y que dieron a todo el mundo la certidumbre de que la resistencia alemana quedaría pulveriza­da muy en breve".

El lento y costoso avance por el extenso sur de Italia llegó hasta Cassino —donde iban a librarse cuatro de las más notables batallas de la guerra mundial— y quedó detenido ante los paracaidistas ale­manes. "Tras un fuego infernal de artillería que duró varias horas —di­ce Badoglio— se inició el ataque de infantería. Pero ésta se vio detenida inmediatamente por el certero fuego enemigo, de modo que los progresos apenas fueron dignos de mención. Y como es natural, a la euforia de los primeros días sucedió la desilusión y desaliento". La invasión de Italia, iniciada el 3 de septiembre, se hallaba atascada frente a Cassino cuatro meses después.

A principios de enero de 1944 ocurrió una de las traiciones más in­concebibles y nuevamente estuvo a punto de venirse abajo todo el frente alemán en Italia. El mariscal Kesselring, comandante alemán de ese frente, tenía en la región de Roma a las divisiones Panzer 29 y 90, como reserva estratégica para rechazar una nueva invasión aliada en Italia, detrás de las líneas alemanas. El general Von Vietinghoff, comandante del décimo ejército que operaba muy al oriente de Cassi­no y que detenía a los ingleses y a los neozelandeses, pidió a Kessel­ring el 18 de enero que le enviara temporalmente dichas divisiones (la 29 y la 30). Kesselring se negó porque preveía que los aliados in­tentarían un desembarco cerca de Roma, pero en ese momento llegó el almirante Canaris, Jefe del Servicio Secreto Alemán, y le dio se­guridades de que tal desembarque no se intentaría. Afirmó que en Napóles —base naval de los aliados en Italia— no había los menores preparativos.

Canaris estaba mintiendo, Kesselring lo ignoraba entonces y acce­dió a enviar sus reservas al sur de la Península; toda la zona de Roma quedó desguarnecida. Apenas se habían alejado las divisiones 39 y 30, una gran flota aliada atracó en Anzio, a 48 kilómetros de Roma, y desembarcó un poderoso cuerpo de ejército. En esa región no que­daban entonces más que dos batallones alemanes y hasta el cuartel general de Kesselring se hallaba a merced de los atacantes. Un ca­taclismo en todo el frente pudo haber ocurrido en esos días, pero por un lado se conjugaron la decisión y el optimismo de Kesselring, y por el otro la excesiva prudencia de los atacantes, de tal manara que el frente volvió a salvarse de milagro.

La crisis quedó dominada 72 horas después, el 25 de enero, cuan­do Kesselring pudo, precipitadamente, agrupar alrededor de Anzio tropas bisoñas y sin tanques del 14o. ejército en formación, al mando de general Von Mackensen. El jefe de los atacantes aliados era el general Lucas, quien disponía de 21,940 vehículos, 380 tanques y 70,000 hombres. Sin embargo, Churchill dice en sus Memorias que "todo esto fue una gran decepción en Inglaterra y en EE. U U. Lucas no embistió. Creíamos que íbamos a lanzar un gato feroz a la plaza y resultó una ballena casi paralizada".

Sin embargo, ese nuevo frente inmo­vilizó 5 divisiones alemanas. Al facilitar con su traición el desembarque de An­zio, Canaris impidió que Hitler enviara esas 5 divisiones a la costa occidental de Francia, dónde esperaba la invasión angloamericana.

CAIDA Y RESCATE DE MUSSOLINI

Benito Mus­solini —lla­mado Beni­to en memoria de Juárez—, al igual que Hitler, fue soldado en la primera guerra mundial, cayó herido y se le as­cendió a cabo. Pero al contrario de Hi­tler, Mussolini nunca llegó a ser el hom­bre que anhelaba ser. Siempre hubo en él una amplia oscilación: de la dureza del auténtico hombre de Estado, a la ternura estéril fuera de lugar; de la lealtad del amigo al doblez del diplo­mático; del frío observador de los acontecimientos al soñador sin contac­to con la tierra.

Hitler era autenticidad; leal como amigo, implacable como enemigo. Mus­solini, en cambio, era una imagen fuera de foco, de contornos difusos en que alternativamente se mezclaban la grandeza que anhelaba y la peque­nez que lo seguía como una sombra. Lo que Mussolini.fue, resultó bas­tante diferente de lo que Mussolini quería ser. Gran parte de esa frus­tración es achacable al pueblo porque los más grandes hombres re­quieren siempre un pedestal de grandeza popular; no brotan como hongos.

A raíz de que terminó la primera guerra mundial, el anarquismo y el bolchevismo cundían aparatosamente en Italia. Había una especie de competencia a ver quién era más radical. La monarquía y la de­mocracia eran vistas con indiferencia. Entonces apareció Mussolini con una nueva dirección política; en vez de dictadura del proletariado co­mo fin, dictadura de los más aptos como medio; en vez de lucha de clases, subordinación de clases al Estado, para la grandeza nacional; en vez de persecución religiosa vinculación amistosa con la iglesia; en vez de sustitución de ricos "reaccionarios" por ricos "revolucionarios", responsabilización del rico como administrador de riqueza pública. Es­to era su doctrina; esto era el fascismo.

"Todos, es el adjetivo de la democracia: la palabra que ha llenado el siglo XIX. Es tiempo de decir: pocos y elegidos. La vida vuelve al individuo". Con este lema Mussolini agrupó a sus "camisas negras", que ciertamente no eran mayorías, pero sí una minoría resuelta a actuar y a imponerse sobre mayorías amorfas. Y en esa forma Mussolini emergió del anonimato y en octubre de 1922 realizó su marcha sobre Roma.

En ese momento fue ya manifiesto que la naciente doctrina de Mus­solini había derrotado al bolchevismo italiano, y precisamente en ese momento de triunfo Mussolini cometió su primer grave error, que 21 años después iba a costarle su posición política y casi la vida. En vez de apoderarse del Poder Público, que tambaleante sé inclinaba hacia él, aceptó la alianza desfalleciente de la Monarquía y toleró que el grotesco rey Víctor Manuel siguiera siendo el símbolo más alto del gobierno italiano. El primer paso de Mussolini como dictador de Ita­lia se dio en falso. El rey siguió siendo rey.

El Duce trató de educar al pueblo y de tonificar su reblandeci­miento moral. Habiéndole francamente le dijo: "Cuarenta millones de italianos, indisciplinados, apretujados, individualistas, tienen que sujetarse de algún modo a reglas de sala y dormitorio. No más libertad, sino por el contrario, orden, jerarquía y disciplina". Soñaba en formar generaciones de especialistas para crear "un mo­vimiento de relojería que funcione con rígida perfección".

"Si todo ha salido bien —decía— dentro de treinta años ten­dré acaso un busto para las citas de amas y doncellas en algún jardín. Detrás del busto de Mussolini, a las ocho, dirán los ena­morados. ¡Una hermosura!" (I)

(1) Dux.—Por Margherita G. Sarfatti.

Con ese impetuoso vaivén de emociones que caracteriza al latino y que es uno de sus peores defectos, el pueblo italiano pasó del bol­chevismo agudo al fascismo delirante. "A raíz de su triunfo (de Mus­solini) el pueblo exageró su admiración por él. Se decía que es­crituras etruscas indescifrables ya iban a poder ser aclaradas gracias a Mussolini. Las mujeres querían abrazarlo. En Sicilia un alcalde le pidió un único favor, consistente en que pisara aquella tierra; hasta se hablaba de apariciones de muertos que recomendaban a sus deudos dar gracias a Mussolini por haber salvadoa Italia". ("Dux").

Más detrás de todo este alborozo alharaquiento no había nada. El italiano seguía siendo valiente en lo individual, pero carente en absoluto de valor colectivo. Si era necesario reñir por un interés per­sonal, lo hacía encarnizadamente, mas la lucha por la grandeza de Italia y por el futuro de sus generaciones le parecía algo tan remoto e incierto que no lo movía a ningún esfuerzo ni a ningún sacrificio. El italiano podía dar mucho de sí mismo en su vida de relación de persona a persona, pero nada podía dar cuando se trataba de la na­cionalidad, de la colectividad toda. Y es que unos son los vínculos que unen a las personas entre sí y otros muy diferentes los vínculos que unen a las personas con la impalpable y vasta existencia de la Patria. En Italia no había estos últimos.

El alemán se lanza resuelto a la muerte por contribuir a la gran­deza de un futuro que él no verá. El italiano se mantiene estrecha­mente asido al presente; todo lo que no vea y no abarque, no tiene existencia para el. Consecuentemente, ante sus ojos carece de "por qué" la lucha que se orienta hacia el futuro y que tiende a beneficiar a todos, pero a ninguno en particular. El italiano es con frecuencia enemigo temerario, porque la enemistad personal se halla dentro de su campo emocional, mas como soldado no encuentra estímulos en qué apoyarse para afrontar la muerte.

Mussolin! percibió esa realidad y pese a que en declaraciones pú­blicas sostenía que el italiano era magnífico soldado, el 21 de junio de 1940 comentó delante de su yerno Gano: "Lo que me hace falta es material. Miguel Ángel necesitaba de mármol para hacer es­tatuas. Con barro no pueden hacerse más que cazuelas". El 29 de enero le había dicho también a Ciano: "La raza italiana es una raza de borregos. 18 años no son suficientes para cambiarla. Se necesitarían 180 y quizá 180 siglos". Y entonces aún no ocu­rrían las derrotas italianas en Libia y Grecia...

Mussolini mismo no podía escapar a las debilidades de su pueblo. Cuando Alemania y Polonia comenzaron a combatir y 72 horas des­pués Francia y la Gran Bretaña le declararon la guerra al Reich, Mus­solini recibió una carta en que Hitler lo relevaba de todo compromiso militar y sólo le pedía "que siga concediéndonos su benevolencia". El Duce se sintió postergado, se encolerizó y ordenó a Badoglio que fortificara la frontera con Alemania: en su mente cruzó la idea de cambiarse al bando contrario.

Más tarde, el 26 de diciembre de 1939, Mussolini dio instrucciones a su Ministro Ciano para que revelara a los anglofranceses los lineamientos de la ofensiva alemana que se preparaba contra el frente occidental. Y es que entonces el triunfo de Alemania en Francia pa­recía casi imposible y el Duce creía conveniente jugar con dos barajas.

Pero en julio de 1940, una vez derrotados el ejército francés y el britá­nico, Mussoíini se apresuró a hacer efectiva su alianza con Alemania y declaró la guerra a Francia.

Meses después Mussolini rechazó el ofrecimiento del Mariscal Keitel, Jefe del Alto Mando Alemán, de enviar a Libia dos divisiones blin­dadas. En vez de eso quería que los alemanes sólo dieran tanques —y así se lo dijo a Badoglio—; tenía celos de compartir un probable triunfo con su aliado. Sin embargo, el aliado acudió seis meses más tarde a rescatarlo del desastre en Libia.

Celoso por los éxitos alemanes en el Oeste, Mussolini atacó a Gre­cia pese al consejo de Hitler, quien después tuvo que ir a salvar la situación con grave perjuicio para la ofensiva que preparaba contra Rusia. Por último, al iniciarse la lucha germano-soviética Mussolini de­seaba que las bajas alemanas fueran muy elevadas, a fin de que así se compensara la debilidad de Italia, (l)

(1) Diario Secreto de Galea:zo Ciano. Ministro de Relaciones de Italia.

La amistad de Mussolini hacia Hitler tuvo reservas y sombras. La amistad de Hitler hacia Mussolini fue siempre categórica y leal. En todo momento de apuro acudió en su ayuda. Ante sus íntimos, Hitler dijo: "Siento una amistad profunda por este hombre extraordinario". En tres años de guerra Alemania envió a Italia 40 millones de tonela­das de carbón, dos y medio millones de toneladas de metal, 22 mi­llones de toneladas de caucho, mil cañones antiaéreos, miles de avio­nes, cuando menos 36 submarinos y casi todos los recursos humanos y materiales que sostuvieron dos años el frente en África, donde que­daron sepultados 25,000 soldados alemanes.

En la madrugada del 25 de Julio de 1943 el Gran Consejo Fascista acordó que Mussolini dejara el poder en manos del Rey. Ante ese burocrático derrocamiento —durante el cual Mussolini mismo estuvo presente—, el Duce no tuvo la menor reacción, aunque aún disponía de suficientes recursos para disolver el Consejo y afianzar su mando. Su estado psicológico era de capitulación y ni siquiera tomó precaucio­nes para asegurar en lo más mínimo su situación. En sus "Confesiones" refiere lo ocurrido al día siguiente:

"A las 9 de la mañana, como de costumbre en los últimos 20 años, Mussolini fue a su trabajo. Por la tarde fue a ver al Rey. Mussolini pensaba que el rey le re­tiraría el mando de las fuerzas armadas, que de todas formas pensaba poner a disposición del monarca. Entró en la Villa Ada a las 5 de la tarde, en un estado de espíritu que los historiadores considerarán de extraña candidez. Se dio cuenta de que la guar­dia de los carabineros del rey estaba reforzada, pero no con­cedió a esto mayor importancia. El rey le informó que iba a rele­varlo y a continuación Mussolini quedó en calidad de prisionero.

“En una corbeta fue llevado a Ponza —sigue escribiendo en tercera persona—. Luego fue trasladado a la Maddalena, en la isla de Cerdeña; ahí recibió un regalo de Hitler. Después pasó un avión alemán muy bajo, lo que motivó que lo trasladaran al lago Bracciano, cerca de Roma, y finalmente fue llevado a la cima del Gran Sasso, a 2,000 metros de altura". Cuando Mussolini cayó, no contó con un solo amigo italiano. Hitler dio luego instrucciones al mariscal Kesselring para que tratara de entrevistarse con Mussolini; después le envió una colección de libros de Nietzsche, con una afectuosa dedicatoria y por todos los medios trató de averiguar su paradero. "Su caída y los vergonzosos insultos a que se le ha sometido —dijo Hitler en un discurso—, produ­cirán grandísimo bochorno a las futuras generaciones del pueblo italiano. . . Me hallo embargado por un comprensible sentimiento de pesar al ver la injusticia cometida con Mussolini, grande y leal amigo".

Entretanto, Roosevelt le decía a Churchill que "la entrega del Dia­blo Jefe (Müssolini) debe ser considerada como un objetivo eminen­te... Habrá quienes prefieran una pronta ejecución"... Hitler com­prendía el riesgo de vejaciones y muerte que corría el Duce y pidió a su Estado Mayor que le seleccionara a un grupo de oficiales distin­guidos. En su mente bullía la idea de un rescate desesperado, aun cuando ni siquiera tenía la menor pista del Duce.

Entre los oficiales seleccionados figuraba el teniente coronel de las SS (tropas selectas), Otto Skorzeny. "Ya han resumido los otros, oficiales su historial en algunas frases concisas. Ahora —dice Skor­zeny (I)— Adolfo Hitler está delante de mí. Como me tiende la mano, me concentro en una sola idea: por encima de todo, nada de reverencias exageradas. Pese a mi emoción, consigo hacer una inclinación casi correcta desde el punto de vista mi­litar, es decir, breve y seca". Después de algunas preguntas y respuestas, Hitler lo escruta larga y pensativamente. "Tengo para usted una misión de la más alta importancia. Mussolini, mi amigo, nuestro fiel compañero de lucha, ha sido traicionado ayer por su rey y detenido por sus propios compatriotas. Yo no quiero, yo no puedo abandonar en el momento del peligro al más grande de todos los italianos.

“Para mí, el Duce representa la personifi­cación del último César romano. Italia, mejor dicho, su nuevo gobierno, se pasará sin ninguna duda al campo enemigo. Pero yo no faltaré a mi palabra; es preciso que Mussolini sea salvado rápidamente, porque si no intervenimos, lo entregarán a los alia­dos. Así pues, le encargo esta misión, cuyo feliz desenlace tendrá una repercusión incalculable en el desarrollo de las futuras ope­raciones militares. Si como yo se lo pido, no retrocede usted ante ningún esfuerzo, ante ningún riesgo para conseguir su objeto, en­tonces usted triunfará"... "Se interrumpe —añade Skorzeny— como para dominar la emoción que vibra en su voz... Cuanto más hablaba el Fuehrer, más sentía yo que se afirmaba su im­perio sobre mí, sus palabras me parecían tan persuasivas que, de momento, no dudaba del éxito de la empresa. Al mismo tiem­po vibraban con su acento tan cálido y tan emocionado, sobre todo cuando evocaba su fidelidad inquebrantable a su amigo italiano, que me quedé completamente turbado". Heinz Linge, valet de Hitler, refiere que raras veces lo había visto en tal estado de excitación y furor como cuando llegó la noticia de que Mussolini había sido encarcelado. "Se levantó de un salto y me ordenó que buscara a Himmler lo más pronto posible...

Después de que Skorzeny salió para libertar a Mussolini, Hitler estaba co­mo un león enjaulado, caminaba de arriba abajo, constantemen- te pendiente del teléfono". Y el investigador francés A. Zoller afirma que después del hundimiento de Italia la simpatía de Hitler para el Duce no se quebrantó. "Creo —añade— que tan sólo se ma­tizó de un sentimiento de compasión y de piedad. Entonces tra­taba a Mussolini como a un hermano ¡oven". Entretanto, después de lentas y difíciles pesquisas, el grupo de Skorzeny (al mando del general Student) logra averiguar con exacti­tud que el Duce se halla en la isla de Ponzá. Por su parte, el Almirante Canaris (Jefe del Servicio Secreto Alemán) le informa a Hitler que Müssolini se encuentra en un islote próximo a la isla de Elba. Esto era completamente falso y Canaris estaba cometiendo otra de sus infa­mes traiciones, pero Hitler dio más crédito a Skorzeny y la operación no se desvió.

Sin embargo, los italianos parecen estar avisados de que el Duce es buscado por los alemanes y lo cambian frecuentemente de prisión. Apenas se le localiza la pista, vuelve a desaparecer sin dejar rastro... Por último, Skorzeny logra saber que Mussolini está internado en una prisión de las Montañas del Gran Sasso, a 2,300 metros de altura, y minuciosa pero apresuradamente planea la operación de rescate. Se preparan 12 planeadores, que llevan 108 soldados; la guarnición italiana se compone de 250 hombres. Dos expertos en aeronáutica juzgan imposible el aterrizaje de los planeadores en la enrarecida at­mósfera de la montaña, pero Skorzeny se empeña en correr este ries­go mortal y la operación se inicia a la una de la tarde del 12 de sep­tiembre (1943).

Dos planeadores se accidentan en el despegue debido a los cráteres abiertos en la pista por un bombardeo aliado ocurrido media hora antes. Otros dos planeadores se extravían de la forma­ción al hacer, altura. Los 8 que quedan siguen adelante y todo está a punto de fracasar en los últimos momentos. Resulta que la ladera escogida para el aterrizaje es más escarpada de lo que se suponía. El piloto del planeador-guía lo comprende así, e interroga a Skorzeny con la mirada; éste sufre instantes aflictivos y se decide por un arries­gado descenso en picada ante el propio edificio de la prisión. El apa­rato desciende vertiginosamente, choca con pedruscos que casi lo destrozan, pero todos los tripulantes salen ilesos. Uno de los planea­dores que vuela detrás es cogido por un torbellino y se estrella.

"Cerca de una pequeña eminencia, precisamente en la esqui­na del hotel, estaba e! primer carabinero —dice Skorzeny—. Pa­ralizado de asombro, ni se movió; sin duda trataba de compren­der cómo habíamos podido caer del cielo...'Me lancé hacia el edificio... A mi lado sentía el jadeo de mis hombres; sabía que me seguían y que podía contar con ellos. Pasamos como una tromba ante el soldado pasmado lanzándole sólo un ¡Maní in alto! y llegamos al hotel.

“Nos colamos por una puerta abierta. Al tras­poner el umbral vi una estación emisora y a un soldado italiano ocupado en transmitir mensajes. De una fuerte patada hice bai­lar su silla, al mismo tiempo que destrozaba la estación con la culata de mí fusil ametralladora... Rodeamos, corriendo, el edi­ficio, doblamos la esquina y llegamos ante una terraza de unos tres metros de altura. Uno de mis suboficiales me alzó sobre sus hombros y saltando desde ellos salvé la balaustrada. Los demás me siguieron... En una ventana del primer piso advertí una enor­me cabeza característica: el Duce. Le grité que se echase atrás; luego nos precipitarnos hacia la entrada principal. Allí chocamos con carabineros que intentaban salir. Habían montado dos ametralladoras; las tumbamos patas arriba. Me abrí camino a cula­tazos a través de la masa compacta de italianos, mientras mis hombres gritaban sin parar: ¡Mani in alto! Entré en el vestíbulo. A la derecha había una escalera cuyos peldaños subí de tres en tres; llegando al primer piso, penetré a lo largo de un pasillo, abrí una puerta al azar. ¡Era la buena! En la habitación estaba Benito Mussolini con dos oficiales italianos, que puse contra la pared.

“Entretanto, mi bravo teniente Schwerdt se reunió con­migo, haciéndose cargo inmediatamente de la situación, sacó de allí a los dos oficiales, que estaban demasiado sorprendidos para pensar en resistir... Al menos por el momento, el Duce estaba en nuestras manos. Desde nuestro aterrizaje sólo habían pasado tres o, a lo sumo, cuatro minutos... En la lejanía sonaron algunos disparos aislados, hechos sin duda por los puestos italianos dise­minados por la meseta. Salí al pasillo y llamé, a gritos, al coman­dante de la prisión. Este, un coronel, llegó en seguida. Le ex­pliqué que toda resistencia era inútil y exigí la rendición inme­diata. Me pidió un breve plazo para reflexionar; le concedí un minuto. Radl había logrado ya franquear la entrada, pero yo tenía la impresión de que los italianos aún impedían el paso, por­que yo no había recibido más refuerzos.

“El coronel italiano regresó. Traía con las dos manos una copa de cristal llena de vino tinto, que me tendió con una breve inclinación. 'Para el vencedor', dijo. Una sábana colgada de la ventana sustituyó a la bandera blanca. Les grité aún algunas órdenes a mis hombres, apeloto­nados ante el edificio; después tuve tiempo por fin de volverme a Mussolin!, que protegido por la gran corpulencia del teniente Schwerdt, estaba en un rincón. Me presenté: Duce, el Fuehrer me ha enviado para liberaros. Visiblemente emocionado me dio un abrazo. Sabía —dijo— que mi amigo Adolfo Hitler no me abandonaría".

(1) Misiones Secretas.—Por Otto Skorzeny.

Para salir de la montaña se utilizó un pequeño avión Cigüeña pilo­teado por el capitán Gerlach. Se improvisó una reducidísima pista y hubo momentos de gran tensión mientras el aparato lograba hacer altura a las orillas del abismo. Mussolin! previo el peligro y hasta tuvo momentos de titubeo antes de abordar el avión. Luego manifestó:

"Nunca tuve la más leve esperanza de que los italianos, inclusive los fascistas, me libertarían. Desde el principio contaba con la ayuda de Hitler".

El Duce fue llevado al aeródromo de Roma, luego a Viena y al día siguiente a Munich, "donde el Caudillo lo recibió cómo si se hubiera tratado de un hermano", dice en tercera persona el propio Mussolíni refiriéndose a la bienvenida que le dio Hitler. De todos los rincones de Alemania le llegaron al Duce cartas y mensajes de felicitación.

Entretanto, al saberse en Italia que Mussolini estaba nuevamente libre, "aparecieron letreros insultantes para el rey, a quien el día del armisticio habían ido a vitorear a su palacio", según refiere Herráiz. Hitler estaba tan contento por el rescate que a medianoche des­pertó a su Ministro Goebbels para comunicarle la noticia. Eva Braun tuvo oportunidad en esos días de conocer a Mussolini.

"Uno tiene la impresión de hallarse —escribió en su diario— ante un hombre que ha muerto ya una vez y que por esta razón ya sabe lo que pasa en el otro mundo. Ciertamente él no es un superhombre, como Hitler. Por el contrarió, tiene algo de terriblemente huma­no. Se ha prendado dé una condesa de Salzburgo... Pero pa­rece que todo aquel amor no ha dado nada. Por lo visto, le arrancó el vestido a la condesa, pero la cosa no pasó de ahí".

Dos meses más tarde Edda Mussolini le escribió una amenazante carta a su padre, pidiéndole que la llevara a Italia, o de lo contrario le mezclaría "en un escándalo gigantesco a tal punto, que ante todo el mundo caerá sobre su cabeza un chaparrón de deshonra y maldi­ciones". Fue hasta entonces cuando Hitler comenzó a sospechar que Mussolini no había estado íntegramente con él y le dijo a Goebbels (I) "que aunque no tenía pruebas, pensaba muy posible que en una oca­sión el Duce hubiese tenido intenciones dé abandonarnos".

(1) Diario de Goebbels.—Ministro del Reich.

Hitler le mostró a Goebbels copia de esa carta y le dijo que quería ejercer presión sobre el Duce para que pusiera el orden, por lo menos en su propia familia. Edda era esposa de Ciano y éste seguía conspirando contra Mussolini, después de que había votado para que se le derro­cara. Posteriormente Ciano fue capturado por los alemanes y ejecu­tado ¡unto con el mariscal De Bono, el ex Ministro Pareschi y el ex líder fascista Gottardi, todos los cuales eran'traidores. Años antes Hitler había dicho que Ciano era un hipócrita y un bufón y que eso en una guerra conducía al cadalso. Esta ejecución afectó mucho a Mussolini, quien le dijo a Ivanhoe Fossani:

"Cuando mis nietos miren el retrato de su padre alguien les dirá que fue su abuelo quien... ¡Oh, no, no! Rechacé este asesinato. No fui yo el autor. Fueron los alemanes quienes lo ma­taron". Detrás del fotogénico dictador estaba sólo el tierno y sentimental hombre de todos los días.

CINCO MESES ANTE CASSINO

Mientras Mussolini era rescatado, mientras en Rusia se libraba una gigantesca batalla defen­siva, mientras en los Balcanes 22 divisiones ale­manas eran restadas de otros frentes y en Francia y en Bélgica se esperaba la invasión angloamericana, las diezmadas fuerzas de Kes-selring seguían sosteniendo el frente en Italia, ante un ejército inglés, y uno americano, reforzados por hindúes, neozelandeses, judíos, po­lacos, brasileños, sudaneses e italianos. Cuatro mil aviones aliados do­minaban el espacio frente a 300 aviones alemanes; la artillería anti­aérea de los generales Jahn y Kruse hicieron lo indecible .para que el frente no fuera destrozado desde el aire, labor que el mariscal inglés Alexander calificó de "formidable".

Durante cuatro meses los paracaidistas alemanes acantonados en Cassino detuvieron esa oleada de fuerzas rivales y frustraron tres ofen­sivas de contingentes superiores. Contra lo que entonces se creía, el monasterio de Cassino no se hallaba ocupado por los alemanes. El historiador británico Liddell Hart así lo aclaró posteriormente. El mariscal Kesselring hasta había puesto centinelas a la entrada del monasterio para que ningún soldado se refugiara en él. Tanto el Abad como el Papa fueron informados de esto y se encargaron de comu­nicarlo así a los aliados. Sin embargo, las fuerzas atacantes tuvieron desconfianza y barrieron con el monasterio.

La primera embestida aliada sobre Cassino se inició el 18 de enero de 1944 y fracasó, la segunda, el 15 de febrero; entonces el monas­terio fue destrozado por el bombardeo, pero las oleadas de asaltan­tes tuvieron que replegarse ante la obstinada resistencia de los de­fensores.

A continuación se organizó minuciosamente una ofensiva más po­derosa, a cargo del 8o. ejército inglés y del 5o. ejército norteameri­cano. Se creyó que mediante una concentración sin precedente de ataques aéreos y del fuego de artillería podría exterminarse a gran parte de los paracaidistas alemanes y dejar el resto fuera de com­bate. Para el efecto, se movieron I I grupos pesados de la Fuerza Aérea Estratégica Aliada del Mediterráneo y se concentró gran parte de la artillería de dos ejércitos. Durante varias semanas se hizo acopio de bombas y de proyectiles, de todos los calibres y de las más diversas características.

El bombardeo aéreo sobre Cassino se inició a las 8.30 del 15 de marzo (1944) y durante tres horas y media 500 aviones pesados lan­zaron 1,100 toneladas de poderosos explosivos. Apenas terminado el bombardeo aéreo, 890 cañones y obuses tendieron una terrible cortina de fuego, disparando durante cuatro horas consecutivas 195,969 proyectiles, con un total de 4,230 toneladas. Toda el área de Cassino, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde, fue un in­fierno de explosiones y de llamas. El mando aliado tuvo entonces la certeza de que los paracaidistas alemanas habían sido abrumados y que los supervivientes habrían quedado psíquicamente incapacitados para combatir. Minutos después se lanzó la primera ola de infantería apoyada por bombarderos ligeros y cazas, que todavía arrojaron otros 54,000 kilos de bombas sobre los defensores.

Entonces ocurrió algo desconcertante para las tropas aliadas. Aun­que las bajas alemanas habían sido sensibles, la moral seguía siendo alta y los supervivientes se lanzaron furiosamente al contraataque en­tonando cantos de guerra. La infantería aliada se vio comprometida en una violenta batalla con la que no contaba y algunos grupos hasta fueron copados y premiosamente tuvieron que solicitar refuerzos. Va­rias oleadas de contingentes aliados estuvieron siendo lanzadas a la carga, en la creencia de que la resistencia alemana se desplomaría de un momento a otro, pero continuó combatiéndose durante horas y du­rante días, -hasta qué dos semanas después se suspendió el ataque. Todo el asalto había fracasado.

El mayor James W. Walters, del ejército norteamericano, refiere ("Apoyo Aéreo y de Artillería") que "un sobreviviente (alemán) creía, que menos de 10, de 60 soldados originalmente en su organiza­ción, escaparon con vida. Otro prisionero expresó que él era el único sobreviviente de un grupo de 15 a 20 hombres... Un informe especial psiquiátrico sobre cinco prisioneros capturados en Cassino, indicó que el bombardeo había ocasionado muy poco efecto mental en los alemanes... Los neozelandeses capturaron la colina 193; la 4a. división indostánica ocupó algunos puntos en una ladera, pero luego fue aislada y tuvo que recibir abas­tecimientos desde el aire para poder retirarse. Cuando finalmente se suspendió el ataque, después de 15 días de lucha, las ganan­cias eran relativamente pequeñas y muy pocas de las posiciones capturadas se pudieron retener". .

En esos días, dice el general Eisenhower en "Cruzada en Europa", fue cuando "las neurosis provocadas por la continua exposición al fuego crecieron de manera alarmante según aumentaba la intensidad de nuestras ofensivas". Y el general Williard S. Paul, del Cuerpo de Estado Mayor, reveló posteriormente ("La administración de Perso­nal"), que "por cada caso de psiconeurosis admitido en los hospitales, había tres casos adicionales recibiendo tratamiento en clínicas, sin hospitalización... Hubo 224,000 licénciamientos médicos de­bido a la psiconeurosis...

Aproximadamente del 15 al 25 por ciento de las bajas en combate eran casos neuropsiquiátricos". Esa exacerbada sensibilidad era una prueba más de que el pueblo norteamericano no sentía como suya la guerra que Roosevelt y su camarilla judía le impusieron para beneficiar intereses inconfesables. Los hombres marchaban al frente, porque no podían evitarlo, pero llevaban dentro de sí el conflicto de quien es empujado a una situa­ción que no tiene necesidad de afrontar, pero que tampoco puede rehuir.

Una cuarta ofensiva aliada se inició en mayo (1944), pero entonces el centro de gravedad se ejerció muy al poniente de Cassino, cerca de la costa, donde "las dos divisiones alemanas que en ese flanco habían tenido que resistir el ataque de las seis divisiones del 5o. ejér­cito americano, habían sufrido pérdidas enormes", según dice Churchill en sus Memorias.

Superados los defensores en proporción de 4 a I, se replegaron hasta el norte de Roma para la resistencia postrera de 1945. Cien mil alemanes quedaron sepultados en suelo italiano. Lo increíble había sido hecho ya; veinte meses se mantuvo el frente alemán en Italia, después de que en septiembre de 1943 parecía que irremisiblemente iba a derrumbarse en veinte minutos.