viernes, 2 de abril de 2010

Capítulo X 2ª Parte


HASTA LA ÚLTIMA GOTA DE SANGRE


Sin duda alguna lo más extraordinario de la personalidad de Hitler fue su fuerza de voluntad. En esto era un admirador y un discípulo de Federico el Grande, que a la cabeza de un minúsculo país hizo frente a las fuerzas enemigas gigantescas (Austria, Francia y Rusia) y que pese a los más grandes descalabros y a la pérdida de Berlín siguió confiando férreamente en el milagro de la victoria, hasta que el milagro se realizó.

La historia de Federico el Grande se repitió en Hitler aunque sin el final de victoria, mas el esfuerzo realizado para obtenerla, no fue menor. "Cuanto más se envejece —decía el rey prusiano a Voltaire— más se convence uno de que la sagrada majestad del azar hace las tres cuartas partes de la tarea en este miserable universo". Y el azar, ciertamente, favoreció a Hitler en los primeros años de su carrera, pero no en los últimos y más decisivos de su lucha.

Tan notable fue la dureza de su Destino como la dureza de su volun­tad para afrontarlo. Las rutilantes trayectorias de César y Alejandro Magno no tuvieron jamás la prueba de una derrota seria; su prematura muerte dejó en el misterio una parte de su personalidad porque ambos vivieron sólo en la fase luminosa de la victoria y nadie sabe cuál hu­biera sido su reciedumbre ante el infortunio. Un destino quizá miseri­cordioso los hizo pasar bruscamente de la cima del triunfo a la inmor­talidad.

Otros grandes conductores de pueblos sí vivieron horas negras de prueba, pero la grandeza que había brillado en sus victorias se doblegó al golpe de la desventura. La Historia enseña que es menos difícil for­jar triunfos que saber soportar derrotas. Gengis Khan nunca vio ven­cidas sus armas, mas cuando sintió los pasos de la muerte escudriñó todos los ámbitos de su imperio en busca de fórmulas ocultas que le prolongaran la vida.

Muhammed brilló como Sha de Koresma en los días de esplendor y de gloria, mas en el momento de la prueba suprema entregó el mando a su hijo y buscó refugio en una isla pacífica. Napoleón se sobrepuso a los cataclismos de Abukir, de Moscú y del Beresina, mas no pudo soportar el golpe de Waterloo. Su crepúsculo en la trampa de Santa Elena fue un final discordante en la majestuosidad de su carrera.

Hitler supo de las primicias del triunfo y resistió a las más negras pruebas de la derrota. Hitler triunfó en Waterloo, donde Napoleón había caído, y no arrió jamás su bandera. Cuando al principiar la guerra dijo que no conocía la palabra "capitulación", nadie sospechó que esa actitud iba a perdurar hasta en las más desesperadas de sus batallas. Por eso le indignaba tanto que a los primeros tropiezos su Estado Ma­yor General perdiera la fe. Speer, Ministro de Armamentos, refirió en Nuremberg que un día él y Guderian dijeron que la guerra estaba perdida. Entonces Hitler les gritó que tales expresiones pesimistas serían castigadas en el futuro como alta traición y que cualquiera que desafia­ra ese decreto sería fusilado sin consideración a su rango y reputación.

Cuando ya la situación de la guerra era muy tensa, Hitler escribió a Mussolini el 16 de febrero de 1943: "Puedo asegurarle que me siento feliz de vivir en una época como ésta y de luchar por los valores inmortales que han sido legados a nuestro Continente desde tiem­po inmemorial. Y no me refiero sólo al aspecto racial, sino tam­bién al más amplio de la cultura. No me quejo .por consiguiente de que el Destino me haya elegido para llevar a cabo esta em­presa; por el contrario, me enorgullezco de que tal haya sido mi suerte. Por el otro lado el bolchevismo y la plutocracia tienen el mismo objetivo. A los dos les mueve la misma fuerza. Bismarck dijo que el liberalismo provenía de la democracia social. La plutocracia judía, enmascarada con vestiduras anglosajonas, es igual­mente la vanguardia del bolchevismo. Por tanto es imposible se­parar los dos fenómenos, pues tienen que ser considerados como la misma unidad".

Esa disposición para afrontar la adversidad le permitía conservarse dueño de sí mismo en los momentos más críticos, cual corresponde al auténtico ¡efe. Según el Diario de Goebbels, "siempre se advierte que en épocas de crisis Hitler se eleva por sobre sí mismo en lo físico y en lo espiritual".

Y esa firmeza la tuvo también para sostener todos sus principios políticos. Al iniciarse la guerra dijo que no usaría gases, y aunque llegó a tener los más venenosos de todos los conocidos, (I) cumplió su pro­mesa. Al crear su movimiento nacionalsocialista dijo que se dirigía con­tra el bolchevismo judío, y mantuvo esta actitud como político, como Jefe de Estado y como comandante de su Ejército. Desde 1919 pro­clamó que Alemania debería zanjar su vieja pugna con Francia y estre­char su amistad con Inglaterra, y aun siete días antes de su muerte dejó con Ribbentrop un mensaje en este mismo sentido, para el pueblo británico.

(1) Tabun y Saryn, extraordinariamente mortales, descubiertos por la 1. G. Farben Industrie.

El lo. de septiembre de 1939, al principiar la guerra, había dicho en el Reichstag: "Sólo hay una palabra que no he conocido nunca, y es: capitulación". Seis años después, a cuatro meses de su final, había en él la misma determinación, expresada en las siguientes palabras: "Un pueblo no tiene nada más grande que su Patria. Un pueblo tiene que defender su dignidad hasta derramar la última gota de su sangre".